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Lo que arde es la República

El conflicto en Francia afecta al corazón de una convivencia que empieza a dar muestras de un letal agotamiento

Mientras aquí pasamos los días debatiendo cómo responden a un par de marionetas los candidatos a la Presidencia del Gobierno, Francia está ardiendo. Y no sólo en un sentido literal. La intolerable muerte de Nahel a manos de un policía ha rebasado la reacción comprensible después de una injusticia. Cuando un hombre empuña una pistola nos encontramos, muy probablemente, ante el preludio de un horror.

Pero lo que está sucediendo en las calles de media Francia rebasa, con mucho, a los actores implicados en este suceso. El fuego en las instituciones no habla, o no sólo, de un injustificable exceso policial. Los disturbios que han forzado el toque de queda hablan de una grieta que puede acabar siendo mortal para la quinta República.

Sólo un ingenuo podría comparar lo ocurrido en Francia con las protestas que sucedieron a la muerte de George Floyd en el barrio de Powderhorn, Minneápolis. La muerte de aquel joven a manos de otro policía precipitó una reacción airada de toda la comunidad negra harta de que se la criminalice por defecto y cansada de sufrir abusos policiales. Pero la gramática de aquellas concentraciones, ridículamente emuladas hasta en Zaragoza, por cierto, se explica en términos raciales y expresa la manera en la que EE.UU. intenta suturar una de sus vergüenzas fundacionales. Hubo, por supuesto, violencia injustificada en aquellas protestas y la noble causa reivindicada sirvió, una vez más, como una vil coartada para legitimar disturbios descontrolados.

A pesar de la semejanza, la situación en las calles francesas es infinitamente más grave. En ambas circunstancias los manifestantes quemaron banderas de los respectivos países, pero mientras en Mineápolis los asaltantes violentaban los escaparates de los comercios, en Francia se atenta contra los símbolos nacionales. Escuelas, comisarías, bibliotecas y edificios públicos están siendo el objetivo preferente de quienes hacen arder las calles en un claro signo que no debería dejar tranquilo a nadie. El problema para quienes imponen el toque de queda en Francia no es la imprudencia, ni tan siquiera la crueldad homicida de un hombre: el conflicto afecta al corazón de una convivencia que empieza a dar muestras de un letal agotamiento.

Francia no es exactamente un Estado liberal al uso. Su comunidad política está vertebrada por signos y valores que resultan eminentemente visibles. Su explícito ideal moral se expresa en el trilema revolucionario que reza en el frontispicio de todos los edificios públicos y se personifica en la Marianne que figura debajo del atril de cada presidente. Cuando Notre Dame ardía los periódicos titularon acertadamente que era Europa la que estaba en llamas. De igual modo, los signos republicanos que hoy se atacan son también los signos que nosotros compartimos. La noticia de lo que viene vuelve a estar en las calles de Francia.

 

 

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