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Rusos en La Habana, la segunda posesión

Es evidente que el Kremlin ejerce una atracción más que fatal sobre los castristas, no digo rusos ni comunistas, sino ese famoso conjunto de edificios que ha trascendido en el tiempo como símbolo de poder y devoción para quienes piensan y se sienten como autócratas, sentimiento que comparten hasta el tuétano los gobernantes cubanos, sin dudas, los déspotas más representativos en ese fervor.

Primero fueron los zares, después los secretarios generales del Partido Comunista y ahora el coronel Vladimir Putin, que, como buen KGB, sabe que la Isla puede ser su coto más confiable, puesto que, en esa propiedad, la explotación no conoce límites ni fronteras, situación que todo parece indicar que, el empleado de la familia Castro, Miguel Díaz-Canel, se está impulsando con más ahínco que sus predecesores, algo imposible de imaginar.

Fidel y Raúl Castro, entregaron a Cuba a los jerarcas soviéticos. Los bolos, como le decían los cubanos, podían hacer lo que les viniera en ganas, incluido, asentarse en cualquier punto del territorio nacional, a cambio de un muy generoso subsidio que permitió construir el muro del totalitarismo.

El afán de sovietizar a Cuba fue tan intenso que el régimen, desde finales de 1959, concedió becas a decenas de miles de jóvenes para estudiar en el paraíso comunista. Paradójicamente, un número importante de esos jóvenes no compró la fábula, volviéndose enemigos acérrimos de las propuestas comunistas, muchos de ellos, asumiendo posiciones de liderazgo, particularmente en Europa, en la lucha contra el régimen castrista.

Los Castro respondían ciegamente a los mandatos de Moscú en el exterior y aplicaban al interior de la Isla los preceptos de su Madre Patria

El poder soviético en Cuba era aplastante. Los Castro respondían ciegamente a los mandatos de Moscú en el exterior y aplicaban al interior de la Isla los preceptos de su Madre Patria. Los cubanos de mi generación no deben olvidar que la literatura soviética y rusa inundó bibliotecas y librerías, el cine era un festival de propaganda sobre el invencible mundo socialista y las compañías artísticas del área comunista no cesaban con sus magnos espectáculos.

Tampoco se debe dejar de lado la crónica escasez de alimentos que era solucionada con la mágica aparición de una lata de carne rusa, que la medicina más popular, durante un tiempo, fue un bálsamo de resinas de nombre imposible de pronunciar, hasta que ambas desaparecieron y que, después de hacer una fila de horas para entrar a un miserable parque de diversión, el acceso era negado si arribaba un grupo de turistas del área socialista.

La privilegiada relación entre La Habana y Moscú no se interrumpió porque los castristas tuvieran un arranque nacionalista, sino porque el Kremlin de la época, manejado por Mijail Gorbachov, decidió no seguir pagando las cuentas del país que más había contribuido a la bancarrota soviética.

Esta segunda entrada triunfal de Rusia en Cuba, de la mano de Vladimir Putin, no busca resolver las necesidades de la población, sino perpetuar la dinastía de los Castro en el gobierno

Ahora, como escribió hace un tiempo el ex prisionero político José Estrada, están retornando antiguos militares, KGB y herederos, por el momento vestidos de civil y discutiendo sobre inversiones y ganancias, como en el pasado instruyeron a los represores y burócratas isleños en cómo instrumentar un efectivo control social. Enseñanzas, que a su vez los castristas, nada egoístas, comparten con sus asociados de Venezuela, Nicaragua y Bolivia, al igual que lo harían con cualquier iluminado presto a implementar sus instrucciones.

El autócrata Díaz-Canel y sus secuaces han declarado estar listos para brindar condiciones especiales a los empresarios rusos, «incluido el derecho a hacer uso de tierra cubana por plazos de 30 años, la importación libre de impuestos de maquinaria agrícola y el derecho a repatriar las ganancias en moneda extranjera, que el Gobierno cubano actualmente restringe».

Esta segunda entrada triunfal de Rusia en Cuba, de la mano de Vladimir Putin, no busca resolver las necesidades de la población, sino perpetuar la dinastía de los Castro en el gobierno y fortalecer una alianza con el Kremlin que en alguna medida reviva la antigua asociación militar, una situación que amenaza directamente a las democracias occidentales.

El dictador Díaz-Canel y su mentor, Raúl Castro, saben que en el mundo hay oportunidades más provechosas que la de los rusos, pero para ellos son inadmisibles, ya que su sobrevivencia estriba en ejercer un férreo control sobre el sector de la sociedad capaz de producir riquezas, debiendo el desarrollo de la economía ajustarse a los intereses de la clase dirigente.

 

 

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