El trístemente célebre parrafito
Convencido de que el pueblo es el espejo de sus propias virtudes personales, el presidente prefiere santificar su grandeza sin cotejarla con la realidad.
El presidente me indica, pero no con el índice.
A despecho de mis intenciones soy un escritor satírico y el que es así suele reírse de lo que más quiere: algo que los hombres de otra índole no entienden ni perdonan.
Adolfo Bioy Casares
¿No tienes ahí lo que escribió Sheridan?
Andrés Manuel López Obrador
Hace muchos años, en 2006, en los días en que el candidato López Obrador se declaró vencedor en las elecciones y, para demostrarlo, bloqueó durante 47 días el centro de la Ciudad de México, escribí un artículo titulado “El Estado soy nosotros”, un “diario sombrío” en el que iba comentando actos e ideas suyas que me parecían discordantes con nuestra incipiente democracia, como su tendencia a creer que encarna al “pueblo”, o que la realidad sólo es real, y la justicia sólo justa, cuando coinciden con sus emociones. Diecisiete años después, me temo, esa tendencia se ha ido convirtiendo en política de Estado.
Bueno, pues ahí, en medio de ese extenso artículo figura el tristemente célebre parrafito. Ha salido cuatro veces en la televisionsota del Palacio Nacional como evidencia, según su habitante, de que soy una mala persona que amerita ser insultada desde el poder ejecutivo (a pesar de que el artículo sexto constitucional ordene que “ La manifestación de las ideas no será objeto de ninguna inquisición judicial o administrativa”).
El parrafito dice así:
11 de agosto. AMLO y el pueblo
Según un periódico, AMLO declaró hoy: “Le tengo un profundo amor y admiración al pueblo de México, que es gente muy noble y muy buena, lo mejor que tenemos en México.”
No estoy de acuerdo. El mexicano es por lo general ignorante, violento, tonto, fanático, corrupto, ladrón, sexista, caprichoso, temperamental, alcohólico, arbitrario, golpea a sus hijos y a las mujeres, idolatra el ruido, tira basura, nunca ha respetado el derecho ajeno, se pasa los altos, evade impuestos, compra y vende piratería, zarandea a los peatones, no duda a la hora de hacer transas, desprecia a la ley, no sabe aritmética elemental ni tirar pénaltis. Lo mismo puede decirse de la clase baja. Tenerle amor y admiración a eso es masoquismo o demagogia.
Un problema con el parrafito es que requiere de la comprensión lectora necesaria para apreciar que se trata de una ironía situacional, es decir, que su planteamiento lleva a una conclusión adversa, inesperada. Se trata de que el lector se vaya incomodando con esa retahila de adjetivos hasta llegar a la oración “Lo mismo puede decirse de la clase baja”, que es cuando se advierte que la retahila fue contra la (llamada) “clase acomodada”. Si un lector de clase acomodada simpatiza con la retahila, creyendo que se refiere a la clase baja, verá de pronto que no, que está dirigida a su propia clase. Y, claro, si otro lector la lee furioso, creyendo que agravia a la clase baja, sentirá alivio al descubrir que no, que se refiere a la acomodada. Y ya luego ambos lectores podrán (pero solo si así lo quieren) asestarle o no la retahila también a la clase baja. Pero todo dependerá de que tengan comprensión lectora y (un mínimo) sentido del humor.
Guardando las proporciones, si el presidente leyera Una modesta propuesta –la famosa sátira en que Jonathan Swift propone que, para que no sean una carga económica, los hijos de los pobres deberían ser engordados y vendidos como alimento–, se pondría furioso y acusaría a Swift de clasista/racista, sin entender que la intención irónica del escrito es, precisamente, denunciar el clasismo del imperio británico.
