Abadía de Cluny
La huella de Cluny en España sigue indeleble a pesar del transcurso de los siglos. Para mantener ese legado, ha surgido un movimiento que intenta que la Unesco declare Patrimonio Mundial los monasterios benedictinos y cluniacenses, entre ellos, los muchos diseminados por la geografía española.
Mi devoción por los templos y monacatos benedictinos me llevó a caminar a pie hasta la abadía de Cluny en un viaje a Borgoña hace 50 años. Tuve una sensación mística al contemplar desde los viñedos circundantes la aparición de la majestuosa abadía fundada por Guillermo ‘El Piadoso’ a comienzos del siglo X.
Es imposible entender la España del Medioevo sin indagar en la historia de estos lugares de culto y cultura. Por citar algunos, Silos, Montserrat, Valvanera, El Paular, Frómista, Estíbaliz y, por último, San Salvador de Oña. Este último, muy poco conocido a pesar de que allí están enterrados reyes de Castilla y Navarra y de su imponente belleza.
Estuve por primera vez en San Salvador cuanto tenIa ocho años. Había un colegio y una facultad de teología, regentada por los jesuitas. Y un impresionante criadero de truchas. Volví con mi mujer en 2012 para disfrutar de ‘Monacatus‘, la exposición anual de las Edades del Hombre. Recorriendo la iglesia y las dependencias auxiliares, constatamos la grandeza de la herencia benedictina y de los monasterios de la Península.
Gracias a la orden fundada por San Benito en el 530, luego reformada por Cluny, se desarrolló el cultivo de la vid y la elaboración del vino, se mantuvo el conocimiento de Platón y Aristóteles, se transmitió una música excelsa y se repobló el territorio a medida que avanzaba la Reconquista. No seríamos lo que somos sin los benedictinos, que fueron una de las primeras instituciones con implantación europea y vocación transnacional. Los monasterios cluniacenses dependían directamente del abad de Borgoña a diferencia de los de las otras órdenes monacales.
Siendo muy valiosa su aportación a la cultura, lo que más me impresiona es la manera de vivir de los benedictinos. Ora et labora. Reza y trabaja para acercarte a Dios. Los monjes hacen voto de pobreza como me explicó el prior de Silos, lo que implica que no pueden tener pertenencias personales. Ni siquiera un libro.
Cuando me levantaba a las seis de la mañana para asistir a sus maitines en la fría oscuridad del templo, sentía el privilegio de estar asistiendo a algo único y de formar parte de un misterio transmitido a través de los siglos y hoy amenazado por el progreso.
Reivindicar hoy a los benedictinos les parecerá a algunos una extravagancia. Pero no lo es. En un mundo políticamente correcto en el que el ruido mediático apaga la reflexión y el silencio, los monasterios medievales que han sobrevivido emiten un fulgor que nos deslumbra. Vaya por ellos.