Mi musa, mi amor, mi perdición
Las mujeres que inspiraron (y apasionaron) a los grandes artistas
No ha habido pintor que no haya tenido su musa. Mujeres con el don de inspirar a los grandes maestros y de desatar, en muchas ocasiones, sus más encendidas pasiones. El libro 40 grandes artistas retratan a sus amantes, de Juliet Heslewood (Blume) indaga en las mujeres que marcaron a fuego la vida y la obra de cuarenta grandes pintores de la historia. Estas son algunas de ellas.
Según el historiador Giorgio Vasari, Rafael «mantuvo sus aventuras amorosas secretas y se entregó a los placeres sin moderación». Una de sus musas fue La Fornarina, la hija del panadero, quien era, según Vasari, Margherita Luti, una de sus amantes y una mujer muy popular en Roma. El hechode que posara semidesnuda sugiere la relación. En el cuadro Retrato de una joven, también coocido como La Fornarina, (en la imagen superior) el brazalete de la mujer lleva inscrito el nombre del pintor.
Bella Rosenfeld. La actriz que atrapó a Chagall
Chagall le decía: «Guía mi mano. Toma mi pincel y, como un director de orquesta, llévame a regiones lejanas y desconocidas». Se conocieron y fue un flechazo inmediato. Bella estudiaba interpretación en Moscú y él debía regresar a París. Durante dos años, la relación epistolar fue intensa. Él volvió a Rusia, se casaron y vivieron para siempre juntos, contra viento y marea, exiliados y perseguidos por los nazis, y tuvieron una hija, Ida.
Emile Flöge. El amor prohibido de Klimt
¿Fue o no su amante? Este fabuloso retrato de ella y el tiempo que pasaron juntos se consideran ‘pruebas’ de que tuvieron una relación íntima. Pero la proximidad de ambos quizá nunca excedió la de cuñados. Emilie estaba casada con el hermano de Klimt y, cuando ella enviudó, el pintor pasó mucho tiempo en casa de los Flöge. Tras pintar en sus comienzos murales públicos, la figura femenina se convirtió poco a poco en el tema dominante de su obra. Emilie y sus hermanas, muy al corriente de la moda, abrieron una tienda de ropa en la que prescindieron de los corsés y con la que tuvieron mucho éxito. En este retrato, ella misma luce unas maravillosas telas como las que vendían. Klimt se sentía cómodo en sus apariciones públicas con Emilie, a la que veía casi a diario. Y, pese a que era conocido por su promiscuidad y a que tuvo muchos hijos, cuando sufrió un ataque, poco antes de morir, fue a Emilie a quien llamó para que lo acompañase junto a su cama.
Jeanne Hébuterne. Amante de Modigliani hasta matarse por él
Jeanne, parisina, estudiaba pintura cuando conoció a Amedeo Modigliani en la capital francesa. Este se había formado inicialmente en su país, Italia, pero, como muchos otros, se había trasladado a París para ampliar su carrera. Aunque al principio su aspecto era muy pulcro, pronto su modo de vestir degeneró y él se entregó al alcohol y a las drogas. La vida bohemia de aquel París de comienzos del siglo XX era muy difícil, incluso devastadora. La estricta familia católica de Jeanne se horrorizó ante su relación con Modigliani, al que veían como un judío libertino, irresponsable y sin fortuna. Pero ella se fue a vivir con él, con quien protagonizó tempestuosas escenas en público. Jeanne aparece en muchos cuadros de Modigliani, a quien ella dotó de una nueva energía. Aunque esperaba ya su segundo hijo, la muerte prematura de Modigliani a los 36 años la impulsó a arrojarse por la ventana un día después. Años más tarde, su familia consintió que fuese enterrada junto a él.
Suzanne Leenhoff. La pasión más secreta de Manet
Edouard Manet era considerado el cabecilla de los impresionistas y, a la vez, visto por estos como un dandi, quizá por su procedencia burguesa. Su familia era muy culta y a su casa acudía una joven holandesa, Suzanne Leenhoff, en calidad de profesora de piano. En 1852 la muchacha tuvo un hijo, que vivió con ella como su hermano menor. Ella posó muchas veces para Manet y, cuando el padre de este murió, él y Suzanne se casaron. Se cree que Manet legitimizó así su relación con Suzanne y su propio hijo después de haber mantenido su relación en secreto durante años. En este cuadro, Suzanne se muestra sorprendida, porque, según un estudio temprano del propio Manet, él pensó en un principio en pintar dos figuras más, dos ancianos que la sorprendían mientras ella se bañaba y la acusaban de adúltera. A medida que fue envejeciendo, la talla de Suzanne fue aumentando. Un amigo la describió como «la holandesa gorda y tranquila». Manet la pintó cada vez menos.
Tehura. La bella nativa de Gauguin
Paul Gauguin creció en Perú y, en su juventud, como marinero, visitó Brasil, Chile, Escandinavia y el Mediterráneo. Tras dejar su trabajo en la Bolsa de París para convertirse en pintor, se marchó a la Bretaña, fascinado por la naturaleza y, años más tarde, en 1891, al Pacífico con la idea de volver a Francia con su familia una vez concluido el trabajo. Pero sobrevivir en Tahití le costó más de lo que imaginaba. Muchos funcionarios coloniales y misioneros lo rechazaban, pero fascinó a los tahitianos. Entre ellos a Tehura, su amante, retratada aquí, según el propio Gauguin, como ella lo esperó una noche, sola en la oscuridad, aterrorizada ante la presencia de un espíritu nocturno. Él la pintó acostada boca abajo, con sus nalgas provocativamente en el centro del lienzo. «Nunca la había visto tan hermosa», escribió. Nunca tampoco volvió a Francia. Murió poco después, en las islas Marquesas.
Suzanne Valadon. Una lavandera: el único amor de Toulouse-Lautrec
Hijo de aristócratas, Henri de Toulouse-Lautrec no necesitaba trabajar. Sus padres eran primos, lo que, se cree, contribuyó a su grave discapacidad física. De niño sufrió dos caídas y se rompió una pierna en cada ocasión. Sus padres lo animaron a pintar para que recuperara la alegría. Más tarde, los horrorizó no obstante ver que sus temas favoritos eran los del escandaloso mundo de Montmartre, el barrio bohemio por excelencia. Pese a su deformidad, Lautrec tenía una personalidad avasallante. En los cafés, los cabarés y los burdeles se sentía como en casa. Pintó a muchos de sus personajes; entre ellos, a Suzanne Valadon, hija de una lavandera, favorita también de otros pintores, que vivía en el mismo edificio que Lautrec, con su madre y su propio hijo, y que durante años fue su modelo. Sin embargo, aún se discute si fue o no su amante. Aunque él se rodeó de muchas prostitutas, se cree que Valadon fue su único amor verdadero. Pero cuando ella y su madre tramaron una falsa amenaza de suicidio para obligarlo a casarse con ella, él rompió la relación para siempre. Más tarde, ella y su hijo, Maurice Utrillo, se convirtieron también en destacados pintores de aquel espléndido París.