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Esta columna va sobre el jamón york de Sánchez

La coalición lleva una legislatura logrando que esos trozos tan molestos que se atragantan terminen siendo masticados con despreocupación

Definía César González-Ruano la columna como una morcilla: el articulista puede meter en ella lo que quiera siempre que la cierre bien por ambos lados. Como la morcilla es uno de mis ‘guilty pleasures’ y Ruano es Ruano, no compro otra definición. Tener alguna cosa clara es un alivio para quienes no vivimos de certezas sino de preguntas. Nos las hacemos todas sobre Puigdemont. El hombre que salió de España en un maletero ¿volverá en Falcon? Metan entre medias lo que quieran y, ahí lo tienen, otro embutido. Si le sale, Puigdemont, también periodista, podría llamar a su propia historia butifarra negra. En la etiqueta de trazabilidad, para ser honesto, debería añadir un ‘made in Spain’ (de Sánchez). Lo contrario sería quitarle el mérito a nuestro amasador y embutidor diario, el chef fiambrero Pedro Sánchez.

Es la fórmula que más repite para solventar escollos: convertirlos en embutido. No en morcillas de calidad sino en jamón york barato. El político vuelve comestible para España todo eso que, en crudo, nunca creímos poder tragar. Gestiona un equipo especializado en ello. Entre todos separan, trocean, cuecen, ventilan y salpimientan piezas indigestas que luego mezclan, con aditivos y conservantes, para dar forma a un nuevo conglomerado. Éste, marketing mediante, se presenta en finas lonchas, tan rosáceo, tan inoloro y tan ‘insaboro’ que se convence al comensal de que está ante un producto saludable. Lo más de lo más en tolerancia alimentaria.

Como el york de blíster, se trata de un reciclaje de productos que sin picar, triturar y enmascarar bajo apariencia inofensiva, no hubiéramos aceptado jamás: un tendón ‘inmasticable’, la ley del sí es sí, un ligamento incomible, el Sáhara Occidental, el fin de la sedición, la rebaja de la malversación, un trozo grasiento destinado a la basura, los indultos… Puigdemont sabe que él es, tan solo, un ingrediente más en la factoría Sánchez. Se le valora porque engorda el producto final –el Gobierno, la investidura–, no por calidad. Entre iguales se conocen. Por eso pide relatores. No se quita de la cabeza que si Sánchez en vez de sus votos lo necesitara ante el juez, Díaz no dudaría en meterse unas esposas en el bolso. Pero no estamos viendo una película de héroes. Sino de trituradores.

La coalición lleva una legislatura logrando que esos trozos tan molestos que se atragantan, que producen arcadas, que te obligan a devolver el plato y reclamar la presencia del cocinero, terminen siendo masticados con despreocupación, aunque sin mayor placer, por el mero hecho de que llenan el estómago. Ahora bien, Sánchez y la plantilla de su sumisa industria procesadora tampoco tienen toda la culpa. Ellos ponen su producto en el mercado, pero el consumidor es libre de elegir dónde compra y qué come. Y además puede leer las etiquetas. Y las columnas.

 

 

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