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El nuevo populismo argentino

En un país que lleva experimentando con la demagogia desde la década de 1950, la llegada del populismo de Milei es una gran novedad

Ala vicepresidenta argentina Cristina Kirchner se le pueden atribuir muchos defectos pero no la falta de un agudo olfato político. Ya en mayo sentenció que las elecciones de este año serían atípicas en su país: vaticinó que sería «de tercios» y no de «bloques». Desde que en 1989 terminó el gobierno de Raúl Alfonsín, peronistas y antiperonistas se han repartido hasta el 90 por ciento de los votos en las contiendas electorales, pero ahora había surgido un voto nuevo, cuya dimensión no conocía y que caracterizó como «hijo de la bronca». Esa ‘bronca’ es la mezcla de rabia y desencanto que se ha apoderado de los ciudadanos que llevan décadas viendo cómo los dos polos tradicionales que se han turnado en el poder han llevado al país a un abismo económico.

Ese hartazgo lo ha capitalizado Javier Milei, un economista y político surgido de las tertulias, que se define a sí mismo como un «anarcoliberal» y cuya manera de actuar encaja a la perfección con el perfil del populista. Milei se ha dedicado a proclamar ideas tomadas del liberalismo económico de manera radical y a proponer su extensión a campos inusuales. Por ejemplo, propone «dinamitar» el Banco Central y su monopolio sobre la emisión de pesos, dolarizar la economía del país (como ya hizo el ministro Domingo Cavallo en la década de 1990), privatizar las empresas públicas, permitir un libre mercado de comercio de órganos humanos, y autorizar el porte y la venta libre de armas. Milei también es contrario al aborto y a la introducción de políticas LGTBIQ+ en las aulas. Pero el concepto que más tirón popular le ha proporcionado ha sido el de «casta», que ha importado de España, donde lo usó Pablo Iglesias y algunos activistas de la derecha nacionalpopulista. El sentido con el que lo emplea es el mismo que le dio aquí el movimiento 15-M: rechazo y hastío con los partidos tradicionales. Milei representa, en ese sentido, un tipo de populismo inédito en un país que lleva apostando por él desde 1950.

La celebración de las PASO (Primarias, Abiertas, Simultáneas y Obligatorias) este fin de semana le ha permitido a Milei comprobar que más del 30 por ciento del electorado lo respalda, lo cual supone la consolidación de ese otro tercio de votantes que esperaba Kirchner. El resultado ha sorprendido porque las encuestas dudaban si Milei sería segundo o tercero, pero nunca lo situaron en primer lugar, y por el mal resultado del peronismo que, con un 27% de los votos, se encuentra en su peor momento en términos numéricos.

Pero el resultado tiene matices importantes. En la ciudad de Buenos Aires, que se ha convertido en un feudo de la derecha creada por Mauricio Macri, Milei quedó tercero. Y en la populosa provincia de Buenos Aires ganó el exministro de Economía y gobernador peronista Axel Kicillof. La clave del triunfo de Milei estuvo en el voto de las provincias, pero hay que tener en cuenta que 17 de las 23 provincias ya eligieron sus gobernadores por lo que el voto a Milei no tiene ninguna consecuencia práctica.

Ayer, los argentinos se levantaron divididos en tres. La derecha suma dos tercios, pero la «casta» también. Es un escenario desacostumbrado para el peronismo, habituado a representar al menos a medio país. Le ha pasado factura su nefasta gestión económica en una nación con una inflación anual del 115 por ciento. El ministro de Economía, Sergio Massa, vencedor de la primaria peronista, llamó a la remontada la noche del domingo, pero el lunes tuvo que enfrentarse a la cruda realidad y devaluar el peso en un 22 por ciento porque Argentina está, una vez más, contra las cuerdas, aunque ahora parece dispuesta a experimentar con un nuevo tipo de demagogo.

 

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