Villasmil: Como copias al carbón
La cada vez más denostada palabra democracia está siendo tan manipulada y abusada que ponerse de acuerdo hoy sobre su significado es casi imposible.
Todos los días puede leerse, oírse o verse en las redes y medios noticiosos del planeta cómo la democracia y sus dirigentes lucen acorralados, disminuidos, atropellados. Y cómo quienes se llevan los triunfos, le ponen el cascabel al gato, se toman la foto con la novia del equipo -o novio, o novie, según los ideales wokistas- son populistas de pelaje variado, sin importar si son de izquierda, derecha, centro, o todo lo contrario. Son como copias al carbón.
Ser populista se está convirtiendo en sinónimo de éxito, de logro, de ser “trendy”. Los hay en todos las geografías y continentes – quizá con la excepción de Oceanía, a fin de cuentas un continente insular constituido por Australia, las islas de Nueva Guinea, Nueva Zelanda y los archipiélagos coralinos y volcánicos de Melanesia, Micronesia y Polinesia -. Oceanía está tan lejos de todo que quizá le falten algunos años para que llegue el virus populista a sus costas. Suerte que tienen algunos.
Mientras tanto, muchos latinoamericanos (en especial los más jóvenes) muestran creciente desdén por las instituciones democráticas, al punto de que a la mayoría no le importa si el que manda es demócrata o no, siempre que le brinde algo de pan y sobre todo el circo que para algunos significa creer que le resolverán sus problemas, o al menos prometer que lo harán, que por algo se empieza.
En medio del actual bochinche y barullo, debe recordarse una de las tantas frases destacables de Jacques Maritain, el gran pensador francés, roca ejemplar del humanismo cristiano: “la tragedia de las democracias modernas es que no han sido capaces de realizar todavía la democracia”. Y hoy la cosa está más difícil.
Así que en el resto de esta nota voy a pedir el auxilio de pensadores admirados y respetados (con una excepción, que ya verá el lector) para que acudan como cerradores del noveno inning y nos sirvan para recordar en qué consiste la democracia, los rasgos fundamentales de su liderazgo, los valores que se defienden, y contra quién; con algún comentario de mi parte sobre lo que está ocurriendo hoy en día.
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“En el curso de mi vida, a menudo me he tenido que comer mis palabras, pero debo confesar que es una dieta sana». «Un fanático es alguien que no puede cambiar sus opiniones y que no quiere cambiar de tema». Sir Winston Churchill.
Un demócrata no teme cometer errores, y lo admite. No hay manera de conseguir un líder populista que admita equivocaciones, que no se fanatice, que acepte que él no siempre tiene razón, que pudo haberse equivocado al menos alguna vez, que no esté perdidamente enamorado de sus palabras, y que reconozca que la duda es un dato definitorio de lo humano.
«Una prensa libre puede ser buena o mala, pero sin libertad, la prensa nunca será otra cosa que mala». Albert Camus.
Otra marca de fábrica de todo gobernante con vocación autocrática y populista es el ataque a los medios de comunicación. Y si es necesario sacrificar libertades para tenerlos bajo control, así será. La justificación más usual es que “la prensa es mi enemiga (dice el caudillo, el líder populista), por ende, es enemiga de ustedes, de mi pueblo”. Frases por desgracia muy de moda.
“Hay una línea roja que no debemos cruzar. Es un compromiso con los derechos humanos, el respeto a la dignidad del ser humano». “La extrema derecha y los populistas están dispuestos a vender su patriotismo y los valores de su país por sus ganancias”. Angela Merkel.
Todo autócrata desprecia a la persona humana. Porque para él no existen personas sino individuos atomizados que deben ser manipulados para aceptar la voluntad todopoderosa del líder. Para ello adultera los conceptos para su beneficio. Palabras como “patriotismo”, “pueblo”, “libertad” y sobre todo, “justicia” están entre sus favoritas para darles una particular interpretación que le sea útil.
Enemigo, para un populista, es sencillamente alguien que no lo sigue incondicionalmente. Seguidor, en cambio, es todo aquel que acepta sin vacilar la palabra del líder, que le perdona todo, y que mira para otro lado si alguien se atreve a mostrarle un error de su caudillo.
Recuérdese que todo populista se considera por encima de la ley, que el líder es intocable, y que las instituciones -especialmente las judiciales- deben existir para servirle a él y a sus ambiciones.
“Todo lo que perjudique la unidad debe ser eliminado.” Mao Zedong.
Se extrañará el lector que cite a un comunista, cultor del odio, y que persiguió y asesinó a centenares de miles de sus compatriotas. Precisamente: para todo populista -insistamos, de cualquier sección del espectro político- sólo existe unidad en torno a su persona, a su ego, a su particular visión enfermiza y tóxica de la realidad. Todo lo demás no importa. Debe ser eliminado.
En cambio, para un demócrata la unidad entre iguales es condición primordial para la cristalización y llevada a buen puerto de los valores de la democracia. Para ello se reconoce la necesidad de la defensa del pluralismo, el respeto al derecho ajeno, la tolerancia, la convivencia, el civismo.
Una lección que por desgracia todavía deben aprender los actuales liderazgos opositores venezolanos.
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¿Qué es entonces la democracia? Recordemos al filósofo y sociólogo germano-británico Ralf Dahrendorf: “La democracia es un conjunto de instituciones que legitiman el poder político dando respuesta a tres preguntas: 1) ¿Cómo podemos producir cambios en nuestras sociedades sin violencia? 2) ¿Cómo podemos -mediante un sistema de controles y contrapesos- controlar a quienes están en el poder para que no abusen de él? 3) ¿Cómo pueden los ciudadanos tener voz en el ejercicio del poder?”
Finalicemos con una definición muy sencilla de la democracia que cita en su libro “Políticamente indeseable” Cayetana Álvarez de Toledo, la brillante historiadora y política española:
“Democracia es cómo podemos vivir juntos los distintos”.