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Carmen Posadas: La belleza y sus paradojas

Hay supuestos que todos damos por buenos, aunque la experiencia y la razón digan lo contrario. Uno es la identificación de la bondad con la belleza, un apriorismo que se manifiesta en todo, desde los cuentos de hadas hasta las multas de tráfico. En los cuentos, por ejemplo, lasheroínas, bien sean princesas o humildes pastorcillas o molineras, son siempre monísimas, de cabellos sedosos y ojos grandes y almendrados, mientras que los personajes femeninos negativos son brujas o viejas salpicadas de verrugas.

En cuanto a las multas de tráfico, se sabe que los guapos escapan con más facilidad de los rigores de los agentes de tráfico, ahorrándose una pasta. ¿Por qué es así?, ¿por qué, y tal como se sorprendía Baudelaire, «la belleza del cuerpo es un sublime don que de toda infamia arranca un perdón»? Sea por la razón que fuere, no hay que reflexionar demasiado para darse cuenta de que, por mucho que lo afirme la sabiduría popular, la cara no es el espejo del alma y, detrás de un rostro bello, no siempre hay un querubín.

¿Por qué, y tal como se sorprendía Baudelaire, «la belleza del cuerpo es un sublime don que de toda infamia arranca un perdón»?

Dicho esto, hay que añadir que también los animales sienten la misma inclinación que nosotros hacia sus congéneres más agraciados, lo que lleva a pensar que tal vez se debe a razones antropológicas. Nos sentimos atraídos hacia los bellos porque sus genes parecen asegurar una prole más hermosa y saludable. Pura selección natural. Pero existe, además, otro ejemplo de ese tan equívoco binomio belleza-bondad que también damos por bueno, aunque sea igualmente falso. Hablo ahora no de la belleza física, sino de la capacidad de algunas personas de crear belleza, ya sea una música excelsa, un cuadro deslumbrante o versos y páginas de una hermosura celestial.

¿Es el arte producto de un alma igualmente sublime? Una vez más, tendemos a pensar que sí porque resulta difícil asumir que una mente mezquina pueda producir belleza. Y, sin embargo, en no pocas ocasiones, esa música que nos trastorna las entendederas, esa escultura excelsa o esos versos que nos mueven a las lágrimas fueron creados por seres ruines, cuando no directamente criminales. No hace falta recurrir al siempre socorrido ejemplo de Caravaggio, mutilador de penes ajenos para saber que es cierto. Al machista, ególatra y protonazi de  Richard Wagner, por ejemplo, no lo querría yo de vecino. ¿Y qué decir de Pablo Neruda? Aterra pensar que, al tiempo que escribía sus Veinte poemas de amor y una canción desesperada, negaba una mínima pensión alimenticia a su hija Malva Marina, aquejada de hidrocefalia, a la que amablemente rebautizó como «la monstrua».

Siempre me ha llamado la atención esa falta de concordancia entre belleza interna y belleza externa, una que se manifiesta no solo en el aspecto físico o en el mundo de los creadores, también en otras actividades humanas tan positivas y deseables como la filantropía o el mecenazgo. El caso más paradigmático tal vez sea el de Jean Paul Getty (1892-1976). Después de amasar una colosal fortuna que lo convirtió en el hombre más rico de su tiempo, Getty (hombre cultísimo que hablaba no menos de nueve lenguas) no solo logró reunir una singular colección de arte, sino que dedicó enormes cantidades de dinero a crear y financiar diversas entidades benéficas, a cual más meritoria. En la esfera más personal, en cambio, Getty fue un jefe despótico y rácano que hizo instalar en su mansión una cabina telefónica de fichas para cobrar las llamadas a sus empleados y visitantes. En cuanto a su vida familiar, ya conocen la historia del secuestro del nieto John Paul y cómo su milmillonario abuelo se negó a pagar el rescate hasta que recibió por correo la oreja cercenada del joven. (E incluso después de la mutilación siguió negociando hasta conseguir una sustancial rebaja).

Así son las paradojas de nuestra especie. Lo excelso convive con lo más abyecto. Por suerte, y supongo que en compensación, son muchos más aquellos que no tienen la belleza de Helena de Troya, tampoco el talento de Praxíteles ni los millones de Creso y, sin embargo, con su tesón, su afán, su entusiasmo y, sobre todo, su bondad son los que realmente hacen girar este viejo planeta nuestro tan lleno de contradicciones.

 

 

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