En teoría, el presidente debería caer en la cuenta de que el parrafito no es un “ataque” al “pueblo raso” (como lo llama amorosamente) sino contra las “clases más favorecidas” (como las llama despectivamente). Se diría que él, tan dado a insultar a estas últimas, habría celebrado el parrafito diciendo, por ejemplo, “Sheridan describe a la perfección a los conservadores fifís oligarcas reaccionarios clasistas-racistas, pero no a la clase baja, que es muy buena”. Decidió en cambio que la retahila se refiere única y exclusivamente a la clase baja.
El parrafito quiere ser incómodo frente a las compulsivas proclamas presidenciales en el sentido de que el mexicano es “un pueblo sabio”, “uno de los pueblos con más conciencia política en el mundo”, un pueblo “noble, generoso y solidario”, “grandioso”, “honesto”, etcétera, siempre y cuando se entienda que por “pueblo” se refiere a la “clase baja” o “pueblo raso”, incontaminado por el aspiracionismo propio de la clase media u otras enfermedades sociales que él aborrece porque es “un hombre compasivo, con ideales”, como suele decir con su habitual modestia.
Ahora bien, como lo muestra la historia, cuando un político alaba a su pueblo lo hace interesadamente, y casi siempre desde o hacia el autoritarismo (quizás desde Perón no ha habido en América un líder tan zalamero de “su” pueblo como López Obrador). El Líder se pone por encima del pueblo (pues solo desde su altura se tienen la visión para calificarlo y el poder para alabarlo) porque sabe que sus alabanzas se le regresarán, agrandadas. (Alguna vez ya escribí sobre eso.)
Más allá del odio al parrafito, lo grave es el odio a la realidad y a la información disponible. No es fácil declarar el mejor del mundo a un pueblo tan averiado por las estadísticas. ¿Cómo va a ser grandioso un pueblo en el que el 99% de los delitos que comete o le cometen queda impune? ¿Puede ser bueno un pueblo en el que hay más de 150 mil asesinatos al año? Según el INEGI, en 2018 se cometieron 33 millones de delitos, pero sólo se denunciaron dos. También esta documentado que el mexicano promedio lee solo 2.8 libros al año; que los accidentes de tránsito son la segunda causa de muerte en el país; que 20 millones de mexicanos tienen problemas de alcoholismo, muchos a partir de los 13 años de edad; que los índices de violencia (física, sexual, familiar) son elevadísimos; que el 44% de las mujeres han sufrido algún tipo de abuso y que unas mil son asesinadas cada año; que el 70% de la basura termina en cuerpos de agua o bosques, provoca inundaciones y causa enfermedades; que la evasión fiscal equivale al 6% del PIB y que millones de mexicanos sufren de muchas formas a manos del crimen organizado. Todos esos datos pueden guglearse, muchos en páginas del gobierno. Así pues, tenerle amor a esto, sin ánimo de enmendarlo, es masoquismo; o demagogia, si lo negativo concreto se transforma en mérito abstracto.
Señalar estos problemas no tiene como objeto denostar ni degradar a la ciudadanía (sea de la clase social que sea), sino aspirar a su mejoramiento. ¿Habría deveras que explicar ya no el uso retórico de la ironía, sino que un parrafito así se escribe con pena y vergüenza? ¿Cómo vamos a ser un gran pueblo si se castiga la crítica a lo que está mal en el pueblo? Pero el presidente prefiere santificar la grandeza del pueblo sin cotejarla con la realidad. Una y otra vez declara que el mexicano es un pueblo “con una excepcional idiosincrasia de fraternidad, de amor al prójimo, de verdadera solidaridad” (esto sólo aplica al “pueblo raso”). Un pueblo tan superior a otros pueblos que puede prescindir de la crítica. Decretar grandeza popular sobre la bajeza de los hechos es parte de la ficción autocelebratoria del líder, convencido de que el pueblo es el espejo de sus propias virtudes personales. En la larga mezcla de misa y sobremesa que el patriarca preside cada mañana, con el “pueblo raso” sentado a su alrededor, criticar defectos es una herejía.
