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Armando Durán / Laberintos: Elecciones primarias de la oposición venezolana

   Este 25 de julio se cumplirán 24 años de la elección en Venezuela de una Asamblea Nacional Constituyente, cuya finalidad era la redacción de un nuevo texto constitucional. A la medida exacta del régimen que Hugo Chávez, desde la Presidencia de la República, conquistada a punta de votos en las elecciones celebradas en diciembre del año anterior, pretendía imponerle al país. Un empeño que se logró sin ningún contratiempo gracias a una triquiñuela aritmética, llamada por sus creadores “kino electoral”, artilugio que alteró la mecánica de la representatividad hasta el extremo de traducir el 65 por ciento de los votos que sumaron sus candidatos en las urnas de aquella jornada electoral en 121 de los 131 escaños a ocupar.

   Aquella elección fue un decisivo punto de quiebre en el proceso político venezolano porque definió la naturaleza fraudulenta de las elecciones que se realizarían desde entonces en Venezuela: en todas ellas votar siempre ha sido una cosa y elegir otra muy distinta. Desde entonces, y hasta el día de hoy, Venezuela ha sido víctima de la misma grosera mentira que en tiempos de la tramposa Mesa de Negociación y Acuerdos utilizó Francisco Diez, representante del Centro Carter ante las fuerzas opositoras y el gobierno de Hugo Chávez para sostener, hace 20 años, que la única opción posible de los venezolanos “para evitar explosiones de violencia abierta”, como la que sorprendió al país el 11 de abril de 2001, era que la oposición dialogara y se entendiera con el régimen.

   Fue el primer paso que puso en marcha la sistemática capitulación de un sector de la dirigencia supuestamente opositora, gracias a la cual Hugo Chávez primero y Nicolás Mauro después han podido neutralizar todos los peligros que en este último cuarto de siglo han amenazado al régimen,  cuyo más obsesivo propósito ha sido y sigue siendo conservar el poder hasta el fin de los siglos, al precio que sea. Proyecto que sus promotores, del gobierno y de cierta supuesta oposición, han alimentado con el caramelo envenenado de las muchas falsas mesas de negociación entre representantes del gobierno y la oposición, y la convocatoria igualmente reiterativa de elecciones trucadas. Como si en efecto hablando se entendiera la gente, perversa tergiversación colaboracionista del dicho popular, que le ha servido a las fuerzas políticas no chavistas, agonizantes desde finales del siglo pasado por las múltiples divisiones internas de los dos principales partidos políticos del país, el socialdemócrata Acción Democrática y el democristiano COPEI,  para justificar su mansedumbre ante los condicionamientos, cada vez más inadmisibles, de un régimen que ha terminado por sentirse, con toda la razón del mundo, dueño absoluto de Venezuela.

   Esta debilidad de las organizaciones que debían de haberse opuesto al régimen y no lo han hecho fue el motivo de que sus dirigentes comprendieran que la única manera de subsistir y ser tomados medio en serio por la sociedad civil y por el régimen era la unidad, aunque solo fuera para aparentar una fortaleza que por supuesto no tenían. De esa urgencia política y existencial surgieron, primero, la Coordinadora Democrática; después, la Mesa de la Unidad Democrática; y, finalmente, la actual Plataforma Unitaria Democrática. El mismo perro de alianzas meramente electorales aunque con diferente collares, como si la simple suma de las debilidades del campo opositor bastara para producir el salto dialéctico que transformara esas ficciones políticas de maletín en una fuerza política invencible. Por la penosa razón de esta sinrazón, el título de mi columna Laberintos publicada el 24 de marzo pasado en este portal digital, a raíz del anuncio oficial de que los venezolanos podrían elegir nuevo presidente el año que viene, fue una interrogante desoladora: ¿Elecciones para qué?

