Política

Líderes modernos, líderes posmodernos

«La principal diferencia entre unos y otros es que los segundos se sienten más cómodos en un mundo sin coordenadas»

Líderes modernos, líderes posmodernos

Pedro Sánchez| Europa Press

En el mundo contemporáneo, me da la impresión, compiten dos tipos de liderazgo o de líderes, los modernos y los posmodernos. Y la principal diferencia entre unos y otros es que los segundos se sienten más cómodos en un mundo sin coordenadas. Es decir, en un mundo sin principios consensuados ni verdades aceptadas, donde se abre un amplio espacio para la improvisación. El líder moderno le imprime líneas rojas a la realidad. Estudia la historia y dice: «por ahí no volveremos a andar». El pasado le enseña lecciones, le proporciona referentes; algo que se acerca a la verdad moral y que restringe su movimiento. El líder posmoderno, en cambio, prefiere los espacios vacíos. No aprende nada de la historia porque la historia no es más que un cuento que puede contarse de mil maneras. Un relato que muta y al que cabe domesticar con leyes para que al final contenga las notas que más convenga oír en el presente.

El moderno entiende que hay un principio de autoridad que lo desborda y que tiene que consultar. Ese poder reside en las academias, en las instituciones del Estado, en las tradiciones científicas, filosóficas y culturales. El mundo no nace con él, eso lo tiene claro el líder moderno, y por eso su ejercicio del poder debe dialogar con la realidad, con esas otras fuentes de conocimiento, moral y legalidad. El líder posmoderno no cree en ninguna fuente de autoridad que lo anteceda. ¿Por qué habría de creer en ellas, si todas son construcciones sociales manufacturadas en base a intereses y prejuicios que han beneficiado a otros? El mundo que ha sido construido antes de mí, piensa el posmoderno, sirve a las necesidades y deseos de los otros, no a los míos. ¿Por qué habría de guardarles respeto o fidelidad?

¿Cuál es entonces la fuente de autoridad para el líder posmoderno? Sus propios intereses, sus propias necesidades. Es por eso que los principios le estorban; es por eso que se tropieza con las líneas rojas. Si el pasado es maleable, ni hablar del presente. Sin compromisos sólidos con nada, sin un anclaje en unas ideas o una tradición, el líder posmoderno solo cuenta con la palabra, con el relato. Todas sus acciones serán válidas o no dependiendo de la manera en que las justifique. En sí mismas, no serán morales o inmorales, beneficiosas o perjudiciales, leales o infieles a las siglas que representa. Dependerán del empaque retórico con que las venda, y su validez no será juzgada por su relación con la verdad o a la moral sino por la reacción de la opinión pública. Las redes sociales darán el criterio de veracidad.

«El líder moderno es un demócrata liberal y que el líder posmoderno es un demócrata populista»

El líder moderno respeta a su partido, respeta su historia y su ideario. El posmoderno entiende que el partido es un traje que debe adaptar a su medida. El partido es él, y la doctrina válida -aunque mejor sería decir estrategia- será la que beneficie su desempeño personal. Es decir, la que le permita ganar elecciones y conservar el poder. Para facilitar la actuación y la improvisación, el partido también debe ser vaciado de todo lo que anquilosa y estorba. Al fin y al cabo, su gran meta es que el votante deje de votar a unas siglas para empezar a votar a un rostro. A su alrededor ya no queda nada, porque de eso también se ha encargado: de eclipsar a los demás, de hacerlos desaparecer. Haga lo que haga, al votante persuadido sólo le queda confiar en él.

El político moderno quiere y busca el poder, desde luego. Es más, ama el poder, lo excita el poder. Pero entiende que hay algo que está por encima de sus inclinaciones, que bien puede ser el Estado, o la nación, o la Constitución, o la verdad, o el honor, o un legado. Para el posmoderno, todo es poder. Hay un poder viejo que debe ser deconstruido y criticado y deslegitimado, para que el poder nuevo, el suyo, ocupe su lugar. Critica al poder, pero no para acotarlo o vigilarlo, sino para que cambie de manos. El poder sólo es malo si lo tiene el otro.

No hace falta decir que el líder moderno es un demócrata liberal y que el líder posmoderno es un demócrata populista. Tampoco hace falta decir que los primeros están en vías de extinción. Al día de hoy, en ese mundo ancho y ajeno, sin historia ni líneas rojas, a los segundos los vemos perorar, improvisar y actuar, satisfechos, sabiendo que tienen el viento a favor.

 

 

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