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Coixet: El arte de dejar de escribir

Marcel Broodthaers, poeta belga, amigo de René Magritte, abandonó la escritura, convencido de que el abismo entre «hacer, decir y contar» era infranqueable. En 1964, llegó a la conclusión de que el lenguaje no tenía sentido, de que era únicamente una carcasa, un envoltorio, vacíos. Su último trabajo fueuna serie de cajas albergando poemas no escritos, la nada. Lo que mostraban era la posibilidad de un poema: esa ambigüedad final que cada uno puede interpretar como quiere. O no interpretar. 

Jean Arthur Rimbaud dejó de escribir a los 24 años, convencido de que no había nada más que quisiera decir, que todo estaba ya dicho. Dejó una poderosa obra que hoy, 180 años después de su publicación, conecta con lectores de todas las generaciones. Y se embarcó en una vida oscura en Etiopía traficando con esclavos. Resulta imposible conectar al poeta que escribió Una temporada en el infierno Le bateau ivre con el hombre que murió solo, de un  cáncer óseo, en un hotel, enfermo y amargado. ¿Demasiada brillantez demasiado pronto? ¿Lucidez extrema? 

Resulta imposible conectar al poeta que escribió ‘Una temporada en el infierno’ con el hombre que murió solo, de un cáncer óseo, en un hotel, enfermo y amargado

La renuncia de Rimbaud y la de Marcel Broodthaers no son nada comunes. Los artistas suelen apurar su tiempo en esta tierra hasta los últimos momentos, si les queda aliento e inspiración. Cuando se retiran, sólo los realmente famosos lo anuncian. Nadie en su momento supo que Herman Melville había dejado de escribir. De hecho, Rimbaud se sumergió en una vida sin escritura, tan sólo comunicándoselo a Verlaine y a su escasa familia por carta. En el siglo XIX, un escritor no era la celebridad que es hoy en día. Celebridad a la que se obliga a opinar y firmar libros y a aparecer en congresos y debates y revistas de entretenimiento y otras sandeces que lo único que hacen es distraerle de la escritura (¡todo esto podría aplicarse también a un guionista de cine o a un director!). 

 Alice Munro ha declarado a los ochenta y tantos que ha dejado de escribir «para convertirse en una ciudadana más»; otros autores afirman su voluntad de escribir hasta el último momento de sus vidas, justamente para mantenerse vivos. 

J. D. Salinger es otro famoso caso de escritor que dejó de escribir (al menos que sepamos) durante los 40 últimos años de su vida, aunque oficialmente buscó el retiro del mundanal ruido para escribir una gran obra, que hasta ahora nadie conoce. 

Recuerdo una anécdota que ocurrió en un taller literario del escritor Reynolds Price. Price les dice a sus estudiantes que por una semana tienen que guardar en un cajón los textos en los que estén trabajando sin reescribirlos ni tocarlos. No pueden ni siquiera agregarles una coma. A la semana, los reúne a todos en clase y les pregunta si han cumplido la tarea. Todos alzan la mano. El profesor los mira un momento y, antes de salir por la puerta, les dice que cualquier persona capaz de abandonar un texto una semana entera, o un solo día, nunca llegará a ser escritor. 

No sé si lo que dijo Price a sus alumnos es quizás una exageración, pero hay algo que sí sé: que cuando todos los autores vivos de ahora mismo dejen de publicar, aparecerán todavía manuscritos desconocidos de Joyce Carol Oates, que yo creo que desde el más allá continuará escribiendo.

 

 

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