Imposible de callar. El Profe Loco y la Barbie militar
Viaje a la narrativa interior de La Libertad Avanza y al particular vínculo de Javier Milei con Victoria Villarruel y las mujeres libertarias
A diferencia de sus rivales, en las PASO Milei no disputaba una interna: siempre le habló a esa turba violeta de furia, y el 30% del país se pintó de ese color. Hasta este momento de la campaña, el Profe Loco había sido una especie de monje negro. Sin pareja conocida, con sus perros concubinos y bajo la guía espiritual de su difunta mascota Conan, la soltería de Milei funcionaba como un signo de austeridad. Un estudio acerca de la indignatio en la época de Luis XV revela que los franceses veían una conexión directa entre la vida sexual del rey y sus impuestos. Los enfermaba sentir que sus impuestos subvencionaban la fornicación del rey con su espléndida amante, Madame de Pompadour: cuando la crisis arrecia, que el soberano goce es intolerable. Así, el celibato escénico de Milei –que él mismo condimentó de apreciaciones como que “el sexo tradicional le parece espantoso”– funcionaba como un activo que contrastaba contra Alberto, el fiestero que no se privó de gozar en la pandemia y hasta tuvo un hijo con su pareja. Otra lección para Horacio: según el contexto económico, tener una novia demasiado bella puede ser una incitación al castigo.
Por eso es interesante que Milei haya elegido dar un giro a su narrativa de campaña: la noticia es que Milei está enamorado. El lunes se inundó de clips, aunque era feriado: una operación de prensa coordinada que le permitió a Milei aprovechar a full el ocio nacional. Como un mago de circo que saca conejos de la galera, el discurso de Milei está lleno de tropos de develamiento: en la noche de las PASO aludió crípticamente al número 540, y ahora el número se hacía Mujer.
Fátima Florez, vedette conocida por sus imitaciones a políticos, cumple con la checklist de la mujer del líder según el manual peronista, desde Evita a Isabel, pasando por Jessica Cirio y Karina Rabolini a Madame Fabiola. Una mujer del espectáculo que nace morocha pero deviene rubia, porque es en el pelo donde se verifica la fábula del ascenso social peronista, que va de la morocha a la rubia. El noviazgo Fátima-Milei es una ofrenda al sistema simbólico del peronismo, que marca su alineamiento con un linaje. Claudica lo freak, y emerge el político de la casta. Vía una mujer, el casto ingresa abiertamente en la casta.
Milei no sólo utiliza el amor como un insumo de campaña como lo haría un político tradicional, sino que también extrae a su novia de la cantera donde los políticos se enamoran: la incomparable mesa de Mirtha Legrand. Allí “Mariu” Vidal conoció a su actual marido, Quique Sacco, y es donde Milei conoce a Fátima, que imita a “Mariu” y a Cristina Kirchner; asimismo, él está en cámara hablándole a Fátima como si fuera las otras. La política como un juego de espejos cerrado, autosuficiente, de altas esferas donde unos se imitan y seducen, mientras el país mira y se hunde. Fátima funciona como un Teorema de Baglini humano. Baglini es el nombre que los politólogos le dan al sentido común: una vez que conquistan su base, los discursos extremos se moderan y se mueven hacia el centro. Con Fátima, Milei emprende el camino del outsider al político del sistema.
Fátima aporta un extra muy interesante, que encastra con la naturaleza cosplay en La Libertad Avanza: un partido donde el maquillaje, la imitación y el disfraz son la forma de ser en el mundo. Milei es de los pocos políticos que va a todas partes con su maquilladora, Lilia Lemoine, una asesora de imagen que ahora es candidata a diputada; con deliciosa candidez, la srta. Lemoine comentó que ahora se disfraza de diputada. El cosplay es la clave líquida de la personalidad de LLA: basta disfrazarse para asumir una identidad, para luego desdisfrazarse y pasar a otra. En 2018, cuando marchó junto a Hugo Moyano contra Macri, Milei se probó un disfraz peronista clásico que no funcionó, y fue descartado. Otro disfraz fallido fue el de asesor de Scioli. Los disfraces pasan, pero los políticos quedan; después de cartonear fama por distintas emisoras, Milei encontró su cosplay esencial en el corro de medios de Eduardo Eurnekian, dueño y señor de los cielos argentinos. Dice Juan Luis González en El Loco que Eurnekian, peleado a muerte con Macri, que osaba quitarle la concesión de Aeropuertos, fogueó el boom televisivo de los libertarios para limar a Macri. Bajo el disfraz, algo queda: LLA también se hace llamar “Las fuerzas del cielo”, una pícara referencia al último empleador de Milei.
En efecto, hay consenso de que La Libertad Avanza nació como una invención de Sergio Massa y que luego despegó, como un disfraz que toma vida propia; El León mismo se vuelve un gatito ronroneante cada vez que pasa cerca Massa. Por eso la dolarización puede ser inminente, o ser apenas parte de un plan para un segundo mandato en 2027; Milei puede decir cualquier cosa, y luego decir lo contrario sin necesariamente desdecirse. Ni despeinarse: lo despeinado y caótico forman parte de la marca. En Milei no hay accountability, todo se monta en un catarata discursiva que logró captar la bronca y la frustración de muchísimos argentinos de clases sociales disímiles.
