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El milagro de la espía favorita de Churchill: así burló la muerte en el infierno nazi de Ravensbrück

En la Segunda Guerra Mundial, Andrée Virot pasó de regentar un salón de belleza en la pequeña ciudad de Brest a salvar a cientos de vidas y recabar todo tipo de información relevante sobre las peligrosas actividades del Tercer Reich en Francia

Sandra Ferrer Valero on Twitter: "Más de un siglo vivió Andrée Virot, una  mujer que tenía una vida tranquila y nunca se imaginó, como millones de  personas en Europa, que su destino

Andrée Virot falleció en 2010 a los 104 años. Su longevidad puede considerarse casi un milagro, sobre todo si tenemos en cuenta que antes de cumplir los cuarenta, la espía favorita de Winston Churchill había comprado todas las papeletas para morir en el campo de concentración de Ravensbrück, tal y como le ocurrió a otras 50.000 mujeres durante la Segunda Guerra Mundial. Y eso que no era más que una joven desconocida que, hasta 1939, regentó un salón de belleza en la pequeña ciudad francesa de Brest, sin más aspiración que tener una vida tranquila y feliz… pero entonces Hitler sacudió la paz de Europa y amenazó con destruirlo todo.

Virot había nacido el 3 de febrero de 1905, por lo que cuando estalló el conflicto tenía 34 años. Su primera hazaña la protagonizó en la primavera de 1940, cuando los nazis comenzaron a invadir Francia y ella no dudó en ocultar a varios soldados franceses en su propia casa, facilitarles ropa de civil y facilitarles una vía de escape antes de que fueran descubiertos y asesinados por los alemanes. Desde entonces, y hasta el final de la guerra, no solo formó parte de esa resistencia silenciosa, sino que se convirtió en una de las agentes más eficaces de los aliados gracias a su coraje e inteligencia.

Cuando el 18 de junio de 1940, el general Charles de Gaulle pronunció su famoso discurso tras el éxito de Hitler en la invasión de su país –«Francia ha perdido una batalla, ¡pero no la guerra!»–, ella decidió transcribirla y distribuirla a escondidas entre sus vecinos para impulsar la lucha clandestina. Virot no tardó en incorporarse a la Resistencia y convertir en una las espías más importantes en las tareas de transmisión de comunicados y el rescate de los aviadores británicos eran abatidos en las costas francesas cercanas al frente nazi. Les ayudaba a deshacerse de sus uniformes y los llevaban en bicicleta hasta el mar, donde embarcaban en algún submarino rumbo a Gran Bretaña.

Sin pensar mucho en ello, solo a base de actuar, Virot se convirtió en una de las agentes más importantes del bando aliado. El espionaje había cambiado mucho desde la Primera Guerra Mundial. En la década de 1920 se habían centrado en la política, la ideología y la economía, pero a partir del acceso de Hitler al poder en 1933, empezaron a potenciarse los servicios de inteligencia militares. Nadie parecía sentirse seguro cuando se filtraron las atrocidades que estaba cometiendo el nacionalsocialismo. En ese momento, la intervención femenina en la guerra aumentó considerablemente. Tanto es así que los nazis se vieron obligados a establecer un campo de concentración solo para mujeres, el de Ravensbrück, en el que acabó nuestra protagonista.

La carta de Churchill

Virot fue arrestada el 10 de mayo de 1944, tras cuatro años trabajando como espía de la Resistencia francesa y burlando al Ejército nazi. En ese tiempo consiguió salvar la vida a cientos de pilotos y prisioneros, así como recabar todo tipo de información relevante acerca de las actividades de los alemanes en las costas de Brest. Su efectividad era tan grande que la pusieron al frente de una sección de la Oficina de Información de Bretaña, en la cual averiguó los movimientos de las tropas enemigas y sus barcos, la cantidad de equipamiento militar que estaban transportando y la localización exacta de las fortificaciones que estaban construyendo los nazis para defenderse del inminente desembarco de Normandía, el cual se iba a producir el 6 de junio de 1944.

