Ética y MoralPolítica

Amordazar la discrepancia

El PSOE expulsa a Nicolás Redondo por sus críticas a la negociación de la amnistía en una semana en la que los socialistas han intentado deslegitimar a sus adversarios políticos

No existe mejor indicador para probar la calidad democrática de una persona o de una institución que sondear la actitud con la que enfrenta la discrepancia ideológica. Por este motivo es tan revelador que el Partido Socialista haya expulsado a Nicolás Redondo Terreros por exponer públicamente su crítica a una eventual amnistía de los condenados del ‘procés’. Eliminar la disidencia y echar del partido a alguien con una trayectoria como la de Redondo da cuenta del proceso de descomposición ideológica y moral del socialismo en España. Esta expulsión no es un hecho aislado, sino que se destaca como el colofón de una semana en la que la hostilidad del PSOE con respecto a cualquier discrepancia se ha hecho ensordecedora.

El martes, Isabel Rodríguez, ministra portavoz dos veces sancionada por la Junta Electoral Central, llegó a tildar de antidemocrático y golpista al expresidente José María Aznar, quien simplemente había apelado a la movilización ciudadana contra la amnistía. Al poco, Yolanda Díaz llegó a sugerir que Aznar habría convocado una rebelión nacional, lo que constituye una deslegitimación del adversario político en términos muy semejantes a los que se han dado en el régimen venezolano, con respecto al cual, por cierto, la ministra de Trabajo ha mostrado públicamente simpatías. En términos muy próximos, Patxi López, que en los últimos meses no ha dudado en dilapidar una reputación pública construida durante años, ha llegado a acusar al PP de promover un enfrentamiento civil y de pretender uniformar España.

De todos estos ejemplos, la expulsión de Nicolás Redondo supone un salto cualitativo casi irreversible. Y es singularmente cruel porque las opiniones expresadas en las últimas semanas por quien fuera secretario general del Partido Socialista de Euskadi no distan demasiado de las que han realizado hasta once ministros de gobiernos de Sánchez. Es más, el propio presidente del Gobierno, tan afecto a los súbitos «cambios de opinión», ha defendido no hace tanto posiciones próximas a las de Nicolás Redondo. Sin embargo, desde hace tiempo el PSOE ha renunciado a sus credenciales ideológicas para convertirse en una estructura vertical obsesionada con la supervivencia del Gobierno y con una pragmática cortoplacista desprovista de principios reconocibles. Toda la estrategia se agota en lo inmediato, sin miedo a sacrificar el futuro ni, como prueba la expulsión de Redondo, tampoco el pasado.

Echar del Partido Socialista a Nicolás Redondo no responde sólo a la decisión de quienes no toleran el disenso dentro de las coordenadas programáticas del socialismo, pues no existe traza alguna de socialdemocracia en amnistiar a corruptos. Esta expulsión adquiere una dimensión ejemplarizante en el marco de un régimen de pensamiento único que públicamente decide aislar a quien se permite discrepar de la línea oficial. Se sacrifica a Redondo, dado que habría sido imposible castigar a Felipe González o a Alfonso Guerra, y se lanza un aviso a toda la militancia sobre cuáles podrían ser las consecuencias para quienes intenten abrir un diálogo franco y sincero en el marco de una formación política a la que se presuponen márgenes de pluralismo y libertad. La tramitación de una amnistía se está haciendo imposible de digerir para demasiadas personas incluso dentro del PSOE y estos golpes de autoritarismo, más que confianza, parecen evidenciar un estado de nerviosismo creciente. Cabe pensar que si las negociaciones con Junts fueran por buen camino, la actitud de los socialistas sería más serena de lo que es.

 

 

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