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Claudio Hohmann: El país al que anhelamos parecernos

El crecimiento debe volver a ocupar el lugar central que ostentó no hace tanto en el quehacer del sistema político, que en lugar de obstaculizarlo debe ahora impulsarlo sin reservas. No queda tiempo que perder.

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La encuesta Cadem publicada hace unos días incluyó una pregunta poco frecuente en los estudios de opinión pública. Se preguntó: “Si Chile decidiera seguir el modelo político/económico de otro país, a Ud. le gustaría que se pareciera a …”. Australia y Nueva Zelanda lideraron las respuestas, seguidos de Estados Unidos. Si se añade Suecia, cuarto detrás de los anteriores, los cuatro países suman el 70% de las preferencias. Estas respuestas son reveladoras de las nítidas preferencias de los encuestados (que representan también a las de los chilenos con un margen de error del 3,7% según la empresa encuestadora). Notablemente, en septiembre de 2020 -cuando todavía no se apagaban del todo las brasas del estallido social- la misma pregunta obtuvo una respuesta casi idéntica, incluyendo el porcentaje que sumaron los mismos cuatro países preferidos.

Estos resultados dicen mucho de las aspiraciones actuales de los chilenos, abonando a la tesis expuesta repetidamente por Carlos Peña en cuanto a que la demanda de los grupos medios en los últimos años es por una expansión de los frutos de la modernización capitalista y no su morigeración, o peor aún, su reemplazo.

Por cierto, las preferencias (a las que se suman, aunque en mucho menor grado, Francia y España) corresponden a naciones desarrolladas que alcanzaron ese envidiable estatus por la vía de la democracia y el capitalismo, sin ninguna excepción, aunque con diferencias no menores en relación a los instrumentos de política pública que se han puesto en vigor en cada caso.

Australia, uno de los países más desarrollados del mundo, causa justificada admiración. En cambio, países como Cuba no concitan la preferencia de ningún encuestado. La revolución cubana, que tanto deslumbramiento causó por años en la izquierda, provoca escasísimo entusiasmo entre los chilenos. Otros estudios revelan que la revolución chavista es también rechazada por una contundente mayoría de connacionales. Como escribió Daniel Matamala el domingo último, “no todos los países capitalistas son democráticos, pero todas las democracias avanzadas del mundo son capitalistas”. No hay lugar entonces para la duda: la aspiración es el desarrollo y el modelo político/económico a seguir es el de países que lo han alcanzado y que disfrutan ampliamente de sus beneficios.

Pero la brecha que media entre el PIB per cápita de nuestro país, algo por sobre US$25.000 (valor de paridad de poder adquisitivo) y el de las naciones que provocan nuestra admiración, es enorme. El de Australia es de unos US$60.000, mientras que el de Nueva Zelanda va por los US$48.000. Al ritmo de nuestro disminuido crecimiento tendencial nos tomaría décadas alcanzar esos niveles de desarrollo (casi medio siglo el de Australia). Para peor, hemos perdido una década de esmirriado crecimiento y volver a retomarlo con dinamismo nos va a demandar esfuerzos y reformas que no serán fáciles para el sistema político. Algunas casi parecen inalcanzables.

Pero, en todo caso, será necesario retomar un consenso que en un desafortunado momento perdimos en el camino: que el crecimiento económico es indispensable para alcanzar el desarrollo y dar satisfacción al anhelo de progreso y bienestar de los chilenos. El crecimiento debe volver a ocupar el lugar central que ostentó no hace tanto en el quehacer del sistema político, que en lugar de obstaculizarlo debe ahora impulsarlo sin reservas. No queda tiempo que perder.

 

 

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