Habría que recordar los argumentos de Michel Foucault (en El gobierno de los vivos) sobre la obligación que tiene el Estado de crear “un régimen de la verdad”, es decir, que si un pueblo desea conocerse y entenderse, debe ser capaz de decirla, asumirla, enfrentarla por incómoda que sea y normarse por ella. Y recordar que un pueblo incapaz de autocrítica termina victimado por las fantasías del Líder. Lo que hace la crítica es apostar por una mejoría. Pero al considerarse ya perfecto y proclamar “soy honesto, tengo principios, tengo ideales, soy un hombre de sentimientos”, el presidente incluye a “su” pueblo en esa perfección y decreta que criticarlos es por clasismo-racismo.
La primera vez que mañanereó el parrafito fue el 26 de agosto de 2022, cuando en medio de su tradicional diatriba contra “los intelectuales orgánicos” (ese concepto de Gramsci que tampoco ha logrado entender) que legitimamos “el saqueo y las atrocidades”, puso al parrafito como ejemplo de que tales intelectuales “antes simulaban mucho” (aunque sea de 2006) y “ahora están expresando lo que realmente sienten”. Lo declaró no solo “una joya” (es decir, que sí sabe lo que es la ironía) sino “un aporte del movimiento porque antes se fingía tener una postura progresista, independiente, objetiva” y el parrafito prueba que ya no. Acto seguido, lo leyó y dijo (copio las transcripciones estenográficas oficiales): “Nada más le faltó decir cómo son los intelectuales orgánicos: clasistas, racistas, deshonestos, acomodaticios, etcétera, etcétera, etcétera”. Luego agregó que soy uno “de los que administran la violación de los derechos humanos” (cosa particularmente enigmática) y finalmente me remitió “al basurero de la historia” con todo y mis “acciones y estrategias perversas”. No es poca cosa, viniendo de un humanista con ideales y valores.
La siguiente fue el 23 de diciembre de 2022, un día después de que publiqué un artículo sobre el plagio de Yasmín Esquivel. El presidente declaró: “Prefiero equivocarme con lo de la ministra a darle la razón a una gente como Sheridan”, es decir, a alguien tan moralmente degradado que, por el mero hecho de denunciar un acto de corrupción, exonera a quien lo comete. Un acto ciudadano que respondió al llamado presidencial a “que todos contribuyamos para denunciar la corrupción”, termina no sólo fortaleciéndola, sino averiando al “pueblo”.
Hecho a un lado lo del plagio, encolerizado, preguntó a su fiel cácaro: “¿No tienes ahí lo que escribió Sheridan? Les voy a poner lo que piensa. ¡Cómo voy a estar yo a favor de Sheridan! Yo te voy a decir quién es Sheridan”: un “alcahuete del régimen más corrupto en toda la historia de México”, pues para mí “el pueblo” es solo material “para hacer sus ensayos o sus trabajos académicos”, mientras que para él
nuestras familias son muy fraternas, son muy solidarias y nuestra gente es muy buena. Y esto, porque tampoco les gusta lo que sostengo, no solo viene de la llegada de los invasores españoles para acá, esto lo heredamos en mucho del México precolombino, esta nobleza, lo mejor que tenemos en México, eso es lo que yo sostengo.
Cuando leyó lo de que el mexicano es “ladrón, sexista, caprichoso, temperamental” dijo que “aquí seguramente estamos los tabasqueños, que somos razón y pasión, pero más pasión.” Sobre que el mexicano tira basura dijo que yo nunca he ido a Oaxaca, donde nadie tira basura. Sobre que “nunca ha respetado el derecho ajeno”, dijo que “en Tabasco se quedaba el maíz en el campo, en la troje y nadie se robaba una mazorca porque se respetaba el derecho ajeno” y terminó diciendo que yo nunca antes hice “un cuestionamiento al régimen”. De nada serviría responderle que yo criticaba al PRI desde los tiempos en que era peligroso hacerlo, aquellos en que él era un feliz militante del PRI…
Unos días más tarde, el 4 de enero de 2023, cuando arreciaba el asunto del plagio, volvió a salir el parrafito. “¿Por qué no lo pones otra vez a Sheridan?”, le preguntó a su fiel cácaro (que es otro plagiario), que de inmediato lo puso en la pantallota. El presidente lo anunció así:
Miren esto, porque esto muestra la decadencia intelectual a la que llegamos, a la que nos llevó la política neoliberal, que no fue nada más crisis en lo económico, en lo social o en lo político, o en lo moral, fue también esto. ¿Dónde están los intelectuales que defienden al pueblo?
