AMLO y la reinstauración del dedazo
Ahora, como hace 24 años, es difícil imaginar al partido oficial competir sin dedazo, sin usar recursos públicos y programas sociales, sin cargada y sin violar la ley.
La determinación de las reglas para la elección interna del candidato de Morena para las elecciones de 2024 parece estarse convirtiendo en un mecanismo por medio del cual el propio partido y el presidente buscan contrarrestar sus carencias y lavarse la cara frente a la ciudadanía.
Esto quedó claro durante la cena celebrada la semana pasada con Andrés Manuel López Obrador para recibir su bendición. Ahí quedó sellado el acuerdo bajo el que contenderán los aspirantes a sucederlo. Sin embargo, este proceso está lejos de promover la democracia interna y se asemeja más a un intento del mandatario por reinstaurar el “dedazo” (la facultad no escrita del presidente de elegir al candidato de su partido), esta vez bajo el nombre de Morena.
El Consejo Nacional de Morena celebrado días después fue más un teatro organizado para dar la fachada de legitimidad democrática a las reglas impuestas desde Palacio Nacional que un verdadero antídoto para evitar la concentración del poder en manos del presidente.
La estrategia de López Obrador buscaba calmar los ánimos entre sus “corcholatas” y evitar rupturas que pudieran debilitar al movimiento. Una mayor polarización dentro de Morena podría derivar en la salida de alguno de los hoy precandidatos y desembocar en la deslegitimación del proceso y por ende en la pérdida de votos.
Esta estrategia revela también dos aspectos importantes. En primer lugar, que las reglas están diseñadas para beneficiar a los que se encuentran más cerca del poder presidencial. En otras palabras, López Obrador busca, a través de estas reglas, seguir gobernando a través de su candidata, Claudia Sheinbaum, a quien ha respaldado y protegido desde su llegada al poder en 2018. La lealtad hacia el presidente es la principal cualidad de Sheinbaum, no hacia el movimiento ni hacia Morena. Ninguno de los otros aspirantes actuales de Morena y sus aliados a la presidencia tiene ese nivel de lealtad casi incondicional: no Marcelo Ebrard, ni Ricardo Monreal.
Justamente ellos han puesto en entredicho la negativa a organizar debates o las restricciones a acudir a medios de comunicación críticos a la llamada 4T. Su apuesta será mantener distancia. Queda por ver cuánto pesará la probable indisciplina de Ebrard o de Monreal. En los viejos tiempos de la dictadura perfecta no había espacio para la rebeldía. En los tiempos actuales de reinstauración del híper presidencialismo, un acto así podría ser calificado de traición en cualquier mañanera.
En segundo lugar, las reglas tienen la intención de mantener la influencia del presidente en las decisiones del gobierno que surgirá de las urnas en 2024. La idea de que los perdedores de la encuesta tengan un premio de consolación pretende evitar que abandonen las filas oficialistas, pero también busca generar lazos de lealtad con el presidente saliente. De acuerdo con las reglas, quienes queden en segundo, tercero o cuarto lugar ocuparán la coordinación de los asuntos parlamentarios en la Cámara de Senadores y de Diputados, o una secretaría de Estado en el próximo gobierno. Todos deberían su cargo al presidente saliente.
Esta concentración de poder ya la hemos vivido, no lo olvidemos, en los tiempos del partido de Estado, cuando el dedo presidencial elegía a su sucesor. Al imponer sus reglas, beneficiar a sus favoritos, fomentar la “cargada” de gobernadores y funcionarios, y poner condiciones para mantener en puestos de elección popular a los vencidos, López Obrador busca trascender su sexenio, igual que lo hacían los priistas de antaño.
Las sospechas de dados cargados, la evidente injerencia presidencial y su aparente necesidad de seguirse entrometiendo en el proceso de selección de candidato siembran muchas dudas y podrían llevar al resultado contrario: la escisión. Sin embargo, lo temprano del destape, sumado a la inmovilidad de la oposición, puede significar una ventaja que podría volverse insalvable, aun con una ruptura en las filas morenistas.
Por cinco años, López Obrador no ha tenido empacho en amedrentar periodistas, denostar instituciones, socavar la credibilidad de los órganos encargados de organizar las elecciones y violar las leyes que le parecen “inconvenientes”.
El proceso actual recuerda a aquella primavera de 1999 cuando Zedillo mandó llamar a Los Pinos a los autodestapados candidatos presidenciales para fijar las reglas del juego sucesorio. La comparación es relevante porque la intromisión del presidente actual nos remite más a los tiempos del “tapadismo” que a los de la apertura democrática. “La propuesta no evita el riesgo de que haya trampas, predominio del dinero y hasta plomo”, expresaba el entonces líder del PRD, el mismo López Obrador, en aquel lejano mayo de hace 24 años.
Ahora, como entonces, resulta muy difícil imaginar al partido oficial (antes el PRI, hoy Morena) competir sin usar recursos públicos, sin usar programas sociales, sin cargada y sin violar la ley. ~