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Hundimiento histórico de las izquierdas francesas

Se agrava la crisis política en los partidos en Francia y las agrupaciones de izquierda también han sido afectadas por la fragmentación y los conflictos internos de sus líderes

                                  El líder del Partido la Izquierda Insumisa, Jean-Luc MélenchonAFP

 

Se agrava la crisis histórica de las izquierdas francesas, víctimas del caudillismo populista, el nepotismo liliputiense, las divisiones, la ausencia de proyectos creíbles, los escándalos sexuales y sectarios, los proyectos enfrentados en cuestiones capitales como Europa o las instituciones de la V República.

Tras el hundimiento electoral del Partido Socialista (PS), hace diez mesesLa Francia Insumisa (LFI, extrema izquierda populista) es hoy el primer partido de las izquierdas francesas. Tiene 74 diputados en una Asamblea Nacional (AN, primera cámara del Parlamento francés) que tiene 577 escaños.

Un grupo de 300 militantes acaba de hacer público un «llamamiento a los dirigentes de nuestro partido», denunciando una crisis grave: «La Francia Insumisa es víctima de una crisis interna, consecuencia de la falta de democracia. Los dirigentes toman decisiones verticales a repetición. Un grupito de amiguetes ha tomado el control del partido, privándolo de democracia. Necesitamos y es indispensable el funcionamiento democrático de una formación política que pide cambiar la Constitución. Un proyecto tan ambicioso requiere el respeto al funcionamiento democrático de la propia familia política».

Sin nombrarlos, personalmente, los militantes denuncian el comportamiento cesarista y el nepotismo caudillista de Jean-Luc Mélenchon, que no tiene ningún cargo público, no ha sido elegido por nadie, pero pretende «gobernar» su partido y el conjunto de las izquierdas. Cediendo a las presiones de la base, Mélenchon nombró a dedo a un coordinador general de LFI, Manuel Bompard, provocando nuevas tensiones internas. Haciéndose con el control burocrático de LFI, la pareja Mélenchon – Bombard, «purgó» a personalidades de extrema izquierda como Eric Coquerel, Raquel Garrido, Clémentine Autin y François Ruffin, que se atrevieron a contestar algunas decisiones personales de Mélenchon, cuyo nepotismo populista oscila entre su fascinación por las tiranías y su defensa de los populismos caribeños, americanos.

Nieto de inmigrantes murcianos instalados en el norte de África, Mélenchon, lleva muchos años defendiendo e intentando promover a los dirigentes de Cuba, Venezuela y Bolivia, glorificados sin medida, al mismo tiempo que denuncia las instituciones de la V República francesa, calificando a Emmanuel Macron de «ladrón de vidas», por hacer pasar la jubilación de los 60 / 62 a los 64 años de edad.

«¡Hay que acabar con la V Republica..!» ha gritado Mélenchon en muchas ocasiones, en las mismas manifestaciones donde Macron, presidente de la República, es presentado como un «monarca autoritario que podemos llevar a la guillotina, como a sus antecesores».

Esa retórica ultra populista del líder de LFI coincide con su defensa de comportamientos íntimos de sus amigos menos defendiblesAdrien Quatennens, ex número dos del partido, fue condenado a primeros de año a varios meses de cárcel con remisión de pena, por el delito confesado de apalear a su esposa reiteradamente. La gran mayoría de las mujeres de izquierdas pidieron la expulsión de Quatennens del partido y el grupo parlamentario. En vano, Mélenchon ha protegido personalmente a Quatennens, reintegrándolo en su escaño parlamentario, después de ser condenado por violencias conyugales.

Otros dirigentes de LFI, como Eric Coquerel, ha sido acusados por algunas compañeras de partido de «toqueteos machistas», aprovechando fiestas y reuniones políticas para frotarse y deslizar sus manos entre muslos y pechos de algunas presentes. Tras el griterío, los escándalos se enterraron piadosamente. El reintegro de Quatennens en la AN, por el contrario, ha agravado tensiones con el resto de las izquierdas.

Transformación del Partido Socialista

Olivier Faureprimer secretario del Partido Socialista (PS), fue uno de los primeros en considerar «inadmisible» que un condenado por delitos de violencia machista fuese «reintegrado» en su escaño parlamentario. El desprecio altivo de Mélenchon agravó los enfrentamientos entre dos personajes que se iniciaron a la política en el mismo PS de sus años gloriosos, cuando François Mitterrand era presidente y el actual líder de LFI era su secretario de Estado para cuestiones de educación.

Han pasado los años, el PS de Mitterrand y François Hollande se hundió, y Faure está al frente de un PS que tiene 32 diputados en una AN que tiene 577 escaños: fiel reflejo aritmético del hundimiento histórico del socialismo francés, que fue, durante medio siglo, largo, la fuerza dominante de las izquierdas francesas.

Al frente de un partido minúsculo, Faure debe asumir otras catástrofes, comenzando por la división fratricida entre partidarios y adversarios de la «izquierda unida» del PS con LFI y el PCF.

