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Guy Sorman: ¿Cuándo termina la descolonización?

En Estados Unidos, la inmensa mayoría de los afroamericanos siguen siendo una comunidad separada, más pobre, con menos formación y más expuesta a la violencia que los blancos

Analicemos dos acontecimientos recientes, aparentemente sin relación entre sí, que han tenido lugar en dos continentes diferentes. Por un lado, en Francia, grupos de jóvenes saquearon las tiendas en multitud de centros urbanos e incendiaron miles de coches a raíz de la muerte de uno de los suyos, un joven de 17 años que había sido detenido por la policía. Al otro lado del Atlántico, el Tribunal Supremo de Estados Unidos ha prohibido que la raza sea un criterio reconocido para favorecer el acceso de los negros a las principales universidades estadounidenses, y en concreto, a Harvard. ¿Qué punto en común hay entre los dos? El legado de la colonización y la descolonización, que sigue impregnando fuertemente nuestras sociedades occidentales, siglos después de su instauración.

En Estados Unidos, puede que la esclavitud fuera abolida hace más de un siglo, y que los derechos civiles de los negros fueran confirmados y reconfirmados una y otra vez por la ley desde la década de 1960, pero la inmensa mayoría de los afroamericanos siguen siendo una comunidad separada, más pobre, con menos formación académica y más expuesta a la violencia que los blancos. Para remediarlo, en una especie de descolonización, se les reservan de hecho empleos públicos y plazas en las universidades. Esta descolonización, que no dice su nombre, sino que se esconde tras el término ‘diversidad’, ha dado lugar a una élite negra, pero esta no ha borrado a su paso el estigma de la esclavitud o la colonización.

En general, los afroamericanos siguen siendo un pueblo aparte. Hay dos teorías opuestas. Para los ‘progresistas’ del Partido Demócrata, la verdadera descolonización de los afroamericanos exigiría aún más ‘reparaciones’, tanto en dinero como en lugares y empleos reservados. En cambio, para el bando conservador, el Partido Republicano, como se han concedido privilegios –relativos– a la minoría afroamericana, esta no siempre se integra en la corriente dominante de la sociedad estadounidense. En resumen, seguimos sin saber cómo acabar con la esclavitud, con esta colonización interna.

Lo mismo ocurre en Francia, aunque con cierto grado de hipocresía además. A diferencia de Estados Unidos, está prohibido conocer o declarar públicamente la raza o la religión de los ciudadanos. Cuando los jóvenes atacan a la Policía y la Policía les ataca a ellos, solo se puede hablar de ‘jóvenes’. Pero no se engaña a nadie, ya que sus nombres de pila indican inequívocamente su origen árabe-musulmán o musulmán de África occidental. A excepción de sus escasas élites, estos ‘jóvenes’ apenas están más integrados que los afroamericanos, y son el legado de una colonización y descolonización fallidas. La violencia que periódicamente enciende los suburbios franceses es, de hecho, una continuación de las guerras coloniales.

Cuando Francia se propuso crear un imperio, el pretexto no era –como en España– difundir el cristianismo, sino la civilización; cuando yo era pequeño, nuestros profesores todavía utilizaban la expresión «misión civilizadora de Francia». Sin ningún pudor. Pues bien, cuando observamos las antiguas colonias francesas, solo podemos concluir que esta misión fue un fracaso: ninguna de las antiguas colonias es próspera, democrática o registra un alto nivel de formación. El idioma francés, si no ha desaparecido (como en Vietnam), tiende a ser sustituido por el inglés (como en Marruecos y Senegal) o el árabe (como en Argelia). La descolonización no ha tenido más éxito que la colonización. Las relaciones entre las antiguas colonias y la exmetrópoli se han deteriorado hasta tal punto que el Ejército francés ha sido expulsado del Sahel africano.

Lo que Francia ha heredado de la colonización ha sido, sobre todo, una población de inmigrantes, que probablemente representa el 10 por ciento de la población total. Estas comunidades, al igual que los afroamericanos, se agrupan según su origen étnico y, con el paso de las generaciones, se alejan cada vez más de la corriente principal de la sociedad; viven aparte, y mal. La descolonización interna en Francia no ha tenido más éxito que la descolonización externa.

Si somos optimistas, podemos confiar en el tiempo y en el amor: un tercio de las francesas de origen árabe se casan con no árabes. ¿Se logrará la descolonización mediante el mestizaje? Si somos pesimistas, observaremos que los hombres árabes raramente se casan fuera de su comunidad y dejan los estudios más rápidamente que las mujeres, para dedicarse a actividades ilegales y lucrativas. Los mismos pesimistas señalarán que a los inmigrantes de antaño se les unen otros flujos más recientes procedentes del sur de Asia y del este de África y que son totalmente ajenos a la cultura francesa.

Pero, ¿qué es la cultura o la identidad francesa o estadounidense? ¿En qué consiste la identidad nacional? También en este caso hay dos respuestas posibles: la cultura y la identidad son cosas que no cambian, o la cultura y la identidad son cosas que sí cambian. La descolonización interior es más difícil de llevar a cabo porque los franceses y los estadounidenses ‘de pura cepa’ no consiguen ponerse de acuerdo entre ellos a la hora de definir su propia identidad. ¿Mi posición personal? Que ya no existe prácticamente una identidad nacional, sino muchas identidades diferentes que constituyen la nación. Aún tenemos que aprender a vivir con esta diversidad; no será fácil.

 

 

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