María José Solano: El Titanic y el Titan: defendiendo la estulticia
«Desde hace casi un siglo, el Titanic se mantiene victorioso como imagen perfecta e inalterable de todo lo que somos y seguimos siendo»
Miro mi nuevo reloj de muñeca, regalo elegante de cumpleaños y de vida, y compruebo con exactitud suiza que son las doce del mediodía de un veinte de junio, martes, ni te cases ni te embarques. Y precisamente es a lo que no dejo de darle vueltas hoy; no a lo de la boda, pues al fin y al cabo el amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta, que dijo mi admirado Saulo, sino a lo del embarque. Cuando tecleo esta columna nada se sabe aún de la suerte de los tripulantes del sumergible Titan al que habían accedido por el módico precio de 250.000 dólares para realizar la visita exclusiva del fondo abisal donde descansan los restos del RMS Titanic.
De las cinco personas encerradas, dos son profesionales y tres son, digámoslo así, aguerridos turistas de la adrenalina. Supongo que para los primeros aquello iba incluido en la nómina, pero pienso en los otros tres aventureros de élite e imagino que eran conscientes de que iban a encapsularse en un artilugio de fibra de carbono y titanio para descender a 1.700 kilómetros de Cabo Cod en una profundidad aproximada de unos 3.ooo metros con una reserva máxima de oxígeno de 96 horas, con la certeza de que en mitad del Atlántico Norte ni el sistema Starlink de Elon Musk sería capaz de garantizar la cobertura wifi para contarlo por Twitter o para pedir ayuda, según tocara. Y estoy convencida de que además sabían que la razón por la que se tardó más de 70 años en encontrar el pecio del Titanic era, precisamente, porque se hundió en uno de los lugares más remotos del planeta.
Espero sinceramente que la historia acabe con final feliz, que el explorador y multimillonario británico Hamish Harding, ideólogo de esta aventura, vuelva junto a sus compañeros sano y salvo a su casa de Emiratos Árabes y que un negro le escriba el libro, lo publique con Penguin Books y se forre todavía más. Pero si no es posible, porque los designios de Dios son inescrutables, doy gracias igualmente porque de vez en cuando la estupidez humana, que se mantiene inquebrantable, siga renovando las metáforas con las que nutrir nuestras vidas y nuestras columnas, pues desde hace casi un siglo, el Titanic se mantiene victorioso como imagen perfecta e inalterable de todo lo que somos y seguimos siendo.