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El modelo chino en la picota

Unos analistas atribuyen la crisis económica a la falta de libertad y otros, a problemas estructurales. Sea como sea, Pekín supone hoy una incertidumbre con la que no se contaba

La percepción de la economía china ha cambiado radicalmente en pocos meses. El país que fue capaz de asombrar al mundo con un milagro económico que en 30 años lo llevó de una economía de subsistencia a convertirse en la gran fábrica del planeta, no consigue despegarse de un relato negativo.

El crecimiento se ha ralentizado en comparación con décadas anteriores y en las últimas semanas ha encadenado una serie de malos indicadores: las exportaciones se han hundido (-14,5 por ciento en julio), las importaciones, lo mismo #(-12,4 por ciento), la inversión extranjera se halla en el punto más bajo en 25 años y, la semana pasada, el índice de precios arrojó un -0,3 por ciento, que podría ser el inicio de un proceso deflacionario.

Con todo, hay que tener en cuenta que la mayoría de los economistas, tanto dentro como fuera de China, esperan que su economía crezca un 5 por ciento anual, muy lejos del estancamiento japonés, pero claramente insuficiente para un país que todavía tiene desafíos sociales muy importantes.

El país sufrió un duro golpe con el Covid. No sólo fue el lugar de nacimiento del coronavirus, sino que el exceso de celo y los mitos que anidan entre sus gobernantes, los llevaron a implantar la estrategia del Covid Cero y rechazar las vacunas más modernas cuando ya toda Europa y EE.UU. habían doblegado la enfermedad y las economías volvían a abrirse. La decisión de aplicar en un país continental la misma estrategia que funcionó en islas como Australia y Nueva Zelanda es una cuestión que aún no se ha aclarado y que duerme en los arcanos del régimen comunista. Pero lo que es un hecho indiscutible es que el despegue económico que se esperaba una vez repudiada la estrategia del Covid Cero no ha colmado las expectativas.

La primera idea que se viene a la cabeza es que los problemas económicos de China son de naturaleza política: se deberían a la falta de libertades y a un liderazgo mediocre. Se han publicado artículos muy documentados en la prensa internacional que atribuyen a un enfrentamiento entre la clase empresarial y el Partido Comunista la actual decadencia económica. Otros expertos, como el director del Instituto Peterson, Adam Posen, sostienen que el contrato social entre el pueblo y la jerarquía comunista está roto y la crisis del Covid lo habría evidenciado.

Pero hay un buen número de economistas, como Michael Pettis o Paul Krugman, que creen que los problemas que enfrenta China son estructurales y son fruto de la evolución natural de su economía. El país puso en pie un modelo de elevado ahorro y alta inversión que funcionó muy bien las primeras décadas gracias a la disciplina social del régimen que impuso notables sacrificios a su población. Pero esto no podía durar para siempre y el sistema debió reformarse y favorecer el surgimiento de una poderosa y extendida demanda interna. Como no lo hizo continuó sobreinvirtiendo y generando burbujas como la de su sector inmobiliario. Pettis, por ejemplo, sostiene que precisamente el giro antiempresarial del PC ha sido consecuencia de estos desequilibrios más que la causa de los mismos. Hoy, la inversión se habría desplomado no tanto por el intervencionismo del régimen, sino como consecuencia de la debilidad de su demanda.

Sea como sea, y tal como se decía de Francia y Europa en el siglo XVIII, si la economía china estornuda, el mundo se resfría. No sólo Occidente depende de la factoría china, también vastas regiones de África e Iberoamérica viven de su demanda de materias primas. Hoy ha surgido una fuente de inestabilidad económica con la que hace tres meses no se contaba y eso debería preocuparnos.

 

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