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Perfil: Arévalo vuelve a la Presidencia de Guatemala 80 años después

El mandatario es hijo de Juan José Arévalo, considerado el mejor presidente que ha tenido el país centroamericano en su historia

Claves detrás de quien ha sido electo como el presidente número 52 de Guatemala, tras unas elecciones sorpresivas y turbulentas, bajo un régimen que amenaza con acabar con la democracia, secuestrar las instituciones y fortalecer la impunidad

 

Que Bernardo Arévalo de León haya nacido en el mes de octubre puede no significar nada para la mayoría. Pero para los guatemaltecos, el mes de octubre es el mes de la revolución. Un día 20 de aquel mes, pero en 1944, ocurrió uno de los eventos políticos y sociales más importantes de la historia guatemalteca, que concluyó con el derrocamiento de la dictadura de Jorge Ubico y la instauración de la ‘Primavera Guatemalteca’. Una que, aunque apenas duró diez años, cambió la historia del país por siempre, de la mano de uno de sus protagonistas: Juan José Arévalo Bermejo, el padre de Bernardo.

El nuevo presidente de Guatemala es hijo de un expresidente. Su padre gobernó el país de 1945 a 1950 y es recordado por los libros de historia como el mejor mandatario de la historia moderna de Guatemala. A la sombra de su padre creció Bernardo, y ahora también gobernará bajo su sombra. «Quiero ser recordado como quien respetó el legado de su padre», le dijo Bernardo al medio ‘Prensa Libre’, unos días antes de ser elegido. Ha dado por hecho las comparaciones con su padre, que no le molestan, y que incluso fueron parte fundamental de su exitosa campaña electoral.

Bernardo Arévalo, cuyo mote Tío Bernie, se popularizó durante la campaña, nació en Montevideo, Uruguay. Su familia vivía allí tras el exilio de su padre, que ocurrió después de la contrarrevolución que ocurrió en 1954 y que acabó con aquella ‘Primavera Guatemalteca’ gracias al apoyo de Estados Unidos y las grandes corporaciones que dominaban la economía e industria del país centroamericano en aquella época. Así, el hijo del expresidente creció en múltiples países. Vivió una infancia entre Venezuela, Chile y México. Regresó a Guatemala cuando tenía 15 años y, al cumplir la mayoría de edad, se mudó a Israel para estudiar la carrera universitaria.

De profesión, es sociólogo por la Universidad Hebrea de Jerusalén, con un doctorado en filosofía y antropología social por la Universidad de Utrecht, Países Bajos. Pero de corazón es un funcionario público y político poco común. Aunque asegura qusu regreso a Guatemala no estuvo motivado por aspiraciones políticas, fue la propia política quien se cruzó en su camino varias veces, hasta que cedió y, siguiendo el legado de su padre, decidió involucrarse. Fue diplomático de carrera en el Ministerio de Relaciones Exteriores en la década de 1980, donde llegó a ejercer varios cargos importantes como el de primer secretario y cónsul de la Embajada de Guatemala en Israel entre 1984 y 1988, viceministro de Relaciones Exteriores entre 1994 y 1995, y embajador de Guatemala en España de 1995 a 1996 durante el Gobierno de Ramiro de León Carpio. La política llegó después.

Una semilla y una candidatura imposible

Al calor de las movilizaciones de 2015, provocadas por las investigaciones de la extinta Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala (CICIG) y el Ministerio Público guatemalteco, que revelaron la protagónica participación del binomio presidencial integrado por Otto Pérez Molina y Roxanna Baldetti en múltiples escándalos de corrupción, nació un partido político. La caída, enjuiciamiento y encarcelamiento de los altos mandos de aquel Gobierno fallido y la seguidilla de casos de corrupción que llevaron a otros políticos considerados intocables y a empresarios poderosos al banquillo cambiaron el país. El partido que nació en aquellos años se llamó Movimiento Semilla. Con una ideología progresista en un país de mayoría conservadora y de tradición gobernante de derecha, la agrupación siempre tuvo el camino cuesta arriba.

Arévalo aterrizó en Semilla como un intelectual que llegaba a poner a prueba sus teorías políticas. Los años y las necesidades lo transformaron en una figura carismática que abandonó la corbata y los mocasines por un jersey, vaqueros, botas y el megáfono. En las elecciones de 2019, Movimiento Semilla participó por primera vez. El partido intentó hacerse con presidencia del país en 2019 llevando como candidata a Thelma Aldana, la popular fiscal del Ministerio Público que había revelado los múltiples casos de corrupción junto a la CICIG, una de las artífices de la caída del Gobierno de Pérez Molina. Pero la inscripción de Aldana fue vetada por la autoridad electoral aduciendo que no cumplía los requisitos para participar. Sin embargo, fue en esas elecciones cuando Semilla hizo historia por primera vez. A pesar de no haber corrido por la presidencia, el partido se hizo con siete asientos en el Congreso de la República; una cantidad muy pequeña para poder generar acciones potentes (el parlamento guatemalteco está integrado por 150 diputados) pero suficiente para servir de oposición mediática y ganar adeptos para las próximas elecciones. Y así fue.

Para las elecciones de 2023, el perfil de Arévalo era poco conocido y destacaba solo por dos cosas: por ser el hijo del expresidente y por su paso como diputado y jefe de la bancada de Semilla durante un Gobierno marcado por más corrupción, irregularidades, persecución a periodistas, jueces, fiscales y activistas incómodos al régimen de Alejandro Giammattei, el presidente peor valorado de la historia reciente del país. El 70% de la población lo considera corrupto y solo el 16% aprueba su gestión, de acuerdo con datos publicados por CID Gallup el pasado 2 de agosto.

Arévalo comenzó con una campaña humilde, pequeña, y nulas intenciones de voto. Para marzo de 2023, acaparaban los titulares otras figuras tradicionales de la política y conservadoras, así como tres candidatos antisistema. Pero motivaciones políticas disfrazadas en acciones jurídicas lograron tumbar la candidatura de los punteros antisistema que también partían como favoritos. A veinte días de la primera vuelta, el electorado, cansado de la oferta tradicional, se quedó huérfano. Hasta que puso sus ojos sobre Arévalo, el candidato que en las últimas encuestas tenía apenas un 2% de intención de voto. En cuestión de días, la candidatura de Arévalo subió como la espuma y para el 25 de junio, fecha de las elecciones, hizo lo imposible: obtuvo el segundo lugar, con el 12% de votos totales y se enlistó para la segunda vuelta, a disputarla con la candidata más popular y a la vez menos querida de Guatemala; Sandra Torres, la ex primera dama de la Nación (2008-2012), aliada del Gobierno de turno y líder del controvertido partido político Unidad Nacional de la Esperanza (UNE).

El 20 de agosto, hizo historia de nuevo, ganando la Presidencia. Pero el triunfo, así como la espuma, es volátil. A Arévalo y a su partido les persigue Consuelo Porras y Rafael Curruchiche —cabecillas del Ministerio Público y la Fiscalía Especial Contra la Impunidad—, dos aliados del presidente Giammattei e incluidos en la Lista Engel de Estados Unidos, catalogados como «actores antidemocráticos y corruptos». Las autoridades aseguran que existen un supuesto caso de corrupción que involucra al partido y buscarán, a todas luces, debilitar a la agrupación y a Arévalo antes del 14 de enero a las 14 horas, cuando tome posesión y se haga con la banda presidencial. Guatemala será liderada por otro Arévalo, aunque en un contexto muy distinto. El Tío Bernie ha llegado ocho décadas después, pero ha llegado.

 

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