En uno de aquellos intercambios de información con las oficinas de Londres, Virot recibió una carta personal de agradecimiento escrita de su puño y letra por Churchill: «¡Su última misión equivale a una victoria en el campo de batalla!», aseguró el primer ministro, en un gesto que la dejó profundamente conmovida. Gracias a él supo que el Día D se iba a producir pronto y respiró aliviada, aunque tuviera que destruir la nota para no dejar pruebas. Aquello, sin embargo, no le sirvió de nada, puesto que un compañero capturado por la Gestapo reveló su identidad después de que obligaran a este a ver cómo torturaban a varios miembros de su familia.

En un primer momento, la espía logró huir a París. Pensó que en la capital francesa podría pasar desapercibida, pero se equivocó. Una vez allí, fue sorprendida, detenida y torturada brutalmente por varios miembros de las SS. Y, al final, fue trasladada a Ravensbrück en un tren lleno de ganado. Virot no pudo celebrar en libertad el desembarco de Normandía por solo un mes. De las 130.000 presas que pasaron por este campo de concentración a 90 kilómetros al norte de Berlín, solo 40.000 sobrevivieron. Allí encontraron la muerte espías tan valiosas como Violette Szabo, que dio una excelente muestra de su coraje al enfrentarse a las SS antes de ser detenida.

 

Andreé Virot (izquierda), recibiendo la Legión de Honor, en 2004, de manos de su hermano, el general francés Maurice Virot

Ravensbrück

Según la Asociación barcelonesa Amical de Ravensbrückmás de 200 españolas acompañaron a Virot en aquel infierno, pero los datos nunca se han conocido con exactitud. «En Mauthausen sí que se conservó una gran parte de la documentación, porque, cuando el campo se liberó en mayo de 1945, determinados presos habían actuado para ponerla a salvo y que no se destruyese. En Ravensbrück eso no pasó», señaló a ABC en 2018 el historiador Benito Bermejo, especializado en el estudio de los españoles en campos de concentración nazis.

Cuando llevaba unas semanas en Ravensbrück, un oficial nazi se detuvo frente a Virot en uno de los múltiples recuentos que se producían en el campo de concentración y gritó. «¡Anotad el nombre de esta mujer! ¡A la cámara de gas!». Un guardia la golpeó con un látigo y, tras retorcerle el brazo violentamente, anotó en un papel el número que llevaba tatuado. «No volveré a ver a mi familia ni viviré lo suficiente como para ver a Francia liberada de esta tiranía», comentó triste.

De repente, una de las amigas polacas que había hecho en aquel infierno, comenzó a arrastrarse por el suelo entre las filas de las prisioneras, hasta llegar a la mesa donde había depositados los nombres. Localizó el suyo y se lo comió antes de regresar a su fila sin que nadie la viera. Aquel acto heroico de una compañera le salvó la vida, aunque poco después, cuando se acercaba el Día D, fue trasladada a Buchenwald, donde una vez más burló a la muerte de casualidad. Cuando estaba a punto de ser fusilada, los alemanes huyeron despavoridos ante la noticia de que las tropas aliadas se acercaban al campo.

 

Andrée Virot, a finales de la década de 1930

Condecoraciones

Al terminar la guerra, Virot regresó a casa, pero descubrió que parte de su familia había muerto durante sus años de servicio en la Segunda Guerra Mundial. En ese momento decidió mudarse a París para intentar rehacer su vida y consiguió abrir un restaurante conocido como La Caravelle. Además, conoció a John Peel, un joven estudiante veinte años más joven que ella, del que se enamoró y con quien compartió el resto de sus días. Durante años recibió numerosas condecoraciones de los Gobiernos de Francia, Estados Unidos y Gran Bretaña. El rey Jorge VI la honró con la King’s Commendation For Bravery; el presidente de Estados Unidos, Dwight D. Eisenhower, con la Medalla de la Libertad, y el Gobierno galo, con la Cruz de la Guerra y el nombramiento de Caballero de la Legión de Honor.

Como ella misma reconoció, había sufrido tanto durante la guerra que tardó años en escribir sus memorias. Las publicó en 1999 bajo el título de ‘Los milagros existen’.

 

 

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