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Carmen Posadas: Un nuevo (y gran) negocio

 

El término «conspiranoia» es... - Fundéu (Español Urgente) | Facebook

 

Pasa en Francia y supongo que no tardará en ocurrir también en España. Las teorías complotistas y conspiranoicas que antes germinaban y florecían sobre todo en Internet han dado el salto al mundo editorial. Según leo en un medio parisino, libros como Todo lo que nos han ocultado sobre el ARN mensajero, en el que se afirma que las vacunas de Pfizer, BioNTech y Moderna «nos modifican genéticamente y son un noventa y ocho veces más peligrosas que la covid-19»; u otro, firmado por un antiguo jefe del Servicio de Enfermedades Infecciosas del hospital Raymond Poincaré, que defiende la hidroxicloroquina como tratamiento eficaz contra el virus, han vendido cientos de miles de ejemplares durante la pandemia y generado millones de euros de beneficio para sus autores. También para los editores que han descubierto el filón.

Me resulta difícil entender que graduados en Harvard o Yale se nieguen a vacunar a sus hijos contra el sarampión o la viruela por miedo a que se vuelvan autistas

En tiempos en los que la verdad es opinable y personas formadas y cultas están dispuestas a creer cualquier cosa, ¿por qué no darles lo que piden? Y, de  paso, santificar cualquier loca teoría con el plus de credibilidad que confiere ese objeto único, irreprochable y prestigioso que es el libro. En realidad, no se puede decir que el fenómeno sea nuevo. Yo, por ejemplo, con quince o dieciséis años, pasaba noches enteras en vela leyendo sobre avistamientos de ovnis. En especial, las fascinantes teorías de Erich von Däniken, que, en su best seller La historia nos miente, argumentaba que en el Antiguo Testamento se habla de seres celestes que bajaban a la Tierra para mantener relaciones sexuales con doncellas; también las de Lobsang  Rampa y su celebérrimo Tercer ojo. Pero en aquel entonces había una diferencia evidente entre pseudociencia y teorías serias. A nadie se le ocurría, por ejemplo, equiparar al bueno de Von Däniken con un erudito. En aquellos tiempos –hay que ver lo vieja que soy– una adolescente como yo maduraba, crecía y acababa por desechar teorías que, por muy apasionantes que fuesen (y vaya si lo eran), contradecían el más elemental sentido común. Ahora, en cambio, da la impresión de que la gente, en vez de madurar, reverdece en el peor sentido de la palabra y acaba abrazando teorías cuanto más rocambolescas, mejor. De hecho, estamos en la revisión permanente de todo, incluso lo científicamente incontrovertible. Como ya no soy la quinceañera que se dejaba fascinar por Von Däniken o Rampa, me resulta difícil entender que graduados en Harvard o Yale se nieguen a vacunar a sus hijos contra el sarampión o la viruela por miedo a que se vuelvan autistas. O que cantantes, actores o deportistas de renombre internacional como Miguel Bosé, Novak Djokovic, Brigitte Bardot, Jim Carrey o Hana Horka utilicen su notoriedad para apoyar esta misma ‘tesis’. De hecho, Hana Horka murió hace año y medio tras contraer deliberadamente covid en su afán de evitar la vacunación. Pero ¿quién se acuerda? Dirán ustedes que el maldito virus empieza a ser parte del pasado y ojalá así sea. Sin embargo, las teorías negacionistas y complotistas van mucho más allá. Las hay que niegan el cambio climático; las hay que afirman que Bill Gates y George Soros son partidarios de la eugenesia y pretenden el exterminio de los ‘seres inferiores’ para mejorar la raza; o, según otra variante, nos quieren implantar un microchip para monitorizar nuestros movimientos. En su libro Hay mucha gente que dice, los profesores de Harvard Russell Muirhead y Nancy Rosenblum  explican cuáles son las características básicas del conspiracionismo. Según ellos, a diferencia de otros tiempos, se caracteriza por su falta de sentido. Antes, un conspiranoico se tomaba al menos la molestia de buscar y retorcer datos que dieran verosimilitud a su teoría. En la actualidad, y tras invocar la mágica frase «hay mucha gente que dice», basta con inventarse una cosa muy loca y hacer que se vuelva viral. El paso siguiente –y he aquí la novedad que me preocupa– es convertirla en un negocio. Y, para más inri, dotarla de seriedad y prestigio convirtiéndola en un libro que vende millones de ejemplares. Nada más fácil. Hace años que la gente confunde certezas  con número de likes, y millones de conspiranoicos no pueden estar equivocados, ¿verdad?

 

 

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