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Casabón: Del alivio penal a las tortas

Entre el voto socialista queda algo de felipismo: gente que quiere cambiar un poco las cosas para que todo siga igual

Todos los ilustres constitucionalistas que hoy denuncian a Sánchez por pisar la raya de la legalidad constitucional, los intelectuales, periodistas y los propios votantes van viendo cómo la raya cambia de sitio en función de lo que pida el independentismo. Tal vez el Gobierno consiga que el chantaje se llame alivio penal, pero los españoles que han vivido un poco, que conocen España y saben lo que implica la amnistía, están perplejos y cabreados. La sociedad civil no se ha enamorado de la idea del ‘alivio’, ese eufemismo que invita a un capón y unas tortas. El capón es un primer aviso de que no se puede entregar el alma de España a los mercaderes de Waterloo. Las tortas tienen más fuerza dialéctica y el que las recibe ya no preside el Consejo de Ministros.

La historia del fin de las democracias es la del embrujo de nacionalismos, independentismos y otros folclores. El suicidio masivo y romántico del Régimen del 78 se ejerce ahora calladamente, desde la reforma interna y no por la vía de la ruptura o el golpe. Solo así podemos seguir todos con los amigos de siempre, salir a tomar vinitos y hablar de literatura en los bares. A una sociedad le cuesta tiempo darse sus propias leyes, objetivar su narrativa común, aceptar su decadencia moral. Pero la iniciativa de la amnistía es pueril y cada día aumenta objetivamente su puerilidad, o en este caso la de Yolanda, que es la pieza echada a los jabalíes, la pieza que se ha comido la opinión pública en este septiembre ocioso. Sánchez no se pronuncia abiertamente, porque se guarda la baza de recular si los españoles no se enamoran de su eufemismo.

Vivimos un tiempo romántico en que las fronteras entre lo normal y lo excepcional se tornan difusas; es como si el poder fabricase sus propias medidas, inventase sus líneas rojas a medida que las sobrepasa. En este clima ambiente, lo único que puede disuadir a Sánchez es la opinión pública, el griterío del populacho, el látigo del falso profeta subido a su columna de opinión o a la tribuna del Congreso. El Gobierno también basa sus cálculos en encuestas y si a la dificultad del encaje legal o ilegal de la amnistía le sumas una opinión que se mueve entre la cólera y la ingenuidad, nos encontramos con un turrón electoral. Recordemos que a don Alfonso XIII le echaron de España a tortas, aunque eran otros tiempos.

Ahora cada vez hay más agarrados al sillón y la paguita. Pero aún, entre el voto socialista queda algo de felipismo, que es como decir ‘civismo’: gente que quiere cambiar un poco las cosas para que todo siga igual. De los salones de hoteles de Madrid al comedor de ‘El País’, los intelectuales exquisitos están ya armando el discurso y las tortas. La sociedad civil empieza a desperezarse. En este clima ambiente, el PSOE debe cuidarse de tropezar con la última línea roja, que es la Constitución. Porque la Constitución es el papel que une a los españoles, incluso por encima del color político. Y en ese papel no cabe la amnistía (bofetón de Felipe González).

 

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