Luego de insultar al “intelectual famosísimo” celebró que él sí tiene ideales y humanismo, igual que el pueblo, “sobre todo a la gente humilde, que es además muy receptiva, no tiene prejuicios, no tiene la idea de que lo sabe todo”, gente humilde llena de “valores culturales, morales, espirituales que vienen de las grandes culturas que florecieron en México antes de la llegada de los europeos” que además es muy trabajadora y por eso envía de Estados Unidos remesas “por 58 mil 500 millones de dólares”, etc.
Pasaron varios meses, hasta que el 9 de agosto de 2023 se publicó en la prensa una carta, que firmé, de gente académica preocupada por el asunto de los Libros de Texto Gratuitos. El presidente, luego de declarar sumariamente a “los abajofirmantes, puro alcahuete de corruptos”, prefirió ignorar el manifiesto y, para demostrar que los 130 firmantes eran “seudointelectuales” volvió a llamar al parrafito. Nuevamente celebró “nuestra herencia cultural”, declaró que “nuestro pueblo es mucha pieza” y ordenó “que se compare con otros pueblos, con todo respeto a otros pueblos.” Luego de esperar un momento para que se hiciera la comparación con otros pueblos (cosa que no ocurrió), declaró ganador al “pueblo raso” de México, pues
el pueblo raso es derecho, es leal, es agradecido, solidario. A nosotros son los que nos han sacado a flote, el pueblo, no los medios de información, no los empresarios, no los intelectuales
Y una semana más tarde, el 21 de agosto de 2023, lo revivió porque se puso a reflexionar en que “el nivel académico no quita lo clasista y lo racista, y también el desconocimiento de la historia y la grandeza cultural de México” y me puso como ejemplo de todo ello. De nuevo le preguntó a su cácaro: “¿Por qué no pones a Sheridan?”. El solícito cácaro podría haber respondido, “porque lo pusimos hace una semana”, pero como el pueblo raso nunca dice que no, el presidente agregó que
Vamos a hacer un repaso porque sí es importante el pensamiento conservador, que lo conozcan. Siempre ha existido este pensamiento retrógrada, clasista, racista. Estamos hablando de las grandes figuras de la intelectualidad, de la academia.
Y dijo de mí que “si se ponen ustedes a indagar, es todo un personaje dentro de esta élite intelectual que desde hace décadas domina en México, eran los intelectuales del régimen y los defensores a ultranza del modelo neoliberal o neoporfirista; eran los defensores de la política de pillaje, del saqueo.” Y de nuevo leyó el parrafito.
Pero entonces sucedió el milagro, pues cuando llegó en la retahila a lo de evadir impuestos, dijo:
Yo creo que se estaba refiriendo a los de arriba, no a los que yo mencioné, a los de arriba sí, sus jefes, a los que defiende, esos sí son evasores de impuestos y muy corruptos, pero no el pueblo raso.
En efecto, por fin, después de dos años y cuatro lecturas, por fin entendió: “Yo creo que se estaba refiriendo a los de arriba”. Y cuando llegó a la clave irónica “se puede decir lo mismo de la clase baja”, titubeó. Hizo una de sus tradicionales pausas, pero fue notorio que lo ofuscó una sinapsis. Y no lo dijo, pero no importa.
Más vale tarde que nunca. ~