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Karina Sainz Borgo / Bestiario Estival (II): Pedro Sánchez, el tigre de los espejos y la telegenia

Está emparentado con los seres imaginarios de Borges y sufrió la suerte del Shere Kan de Kipling

Pedro Sánchez, primera entrega del bestiario veraniego. NIETO

 

Es la más controvertida de las bestias del inframundo electoral. Debe el nombre de su forma mortal a la primera piedra que entró en el zapato del hombre que cruzó la Mancha con Alonso Quijano. Su estirpe, sin embargo, es anterior al cisma que dividió a la dinastía de los jarrones chinos socialdemócratas. En un principio identificado con el pícaro al que Apuleyo convirtió en asno en el siglo II después de Cristo, pertenece en realidad a la familia de los animales de los espejos que Borges describió en ‘El libro de los seres imaginarios’, y a los que un jesuita tardomedieval atribuyó la ruptura de la paz entre los reinos humano y especular. Gracias a las anotaciones que un corsario vallecano halló en el tercer tomo de las ‘Cartas zoológicas de Ferraz’, quedó clara su naturaleza felina, aunque eso no lo exime de la capacidad de adoptar formas innobles para atravesar todo tipo de cristales, incluidos los de la lente de una cámara. Al Tigre de los espejos y la telegenia se le relaciona con el Narciso mitológico. Dos hipótesis avalan su posible parentesco con el mozo helénico abobado por el reflejo de su rostro en el agua. La primera se desprende de su tendencia natural a observarse sobre cualquier superficie. La segunda, recogida en una versión apócrifa de ‘Las metamorfosis’, de Ovidio, da fe de una historia según la cual la ninfa Eco jamás murió dentro de su cueva desfallecida por el desamor de Narciso, sino que salió a recorrer el mundo a bordo de un Peugeot para dragar los estanques y romper los retrovisores, vajillas y cualquier clase de material reflectante. Lo que hasta entonces había sido la maldición de Eco, repetir las últimas dos palabras de todo cuanto se le dijera, prendió en el espíritu del Tigre de los espejos, que debe a la ninfa despechada el «no es no» que desató la batalla entre las polveras y las lunas de los probadores. Como buena criatura emancipada del mundo de los cristalinos, el Tigre de los espejos y la telegenia se cuela en la realidad, aunque pasa la mayoría del tiempo agazapado dentro de su propio reflejo. Cuentan las taquígrafas de San Jerónimo que sus arrebatos de amor propio tienen efectos devastadores sobre las criaturas bajo su influjo: desde la pulverización de las vacaciones de los humanos en edad de votar hasta las inundaciones de los ríos embaulados del Hades o el aumento de los peajes para cruzar la laguna Estigia. Por culpa del Tigre de los espejos y la telegenia se ha desplomado el valor en bolsa de las verdades del barquero y el rey Midas vio convertido su poder de transformar cuanto tocara ya no en oro sino en boñiga. La ratafía, bebedizo que el antiguo profeta de los Secesionistas le dio a probar en las fuentes de Guiomar, lo hizo caer en un sueño profundo del que el Tigre de los espejos despertó encerrado en las mazmorras de una casa de fieras luxemburguesa. Antes de ser liberado, un monje de la orden Puigdemoníaca le ató un cascabel en el cuello, por eso cuando huye, sus antiguos socios son capaces de predecir hacia cuál de todas las sabanas del Ampurdán se dirige. Advertidos de su debilidad por los tocadores, los señores feudales de la Orden del pasamontañas le amarraron a la cola una antorcha prendida en fuego con la que esparce incendios por media Hispania. Desde su llegada a la península, no hay campo de trigo que no se resista a su candela, ni marisma que no se evapore con los bandazos de su rabo de paja.

 

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