   La Plataforma Unitaria Democrática se había adelantado al anuncio hecho por el propio Maduro al informar en mayo de 2022 que “la candidata o candidato presidencial de la oposición de cara a las elecciones por venir será seleccionado por un amplio y plural proceso de primarias, que se realizará en el año 2023.” Luego, el pasado mes de febrero, precisó que ese evento se realizaría el próximo 22 de octubre. A partir de ese instante, los 14 aspirantes a ser el abanderado o la abanderada de la oposición comenzaron a mover sus piezas y movilizarse, pero a medida que esta suerte de semiclandestina campaña electoral se ha venido haciendo visible en los reducidos espacios políticos disponibles en Venezuela, se han producido dos hechos relevantes. Uno, que aunque las encuestas carecen de validez en la Venezuela chavista, en el ánimo de los venezolanos crece la certeza de que la vencedora en la consulta del 22 de octubre será María Corina Machado, la única precandidatura ajena por completo a los turbios manejos de los complacientes dirigentes de los cuatro partidos de la presunta oposición, el tristemente célebre G4, grupo que controla la alianza opositora con mano de hierro y jamás validaría esa eventual candidatura de Machado; el otro, que en ningún caso el régimen aceptaría correr el riesgo de una derrota que significara la interrupción del proceso chavista.

   En este punto es preciso recordar que si bien el régimen se consolidó a fuerza de elecciones muy astutamente manipuladas para al menos hacerlas parecer medianamente aceptables, la mezcla de arrogancia y descuidos del oficialismo provocaron una derrota aplastante de sus candidatos en las elecciones parlamentarias de 2015 y la brusca pérdida del control absoluto del Congreso que habían ejercido desde el año 2000, paso en falso que obligó a Maduro a despojarse de los velos de la simulación democrática y asumir a plenitud la responsabilidad de desconocer en la práctica aquella derrota, arremeter con fuerza imprevista las protestas políticas de los partidos de oposición que hasta ese momento habían aceptado sin chistar las condiciones impuestas por el régimen para participar en el juego político y reprimir con violencia extrema, con más de un centenar de asesinados y miles de heridos,  la rebeldía de la sociedad civil en las calles de toda Venezuela desde abril hasta agosto de 2017. La última gota que colmó el vaso de la paciencia internacional se produjo un año después, cuando el régimen adelantó la elección presidencial prevista para diciembre de 2018 a mayo y sin la participación de un legítimo candidato opositor.

   Todo cambió entonces para Maduro y para el régimen chavista. Los gobiernos democráticos de todo el planeta reconocieron al fin que el gobierno de Venezuela había roto el hilo constitucional, le exigieron a Maduro una pronta restauración del orden democrático y cuando el 10 de enero de 2019 volvió a juramentarse como presidente reelecto de Venezuela, más de 60 gobiernos, incluyendo a los de las dos Américas y a la inmensa mayoría de los gobiernos europeos, sencillamente desconocieron la legitimidad de su Presidencia y comenzaron a aplicarle duras sanciones económicas y diplomáticas al régimen y a muchas de sus más destacadas figuras políticas y militares. .

   A partir de ese momento se le hizo entender al régimen venezolano que las sanciones no se eliminarían sino todo lo contrario, a menos que en Venezuela se restaurara el hilo constitucional y el orden democrático. De ahí que el 5 de agosto de 2021 se anunció el reinicio en Ciudad de México de las negociaciones entre el régimen venezolano y representantes de la oposición, con la mediación del gobierno de Noruega. De ahí que Maduro planteara entonces que Estados Unidos y la Unión Europea comenzaran a eliminar las sanciones a medida que las negociaciones avanzaran. De ahí la interrupción del diálogo cuando Washington y Europa reafirmaron que no bastaban las supuestas buenas intenciones del régimen y solo comenzarían a levantarse las sanciones después que el régimen adoptara medidas serias y concretas en materia de libertades democráticas. Y de ahí que Maduro finalmente aceptara celebrar elecciones el año que viene para lavarle la cara a su gobierno y aliviar el cerco internacional, proyecto que ha comenzado a hacer agua por todas las costuras, porque entrar por el aro realmente democrático que exigen Estados Unidos y la Unión Europea equivaldría a una derrota rotunda e inevitable de Maduro, situación que ni él ni los jerarcas del régimen dan la impresión de estar dispuestos a aceptar.

   Por la historia electoral del régimen y por la vocación totalitaria de sus dirigentes me preguntaba yo el pasado 24 de marzo, ¿elecciones para qué? Y me pregunto ahora, ante las evidencias de que Maduro y compañía no van a dar su brazo a torcer, ¿elecciones primarias en Venezuela para qué?

 

 

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