El León y las mujeres
En la noche de las PASO, Milei se mostró rodeado de mujeres. Junto a él hay dos que encarnan una novedad; ambas construyeron su perfil político en relación a un nuevo tipo de víctima. Del lado del corazón está la vice, Victoria Villarruel. Lacia y compuesta, con una chaqueta azul marcial, Villarruel es una especie de Barbie militar. Una Barbie que viene con un set de tanqueta, barraquita castrense, armas largas y un escudo de Malvinas, en una exclusiva cajita con el sello de la Armada.
Villarruel ha sido, durante años, la abanderada solitaria de las víctimas tabú de los años de plomo, los familiares de quienes murieron en actos terroristas de Montoneros y el ERP, y es la elegida de Milei para tomar las riendas de Defensa, Inteligencia y Seguridad. Más que una abogada especializada, Villarruel es ella misma un cuadro militar investido de coraje y soledad, que ha dedicado décadas a una causa a contrapelo de la hegemonía kirchnerista: que los militares condenados también merecen derechos humanos. Con lucidez, Villarruel ha moderado su discurso: no declara que “fue una guerra” (habría que preguntarle si cree o no que hubo terrorismo de Estado) y habla con orgullo de su padre, segundo de Aldo Rico en la Guerra de Malvinas. El discurso de Villarruel se concentra en las víctimas de los atentados guerrilleros: ¿no merecen también ellos una reparación, una mirada amorosa del Estado? Su planteo es empático y se apoya en los casos de los bebitos y conscriptos muertos por el accionar de ERP y Montoneros. La familia militar le hizo la venia: todos los enclaves militares la votaron, algo que desafía la buena relación que Patricia Bullrich desarrolló durante su gestión en Seguridad.
Villarruel tiene diferencias ideológicas con Milei: ella es una férrea antimenemista, mientras Milei se cuadra con el riojano. Hay algo impenetrable en Villarruel, que suele jugar el rol de la cordura cuando acompaña a la tele al economista desbocado. Milei es experto en sentirse perseguido y señalar enemigos a su alrededor: ¿cómo respondería a los rugidos paranoicos de El León un Ministerio de Inteligencia comandado por Villarruel? En su reserva y hermetismo, ella trae consigo un tono amargo y nuevo en la política reciente, que quizás sea la expresión de profundas fuerzas subterráneas, de elementos abisales que claman por justicia y se perciben a sí mismos como los humillados históricos del peronismo (tanto de Menem como los K). Acaso estamos tan acostumbrados al resentimiento de izquierda que hace mucho no apreciamos el rictus genuino del resentimiento de derecha: ahí radica la paradójica frescura de Villarruel.
Volvamos a la noche de las PASO: en el plano corto, junto al Profe Loco, podía verse a dos jóvenes de traje y corbata. Cuando Milei citó a “Bertie” Benegas Lynch, los jóvenes movieron los labios como monaguillos recitando el padrenuestro. Repetían una especie de rezo liberal: “El liberalismo es el respeto irrestricto del proyecto de vida…”. En el mundo de Milei, el liberalismo no es un saber: es un rezo. Milei es un profeta que no ofrece la vida eterna: regala castigo, vocifera un mesianismo de dólares, y quiere figurar como el mesías que escucha las plegarias. Un poco más lejos, dos mujeres en top rojo, Pagano y Santillán, cerraban el cuadro relucientes como antorchas de fuego. Su hermana Karina, la experta esotérica, está en todos los detalles.
Al otro lado de Milei está Carolina Píparo, candidata a gobernadora. Su historia personal se enlaza con la espiral descendente de la provincia de Buenos Aires: Píparo es la víctima de motochorros que le dispararon cuando estaba embarazada de ocho meses y perdió a su hijo por nacer. De aspecto pulido, Píparo ya no es un ama de casa; su mirada es helada y calculadora, no sonríe fácilmente. Rápidamente eleva el tono y se desencaja: como Milei, parece creer más en el poder persuasivo de los gritos que en los argumentos. No necesita tender puentes de empatía, porque ella misma es una mártir de la inseguridad: la emocionalidad (y el dolor) es algo que su historia proyecta sobre ella, no es algo que ella tenga que proyectar. En este sentido, Píparo es una candidata opuesta a la “Mariu” Vidal 2015, la Leona angelada en jeans, que hizo de su capacidad para exudar amor de madre y bravura a la vez una marca personal. Píparo es una joven política curtida, que conoce el arte de negociar su pase y ya ha engrosado las filas bonaerenses de JxC, antes de abrazar la radicalización de Milei.
La unión de Milei con Fátima proyecta la posibilidad fantasmal de que Cristina, imitada, regrese en forma de Primera Dama. Ofrece lo más espléndido que una colectora del peronismo puede ofrecer: que Cristina vuelva, pero ya no como tragedia, sino como farsa.