Democracia y Política

Idiomas

Una vieja historia –seguramente apócrifa- decía que el emperador Carlos V, quien por razones de nacimiento y de gobierno hablaba varios idiomas, “usaba el alemán para dar órdenes a sus caballos, el francés para hablar con sus mujeres, y el español para rezar a Dios”. Esta anécdota me vino a la memoria ante el hecho ciertamente increíble de que en esta era de globalización, en un país con una presencia de inmigrantes de parla hispánica tan poderosa, todavía haya mentes obtusas y retrógradas en materia idiomática. En Kansas City, hace algún tiempo, un estudiante de secundaria de origen hispano fue suspendido por hablar en español “durante el recreo”. Como bien explicó el afectado, Zach Rubio, un compañero le preguntó ¿me prestas un dólar? Y él, de manera harto natural, le respondió en español, lo cual, observado por un maestro, trajo como consecuencia la medida punitiva.

La razón para la suspensión, según las autoridades de la escuela, es que no es la primera vez que sucede el hecho de ver estudiantes hablando español, lo cual está prohibido, como si hablar una lengua fuera equivalente a ingerir droga, agarrarse a golpes, o copiarse en un examen.

Por supuesto, la medida trajo consecuencias y protestas de todo tipo, vinculándose a un debate que podemos decir es nacional acerca del uso de lenguas “extranjeras” en un país que se consideraba hasta hace poco predominantemente anglosajón.

 ¿Qué tan foráneo puede ser el español hoy en EEUU?  Ciertamente las cosas han cambiado, y hoy los hispanos son la primera minoría –más que la población negra- en los Estados Unidos, y su influencia se deja sentir cada vez más en todos los estratos de expresión social, económica y política. Un muy influyente grupo hispano, La Raza, afirma que un 20% de la población escolar en los Estados Unidos es de origen latino, y su lengua natal es el español. Lo peor para estos fundamentalistas del lenguaje que niegan toda diversidad lingüística, condenados como casi todo fundamentalismo a la derrota, es que ya se prevé que para el año 2050 Estados Unidos pasará a México como el país con más hispanoparlantes del mundo. Para entonces más de 130 millones de norteamericanos hablarán español.

Hay conflictos y debates de todo tipo en ese país sobre la educación bilingüe, las leyes que favorecen políticas del tipo “solo en inglés”, o la crítica a las publicaciones oficiales hechas en español, afectando inclusive las políticas de inmigración. Pero las lenguas están por encima de esas divergencias. Un lingüista español, Antonio Tovar, al respecto de las disputas entre supuestos defensores o patrocinadores de las diversas lenguas que se hablan en España, acostumbraba mencionar que “las lenguas conviven magníficamente, los que no conviven bien son sus parlantes.”

Lo cierto es que una cosa es la opinión que cada cual tenga acerca de su vecino, su compañero de trabajo, o su colega de estudio; otra muy distinta, negarse a aceptar un hecho tan cierto como que el sol sale por el oriente todos los días: una lengua es una forma de ver el mundo, su realidad, de combinar percepciones y hechos y denominar –dar nombres a- las cosas, personas y animales que nos rodean. En pocas palabras: mientras más idiomas se hablen más se enriquece la experiencia del mundo de quien tiene ese privilegio, porque puede ver la realidad y entender la manera en que la ven personas de sociedades y costumbres a veces completamente ajenas. ¿Cuántas veces hemos oído decir que el alemán es un idioma “duro”, o “seco”, sin darnos cuenta que su gramática es extremadamente compleja, pero sin embargo tiene otras cualidades que lo hacen el idioma de escritores y poetas como Thomas Mann, Schiller, Herman Hesse, o de filósofos como Kant, Hegel, o Nietzsche? ¿Por qué a los gringos cuando hablan español les cuesta tanto conjugar los verbos? Porque en inglés no existen las declinaciones verbales que el español heredó del latín. ¿Eso hace un idioma superior al otro? No, simplemente hace la experiencia de hablar varios idiomas una fortuna para quien posee esa cualidad parlante. A fin de cuentas, el inglés es un idioma perfecto para el doble sentido, para el humor, y no por nada un genio de la literatura mundial, William Shakespeare, se sirvió de él, y lo enriqueció como pocos.

Detrás de prohibiciones ridículas como las de los idiotas del colegio en Kansas se esconde un trasfondo de de inseguridad y de intolerancia, de rechazo, no ya a la lengua sino a la persona que se percibe como diferente a uno. Y eso es precisamente lo que el aprendizaje de otras lenguas ayuda a contener, ya que más bien promueve el respeto por lo distinto y la aceptación plena de la diversidad como fuente de enriquecimiento de una sociedad dada. Una cosa es que, puestos a vivir en un país, sea necesario y recomendable aprender su lengua; esto es absolutamente natural. Los grupos de representación hispana aceptan ello, pero enfatizan asimismo la importancia de la ciudadanía multilingüe en un mundo en creciente intercambio comercial y humano. Más que una carga, debería esto último ser considerado un activo social.

La Real Academia Española acaba de publicar una nueva edición escrita de su diccionario, la cual convive perfectamente con el hecho extraordinario de lo muy visitada que es su página de consultas por internet. El pasado mes de septiembre recibió 43 millones de visitas, y se están promediando 500 millones de visitas al año. Las nuevas tecnologías están al servicio de la lengua, para su promoción y enseñanza. Y quienes ven en las redes sociales una amenaza para el español, olvidan que lo mismo se dijo del telégrafo: que destrozaría la sintaxis. Murió el telégrafo, y la sintaxis todavía está dura y curvera.

Una pregunta constante es: ¿dónde se habla mejor el español? Para el actual director de la RAE, José Manuel Blecua, “el buen español se habla en los sitios donde hay una persona que cuida la lengua, la utiliza con amor, con cariño, conoce los principios fundamentales de la concordancia, de la redacción, de los elementos léxicos, y lo mismo está, por ejemplo, en un pueblecito de México o de Navarra.”

¿Mi recomendación a las escuelas de Kansas City? En vez de estar haciendo ridículas cacerías de brujas lingüísticas que ciertamente violan los derechos civiles de sus alumnos, deberían aprovechar el tiempo libre de los profesores para enriquecer su vida enseñándoles un idioma diferente al suyo… como el español. Una hermosa lengua que, como afirmaba la escritora Carmen Martín Gaite, “es un juguete que nunca se rompe, que siempre funciona.”

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