Faure y sus amigos decidieron unirse con Mélenchon para crear una alianza táctica que llamaron ‘Nouvelle Union populaire écologique et sociale’ (NUPES). Los socialistas históricos, comenzando por el ex presidente François Hollande, denunciaron automáticamente la «irresponsabilidad» del nuevo PS. Diez meses más tarde, la división socialista se agrava.

Bernard Cazeneuve, ex primer ministro de Hollande, ha decidido crear un nuevo partido socialista / socialdemócrata, que se llamará La Convención (LC) y será «bautizado», a primeros de junio, con la presidencia de muchos socialistas históricos, ex ministros, ex diputados, ex alcaldes y dirigentes. Se trata de una nueva etapa del proceso de descomposición del socialismo francés.

Entre 1978 y 2017, el PS fue la fuerza dominante de las izquierdas francesas. Comenzó por relegar al PCF a un segundo plano. Conquistó el poder, con Mitterrand, en 1981, prometiendo «la ruptura con el capitalismo«. Fue la fuerza mayoritaria de las izquierdas, hasta el fin de la presidencia Hollande, hace seis años. Hundido, en las legislativas del 2022, continúa hundiéndose diez meses más tarde.

Fragmentación de las izquierdas

Por vez primera, desde el Congreso de Epinay, en 1971, el socialismo francés estará dividido en dos partidos enemigos a primera sangre ideológica. Faure será el primer secretario del PS. Cazeneuve, será, previsiblemente, el primer secretario de La Convención, defendiendo un «socialismo socialdemócrata y responsable, frente al aventurerismo irresponsable». Cazeneuve, ex jefe de Gobierno, tendrá que probar la eficacia de su programa y equipo. Antes de la creación de un segundo partido socialista, Faure tiene asegurada la más dura crítica interna.

Carole Delga, presidente socialista del consejo de la región de Occitana, declaró días pasados: «Soy fiel a los valores socialistas y a la herencia de Jean Jaurés. Pero no me hablo con el primer secretario del PS, Olivier Faure, desde el mes de enero pasado. La actual dirección de mi partido está tomando posiciones sectarias, eliminando o excluyendo a quienes piensan de otra manera. Al frente del PS, nadie sabe hacia dónde se dirige Faure son sus exclusiones sectarias». Jean-Christophe Cambadélis, antiguo primer secretario del PS, ha sentenciado: «El Partido Socialista no ha muerto. Pero ha dejado de respirar».

El PS no tiene la exclusiva en la fragmentación interna. El PCF ya estaba hundido hace años. Con 12 diputados en una Asamblea Nacional (AN) de 577 escaños, los comunistas siguen instalados en un gueto político y parlamentario. La gran novedad, tras la guerra imperial de la Rusia de Putin contra Ucrania, es la «resurrección» de micro partidos comunistas que se creía «desaparecidos».

Históricamente, el PCF fue uno de los partidos más fieles a la difunta URSS. Y esa filiación terminó por arruinar su credibilidad. Cuando Putin lanzó su guerra neocolonial contra Ucrania, los comunistas franceses criticaron las «provocaciones imperialistas» de los EE.UU. pero terminaron aceptaron la realidad. Doce meses después, grupúsculos como el PRCF (Polo del Renacimiento Comunista en Francia) y el PCOF (Partido Comunista de los Obreros de Francia) han estado presentes y muy visibles en todas las manifestaciones de protesta contra Emmanuel Macron y la reforma del sistema nacional de pensiones. Sin duda, se trata de grupúsculos que rozan la insignificancia simbólica. No son nada representativos. Pero ilustran la persistencia de la tentación comunista, incluso en su diversidad antagónica.

La fragmentación de las izquierdas ecologistas es una realidad paralela, semejante. EELV (Europa, Ecología, Los Verdes) tiene 17 diputados, pero en su seno cohabitan con tensiones varios modelos ecologistas no siempre compatibles.

Personalidades como Sandrine Rousseau defienden una ecología radical, que ha coqueteado, con frecuencia, con los movimientos próximos al «eco terrorismo». Otros ecologistas históricos, como Yannick Jadot, intentaron algunas «aperturas» hacia el «realismo ecológico». En vano: fueron desautorizados por la base radical, en busca de una invisible identidad.

El caudillismo nepotista de LFI y su líder, Mélenchon, el socialismo hundido del PS y Olivier Faure, la fragmentación grupuscular de los comunistas y ecologistas franceses tienen algo muy profundo en común: la ausencia de programas de acción política concretos e inmediatos. A la extrema izquierda populista, pedir la disolución de la V República y sus instituciones es una manera fácil de pedir la luna para vegetar en la nadería insignificante. En el PS, la creación de «grupos de estudio» para «definir» futuras posiciones sobre Europa, o el euro, es confesar la inexistencia de una visión inmediata que pueda aportar algo concreto a los grandes debates continentales. La apocalíptica neo comunista quizá sirva como propaganda de Putin, pero está alejadísima de los problemas del hombre de la calle. La apocalíptica ecologista tiene sus adeptos, pero vive instalada en una nube tóxica alejadísima de los problemas energéticos inmediatos, de la sequía y las nuevas tecnologías de la energía.

 

 

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