CINELANDIAS: ‘La novia de Frankenstein’, comedia negra y cyberpunk
Es la mejor entrega del moderno prometeo de Mary Shelley. Contiene elementos terroríficos y cómicos y una fotografía esplendorosa. Pero lo mejor es su reparto, encabezado por Boris Karloff. Es una obra maestra incuestionable.
Carl Laemmle Jr., el magnate de la Universal, quiso prolongar la apoteosis de Frankenstein (1931) con una secuela que recuperara las andanzas del monstruo, pero James Whale (1889-1957), que era hombre poco amigo de las prisas, impuso sus condiciones, que incluían el control de la producción en todas sus fases.De tal modo que no será hasta 1935 cuando por fin se estrene Bride of Frankenstein, concebida como una suerte de ‘comedia negra’ en la que, sin faltar los elementos terroríficos, Whale da rienda suelta a su veta cómica, ya soterradamente presente en Frankenstein y más que notoria en El caserón de las sombras.
Considerada casi sin excepción como la mejor entrega sobre el moderno Prometeo de Mary Shelley, La novia de Frankenstein se beneficia de un presupuesto más desahogado que su predecesora, de una fotografía esplendorosa de John J. Mescall y de un guión sumamente inventivo en el que trabajaron multitud de escritores, bajo la supervisión del propio Whale.
Pero, sin lugar a dudas, el principal logro de la película es su reparto, encabezado esta vez por un Boris Karloff convertido en el protagonista absoluto de la cinta (en Frankenstein aparecía en cuarto lugar en el elenco) y enriquecido por las aportaciones de una pizpireta Elsa Lanchester (que interpreta a Mary Shelley, en un prólogo de delicioso regusto satírico, y a la ‘monstrua’ que da su título a la película) y Ernest Thesiger, que incorpora al malévolo doctor Pretorius.
La novia de Frankenstein se inicia, en una noche de tormenta, con un coloquio entre Mary Shelley, su marido Percy (Douglas Walton) y lord Byron (Gavin Gordon), en el que la autora de la novela es exhortada a proseguir la narración suspendida en el incendio del molino que, supuestamente, habría acabado con la criatura del doctor Frankenstein. Naturalmente, no ha sido así: tras sobrevivir a las llamas, el monstruo asesina a los padres de la niña a la que había ahogado en la primera parte y se convierte –en un irónico giro de la trama– en una bestia desvalida que vaga por el bosque en busca de amistad.
Tras evitar que una pastora muera ahogada, es apresado por los aldeanos, que lo encierran en una mazmorra; pero el monstruo rompe las cadenas y huye, dejando a su paso un reguero de horror y muerte, hasta refugiarse en la cabaña de un ermitaño (O. P. Heggie), que lo atrae con el tañido de un violín. El ermitaño ofrece su hospitalidad al monstruo, en una de las secuencias más conmovedoras (y también divertidas) de la película, comparte con él su comida y lo invita a fumar un cigarro; parece que el monstruo al fin ha encontrado la amistad verdadera, pero tal situación idílica salta hecha añicos cuando unos cazadores llegan a la cabaña y abren fuego.
La pelicula concentra sus logros estéticos en el tramo final, rodado con angulaciones de cámara insólitas y un gran maquillaje y vestuario
Y, mientras el monstruo es forzado a proseguir su itinerario de crímenes, su creador, Henry Frankenstein (Colin Clive, que repite papel) recibe en su mansión la visita de su antiguo maestro, el doctor Pretorius, que mostrará a su pupilo una colección de homúnculos encerrada en frascos de cristal, muy en la línea de los que unos años antes Lionel Barrymore fabricara en The Devil-Doll. Cuando Frankenstein se niegue a colaborar con él, Pretorius encomienda a su esbirro Karl (un Dwight Frye que vuelve a sacar partido de sus dotes para el histrionismo de corte maníaco) que rapte a su prometida. Así conseguirá la colaboración de Frankenstein, mientras Pretorius se provee de cadáveres en la cripta del cementerio, donde tendrá un desternillante encuentro con el monstruo, que prosigue su vagabundaje en busca de compañía. Cínicamente, Pretorius promete al monstruo que su anhelo será satisfecho, pues se propone reanimar el cadáver de una mujer; pero, aunque el experimento resulta un éxito, la mujer reanimada (Elsa Lanchester), al contemplar la fealdad del monstruo, reaccionará de manera inesperada…
La novia de Frankenstein concentra sus logros estéticos en el tramo final de la película, rodado con angulaciones de cámara insólitas y beneficiado por el maquillaje y vestuario con que Elsa Lanchester es presentada (impagable resulta, desde luego, su peinado ‘eléctrico’, convertido luego en icono de la imaginería cyber-punk).
Aunque la película se dejó casi quince minutos en la sala de montaje, complicando la comprensión de algunas escenas, su realización impecable y atmosférica, su belleza compositiva y su amplitud de registros la convierten en una obra maestra incuestionable, calificación que también merece la versátil y aterciopelada banda sonora del compositor Franz Waxman, uno de los muchos regalos que Hitler hizo a Hollywood.