La remodelación del sistema de partidos
Ninguna sociedad genuinamente democrática ha inventado sucedáneos de los partidos políticos. En lugar de descalificarlos, urge contribuir a modernizarlos.
A lo largo del sexenio me he preguntado por qué ninguno de los partidos políticos de oposición aprovechó la oportunidad para reinventarse. Es muy lógico que un partido en el poder no se reforme. Si está ganando elecciones, no tiene mucho sentido cambiar lo que funciona. No obstante, un partido desplazado del poder con la severidad que fueron derrotados los partidos de oposición mexicanos, debería tener numerosos incentivos para rediseñarse y aumentar su competitividad. No fue así, entre otras razones porque en México perder elecciones es un negocio. La garantía de un millonario financiamiento público incluso para los partidos perdedores ofrece un premio de consolación lo suficientemente apetitoso para negarse al cambio interno. Si a esto le sumamos el reparto de diputaciones plurinominales a discreción de la dirigencia partidista, quedan muy claros los beneficios políticos y financieros de mantenerse en la inercia.
Para ser más competitivos, los partidos políticos optaron no por el esfuerzo creativo de una refundación acorde con las necesidades del siglo XXI, sino por el recurso más simple de integrar una alianza. La alianza es un mecanismo importante y valioso, pero insuficiente para la restauración de su credibilidad social como instituciones de interés público.
Hoy, ante el fenómeno de Xóchitl Gálvez, los dirigentes partidistas piensan que su problema ya está resuelto. No es así: encontraron una respuesta de coyuntura y, por buena que sea, no soluciona el problema de fondo a largo plazo. México precisa de instituciones políticas modernas, competitivas, con arraigo social y dueñas de una imagen pública decorosa. De otra manera, más temprano o más tarde, el desencanto con la democracia devolverá al país de lleno al esquema de liderazgos carismáticos y populistas. No se trata de inventar el hilo negro: sobran ejemplos de partidos políticos en otras partes del mundo que modernizaron sus estructuras internas con la finalidad de volver a ganar elecciones.
I. La crisis de los partidos políticos
Los partidos son los protagonistas institucionales del proceso democrático y encauzan los liderazgos sociales por los rieles del constitucionalismo. Las democracias sólidas se caracterizan por disponer de partidos políticos fuertes, solo así ganan representatividad y confianza del electorado. Un partido político fuerte no es lo mismo que una franquicia donde manda un solo cacique, al estilo de las más pequeñas instituciones partidistas mexicanas.
Además de las causas que todos conocemos (corrupción, postulación de figuras impresentables y escándalos sin fin), hay otros motivos de fondo para explicar la crisis de los partidos políticos. Cuando menos desde el final de la guerra fría, los intelectuales liberales argumentaron que el centro de la democracia es la ciudadanía. Se idealizó al ciudadano y se satanizó a los partidos, como si alguna vez hubiera existido una democracia liberal sin estos últimos.
De hecho, fueron los mismos liberales quienes en los últimos siglos abogaron por la construcción de instituciones políticas. Frente a la arbitrariedad del caudillo (nada menos que un individuo) se opuso el dique confiable de las instituciones. Los individuos son frágiles, maleables, manipulables, vacilantes, corrompibles. Las instituciones sólidas obedecen reglas fijas. Consecuentemente, los partidos políticos, a diferencia de los individuos y los candidatos así llamados ciudadanos, ofrecen certidumbre ideológica, plataformas de gobierno más o menos predecibles y algún grado de disciplina institucional en los procedimientos parlamentarios.
Ya desde la década de 1990, el filósofo André Comte-Sponville advertía que los jóvenes politizados de Estados Unidos y Europa Occidental optaban por participar en la vida pública mediante su afiliación a organizaciones no gubernamentales (ONG). Frente al desprestigio de los partidos políticos, las ONG se volvieron una alternativa “moralmente superior” muy atractiva para quienes querían hacer política sin ensuciarse las manos. Se decía que las ONG no buscaban el poder sino simplemente defender una causa. Pero en última instancia pretendían cambiar prácticas institucionales o modificar legislación, de modo que requerían involucrarse así fuera indirectamente con los partidos políticos. Las ONG, hoy llamadas organismos de la sociedad civil u organizaciones ciudadanas, han registrado también una cauda de escándalos de corrupción y otras lindezas en las últimas tres décadas. No obstante, el desprestigio solo persigue a los partidos políticos.
