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Las leyes de la estupidez en Cuba, reflexiones para hombres nuevos

En la escala de las acciones del "hombre nuevo" están el incauto, el malvado y el estúpido; solo falta el inteligente

En la escala de las acciones del “hombre nuevo” cubano, hemos visto los tres indeseables de Cipolla, el incauto, el malvado y el estúpido, faltando solamente un tipo en extinción: el inteligente. (14ymedio)
En la escala de las acciones del “hombre nuevo” cubano, hemos visto los tres indeseables de Cipolla, el incauto, el malvado y el estúpido, faltando solamente un tipo en extinción: el inteligente. (14ymedio)

Cuán aburrido puede estar este ser que al abrir los ojos, invariablemente a las 5:40 am, arranca cada mañana leyendo lo primero que puede alcanzar en el librero. Con tantas series que ver y redes por revisar, admito que esta extraña costumbre no es ni común ni deseable para muchos mortales. Rara vez el tema elegido al azar exige imperiosamente que se comparta como el de este día. El folletico elegido lleva como título Las leyes fundamentales de la estupidez humana, del escritor italiano Carlo Cipolla. No recuerdo cómo llegó al librero, pero todo eso son detalles secundarios.

Las leyes descritas por Cipolla son afirmaciones con validez perpetua. La estupidez es una condición inalienable de todos los humanos, no así los derechos humanos, que los cubanos sí sabemos cómo se le pueden quitar por décadas a la mayoría de la población. Pero la estupidez, ese gen permanente del comportamiento político de Cuba, ha prevalecido sobre la justicia y el progreso nacional.

Los cubanos, al igual que todos los grupos humanos, nos dividimos en cuatro categorías según nuestras acciones y los resultados de las mismas. Si eres de los que intentas hacer un bien para todos y terminas provocando un problema para el resto, caes en la clasificación de incauto. Si eventualmente eres de este tipo de humano torpe, no te preocupes, estás en el grupo de los menos inofensivos.

Siguen, en orden de gravedad, aquellos que actúan en beneficio propio haciendo daño a personas cercanas o a la sociedad en general. Estos son llamados malvados, aunque el argot popular cubano los tacharía con un rosario más colorido de epítetos. En la cúspide de la evolución de la torpeza están los estúpidos, esos seres de elevada reproducción en la sociedad cubana (en ambas orillas) que con sus acciones no solo obstaculizan la vida al resto sino que reservan para sí mismos una cuota igual o peor de daño, como aclara la siguiente ley de la estupidez:

«Una persona es estúpida si causa daño a personas o grupo de personas sin obtener a cambio un beneficio personal, o incluso peor, ocasionando daño a sí mismo en el proceso».

«Una persona es estúpida si causa daño a personas o grupo de personas sin obtener a cambio un beneficio personal, o incluso peor, ocasionando daño a sí mismo en el proceso»

En la escala de las acciones del «hombre nuevo» cubano, hemos visto los tres indeseables de Cipolla, el incauto, el malvado y el estúpido, faltando solamente un tipo de ser humano en extinción: el inteligente. Para la escala de Cipolla, el inteligente es aquel que obra en beneficio propio y en beneficio de terceros, concretando, naturalmente, los frutos deseados para todos. El número de estas personas en la sociedad cubana es inversamente proporcional a la precariedad, miseria y desabastecimiento en que vivimos. No es posible encontrar un sentido lógico para este comportamiento contradictorio, sólo asumir la realidad de la ley que reza:

«Siempre e inevitablemente cualquiera de nosotros subestima el número de individuos estúpidos en circulación».

Hasta aquí, sin necesidad de elevados estudios ni programas contra el analfabetismo funcional que nos aqueja, cualquier cubano (de refrigerador lleno o de refrigerador vacío) podría autoclasificarse según en el bando que encaje mejor. Si no es así, todavía se pueden dar otros ejemplos de cómo los cubanos han enfrentado varias situaciones nacionales.

El 10 de diciembre de 2020 se anunció la llamada Tarea Ordenamiento. En plena pandemia y crisis económica, los cuadros del Partido Comunista (PCC), luego de 10 años de debates y planificaciones (según sus testimonios), dieron inicio a las «tan necesarias reformas» del sistema monetario. El dolor de cabeza del multimonetarismo cubano estaba resuelto a la vuelta de la esquina. Pensemos sin maldad por un momento. Supongamos que los cuadros del PCC actuaron pensando en el bien común: la Historia demostró que sus ideas nos condujeron al fracaso y a la inflación, y no queda más remedio que clasificarlos, temporalmente, como incautos (negligentes comunes).

Luego uno constata que el desabastecimiento y la escasez de medicamentos fueron provocados por la falta de inversión real en los sectores productivos, mientras se destina el dinero a la construcción de hoteles (en manos de oligarcas rusos o amigos españoles), sacando provechos insospechados para sus bolsillos o beneficios políticos que escapan a la fiscalización. Este caos llevó a Cuba a tomar las calles el 11 de julio de 2021 empujados por este actuar egoísta de la cúpula gobernante en detrimento de la mayoría del pueblo. Esto convierte a los dirigentes en malvados, abiertamente crueles contra la población con tal de mantener sus beneficios de clase burócrata dominante.

Ahora vienen los peores: los que padeciendo la misma precariedad, la miseria en carne propia, los que no reciben beneficio de la corrupción reinante pero tomaron palos para apalear al pueblo o se ubicaron frente a sus computadoras para servir de clarias represoras. No solo hicieron daño al pueblo, sino que se infligieron a sí mismos el mismo daño. Los que, por un diploma, optaron por traicionar a sus vecinos y mantienen con sus acciones la miseria propia, de sus familias y del resto de la sociedad, no tienen otra clasificación que el de estúpidos.

