Irene Vallejo: Vino y besos
Aunque nos pueda parecer muy íntimo y propio, besar no es un acto exclusivo de los humanos. Ciertas especies de aves y mamíferos unen sus labios -o picos- como parte del ceremonial del cortejo o para traspasar alimentos desde la boca de los padres a las crías. Pero sobre la base de ese instinto compartido, los seres humanos hemos construido un edificio de costumbres, prohibiciones, leyes y lenguaje. Los antiguos romanos inventaron la primera tipología del beso: osculum, en la mejilla, por cortesía; basium, en la boca, por cariño; savium era el beso más hondo y erótico.
En Roma existió una ley -ius osculi- que obligaba a la mujer casada a besar a su marido todos los días y, si se lo pedían, a todos los parientes maculinos hasta los primos de grado segundo. La finalidad de esta imposición era oler el aliento de la mujer para comprobar si había bebido, pues se creía que el vino era la antesala del adulterio femenino.
En los tiempos más antiguos de la civilización romana, la esposa podía ser repudiada o encerrada en una habitación de la casa si era sospechosa de perder la contención y desobedecer emborrachándose en secreto. Y así, nuestros antepasados de Roma convirtieron el beso en una peculiar prueba de alcoholemia, demostrando la infinita complejidad de las acciones humanas: un mismo gesto puede expresar la libertad del deseo o el deseo de control.
IRENE VALLEJO: Escritora, Dra. en Clásicas. “El infinito en un junco” (Siruela), Premio Ojo Crítico Narrativa 2019 y Premio Nacional de Ensayo 2020