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Carmen Posadas: Respétenme, soy una nube

Es interesante lo que está ocurriendo con el verbo ‘respetar’ de un tiempo a esta parte. Por un lado, la corrección política, y esa nueva religión que ahora llaman woke, dictamina que el respeto brille por su ausencia a la hora de reescribir libros de autores muertos o a la de ‘cancelar’ por pederastas y pornógrafos a artistas como Balthus o Miguel Ángel. Pero al mismo tiempo exige respeto absoluto, por ejemplo, a las llamadas ‘elecciones personales’.

¿Han oído hablar de los otherkin? Según Google, tal es el nombre que se les da «a personas que creen poseer una identidad parcial o enteramente no-humana». Como una señora noruega que se ha hecho famosa al elegir ser un gato y vivir como tal. Pero esta dama nada tiene de extravagante al lado de otros otherkin entre los que hay quienes dicen ser personajes de cómic o un elfo, un vampiro o un hada. Aunque ahora que lo pienso, todos ellos palidecen frente a los que se creen objetos (una cajita de música, un sillón Luis XV) o los que dicen ser fenómenos atmosféricos. «Es algo difícil de explicar –argumenta Marco, que asegura ser una nube–, pero cuando veo un cirro comprendo que soy yo».

Imagínense lo que debe de ser tener un hijo o estar casado con alguien que se cree lluvia

Otro weatherkin o afín-meteorológico, que se considera lluvia, argumenta: «Mi caso es muy especial porque la lluvia es agua y no retiene recuerdos. Yo, en cambio, me acuerdo perfectamente de haber interactuado con una palangana y el ruido que hacía al caer sobre ella». Cat, que como su propio nombre indica se percibe como gato, explica que ser un otherkin no tiene nada de raro ni, mucho menos, de delirante  y añade que cada vez son más los profesionales médicos que sostienen que la ‘otherkinitud’ (valga el palabro) nada tiene de patológico. «Mientras que esta creencia no nos dañe desde el punto de vista mental o tenga un impacto negativo en nuestras vidas –concluye Cat–, es perfectamente saludable y respetable».

Yo tengo mis dudas de que no cause un impacto negativo en la vida de los que se sienten no-humanos y, sobre todo, en sus familias (imagínense lo que debe de ser tener un hijo o estar casado con alguien que se cree lluvia o el Pato Donald). Por eso, y hasta que alguien me convenza de lo contrario, me reservo mi derecho a considerar que la ‘otherkinitud’ sea respetable o saludable. Sí, ya sé que ahora todo es respetable (salvo aquello que la corrección política y su ejército de wokes cancelan y condenan). Y eso me hace pensar que tal vez las bobadas con las que nos hace comulgar esta gente nunca hubieran prosperado si el resto de nosotros hubiésemos alzado antes la voz (y, sobre todo, soltado una buena carcajada a tiempo). Porque ¿cómo se explica, si no, que hayamos llegado a la peregrina situación en la  que todo es respetable salvo el más elemental sentido común?

Tal como está el patio, si yo me encuentro con una persona que dice ser un duende (o una cajita de música o una nube tormentosa), tendré que poner cara de póker y hacer como que aquello me parece la cosa más natural del mundo porque, ya se sabe, todas las elecciones personales son igualmente respetables. Pero, en cambio, si se me ocurre insinuar que tal vez, quizá, quién sabe, ese elfo (o esa cajita musical o ese nimboestrato) debería hacérselo mirar, seguro que me cae encima la mundial  porque opiniones como la mía son trogloditas, insolidarias y, sobre todo, asquerosamente irrespetuosas. Esto es así porque, al igual que los  timadores del cuento El traje nuevo del emperador, la corrección política nos hace creer que todo aquel que no coincide con sus postulados es un necio. Y lo peor es que no solo no nos atrevemos a proclamar que el emperador está desnudo, sino que cada vez más personas piensan que cualquier disparate merece nuestro respeto. ¿Recuerdan aquella famosa frase de Madame Roland: «¡Oh, Libertad!, cuántos crímenes se cometen en tu nombre», pronunciada minutos antes de que sus camaradas revolucionarios le cortaran la cabeza? Bueno pues yo también, y so pena de que una jauría de wokes me cancele o me rebane el pescuezo, proclamo: «¡Oh, Respeto!, cuántas estupideces nos tragamos en tu santo nombre».

 

Un comentario

  1. ¿Se puede elegir ser un cuento y vivir del mismo?
    Aunque nos hubiéramos levantado en masa contra la estupidez no habríamos terminado con ella: es congénita a los humanos.

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