Esta enorme masa de fanáticos irracionales son, como diría Cipolla, peores que los criminales e incluso más peligrosos para la sociedad («El estúpido es el tipo de persona más peligrosa que existe»). No hay que sorprenderse si son universitarios, catedráticos, experimentados profesional, justamente son estos los estúpidos más sobresalientes y sobre ellos establece el escritor otra ley:

«La probabilidad de que una persona sea estúpida es independiente de cualquier otra característica propia de dicha persona».

«La probabilidad de que una persona sea estúpida es independiente de cualquier otra característica propia de dicha persona»

Este ha sido el eterno ciclo de la Revolución cubana, acciones buenas que se tuercen en el camino. Según Fidel, seríamos el país que más leche tomaría (gracias a la vaca Ubre Blanca), más chocolate (Chocolatín), más pastas, más carne (Oro Rojo). No cuestionaré si quería hacer un bien, solo diré que fue un incauto. De fracaso en fracaso, aquí estamos. Siguiendo las negligencias viene el afán de perpetuarse en el poder para beneficio propio, y acabó siendo el malvado por antonomasia. Sustentados por estúpidos que se autoinfligen daño y lo extienden a la mayoría, no son pocos los que desde la miseria siguen gritando: «Somos continuidad», «Yo soy Fidel», «Viva la libreta, abajo las mipymes» y «Cuba avanza y eso les duele».

El daño antropológico al pueblo cubano es el peor de los males de la Revolución. Aunque la emigración ponga distancia física del ambiente miserable generado por el régimen, los cubanos que huyen llevan en sí la cultura impuesta por la casta gobernante. Portamos en las venas un Fidel de inmunodeficiencia democrática que, lejos de encontrar cura, se reproduce en nuestro interior mientras bebemos Coca-Colas del olvido y mascamos chicles de cacofonía cederista de Miami.

Seis largas décadas de lucha contra el régimen han visto degenerar al exilio de hombres valientes y decididos por una banda de youtubers fisiculturistas y faranduleros, fanáticos del like, del view y del super chat. Hay una gran diferencia entre aquellos valerosos luchadores que pretendían cambiar la situación del pueblo poniendo sus vidas como respaldo de sus ideales, con la fauna que acapara la atención de las masas cubanas. Nadie puede negar que aquellos jóvenes de la Brigada 2506 buscaban, como preclaros oráculos, salvar al pueblo cubano del destino que hoy disfrutamos. Mientras que los luchadores virtuales de hoy solo pueden mostrar como logros de su tráfico de patriotismo sus fincas y abultada agenda de patrocinadores.

Si aplicamos la misma regla que imponemos a los burócratas de la dictadura, estos personajes no escaparán del test de Cipolla.

Recuerdo que hace 10 años una de las principales críticas que se hacía a los cubanos era su apatía política. Preferían la farándula y el chisme antes de meterse en un mundo tan turbio. Así, por casualidad o por la clara conciencia comercial que podría traer un cambio de fórmula, aparecieron en los canales de entretenimiento programas de farándula que presionaron a los cantantes y artistas a posicionarse políticamente. Optaron por el boicot y la denuncia, atrayendo a los cubanos apáticos al debate y el activismo. Hasta aquí toda iba bien.

Pero cuando se trata de Cuba, o no llegamos o nos pasamos. Politizamos la farándula para luego terminar farandulizando la política. Resolvimos el problema inicial (la apatía política) para culminar, como incautos, volviendo el debate político en show de farándula, donde los héroes ya no son los valientes luchadores de la 2506 sino ex travestis, fornidos muchachitos de gimnasio o voluptuosas cantantes operadas en los mejores timbiriches estéticos de Miami. Sin dudas subestimamos la capacidad del hombre nuevo en el exilio de joder las cosas, anotó Cipolla lo siguiente:

«La persona no estúpida siempre subestima el potencial dañino de la gente estúpida».

Si aplicamos la misma regla que imponemos a los burócratas de la dictadura, estos personajes no escaparán del test de Cipolla

Quien exija al cubano que no tenga miedo a la cárcel de la dictadura debería tener la decencia de dar el ejemplo y dejarse arrestar mientras lucha por la libertad, como los héroes de la 2506. Ellos estaban fuera y volvieron a luchar en Cuba, respiraron el paredón y luego, libres, siguieron arriesgando sus vidas. Es una cuestión de decencia. Llamar al levantamiento tiene que ser una elección personal, no un reproche desde la distancia. Los generales son respetados cuando asumen en primera línea el mismo sacrificio que exigen a otros, es normal que los estúpidos no lo entiendan y los malvados se molesten.

La libertad de Cuba, el progreso, la democratización y el retorno al hilo constitucional no están cerca de llegar por este camino. El régimen actúa bajo parámetros abiertamente negligentes, malvados y estúpidos, mientras que, desde el lado que debería representar los valores democráticos y liberales, actuamos como un reflejo de la estupidez comunista.

Si al masificar la estupidez del entretenimiento farandulero, al caricaturizar la causa republicana y marginalizar el pensamiento crítico o desdeñar la batalla cultural, estamos sepultando las alternativas de cambio viables para Cuba, es momento entonces de tomar un respiro y meditar sobre nuestro Fidel interno y preparar nuestro propio paredón para aniquilar de una vez al «hombre nuevo» que hace quinta columna en nuestra alma.

Si me das a elegir entre la Cuba miserable de los comunistas y la Cuba miserable de los youtubers de gimnasio, prefiero seguir sin patria pero sin amo.

 

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