Hasta el día de hoy, no existe una sola sociedad genuinamente democrática que haya sido capaz de inventar sucedáneos de los partidos políticos. En lugar de seguir descalificándolos, los intelectuales liberales harían bien en contribuir a la modernización de nuestro sistema de partidos. En esa lógica planteo las siguientes propuestas, como una modesta contribución al debate.
II. Las propuestas
Democracia interna
Esta es la más evidente de las exigencias para mejorar la calidad de nuestros partidos políticos, pero también la más urgente. Ya cuando el PRI era un partido hegemónico, dos de sus dirigentes más célebres trataron de introducir elecciones primarias, cuando menos a nivel municipal, para elegir candidatos locales con la participación de la militancia. Tanto Carlos Madrazo como Jesús Reyes Heroles fracasaron. La cultura autoritaria en ese partido jamás fue superada.
El caso del PAN es más penoso. Se trata de un partido que, a diferencia del PRI, nació con una robusta tradición de democracia interna y elecciones primarias. Al paso del tiempo, en lugar de que esa tradición se extendiera y amplificara, empezó a olvidarse. El PAN se convirtió en un cacicazgo utilizado patrimonial y verticalmente por sus dirigencias. En lugar de que las prácticas democráticas del PAN se imitaran y trasladaran a los otros partidos, este terminó desechando sus propias prácticas y copiando a los partidos autoritarios.
La experiencia del FAM, en este sentido, es un ejercicio novedoso en la ruta correcta, pero quedó inconcluso y dejó varias asignaturas pendientes, empezando por la celebración de una votación real al término del proceso, a la que se habían comprometido los partidos que lo integran.
No está claro que Morena quiera institucionalizarse como un partido político moderno. Aparentemente quiere mantenerse a caballo entre el movimiento social y un partido político. Resulta obvio, sin embargo, que en esa organización no hay democracia interna. El mecanismo de selección de candidaturas y dirigentes es el dedazo disfrazado de encuesta. El caudillismo y la figura de Andrés Manuel López Obrador son la base y el centro de toda vida interna. En Morena no hay ni habrá perspectivas de democracia interna.
Entre los partidos más jóvenes y en vías de desarrollo, como el PVEM, el PT o MC, tampoco existe el más mínimo atisbo de democracia interna. En lugar de convocar a asambleas partidistas e invitar a la militancia a participar en la toma de decisiones mediante una votación por los liderazgos (y posicionamientos) de su preferencia, vemos el peso exclusivo de dirigentes partidistas o gobernadores. Los choques internos entre el grupo de Dante Delgado y Enrique Alfaro en Movimiento Ciudadano han evidenciado la falta de un mecanismo de elecciones al interior del partido para solventar cuestiones como la conveniencia o no de integrarse a una alianza con otros institutos políticos. Tanto el PVEM como el PT y MC seleccionan sus candidaturas mediante procedimientos oscuros más parecidos al dedazo que a la democracia.
Entonces, no se puede insistir demasiado sobre la necesidad de democratizar la vida interna de los partidos políticos. Frente a la excusa fundada de los partidos de que no celebran elecciones primarias por temor a la injerencia gubernamental en sus procesos internos, ahí está el modelo argentino de las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO), un mecanismo mediante el cual todos los partidos están obligados a celebrar sus elecciones primarias el mismo día. Esto tiene la finalidad de que los operadores del gobierno no puedan distraer su atención de sus propios procesos internos y cada partido esté obligado a concentrar su operación en la victoria de las corrientes preferidas por su militancia.
El arraigo local
En México falta una deliberación pública de mayor calidad en las entidades federativas. En ausencia de medios de comunicación lo suficientemente fuertes y de universidades provistas de financiamiento adecuado, los partidos políticos deberían cumplir una función de politización responsable en la vida pública local. La tarea partidista no puede ni debe limitarse a la postulación de candidaturas en los procesos electorales de la comunidad, aunque esa función sea indispensable. Los partidos deberían garantizar la celebración frecuente de foros abiertos en torno a los problemas locales. Los congresos estatales deberían adquirir un protagonismo y visibilidad superiores a los que tienen actualmente. Pero el trabajo de pedagogía política a escala local debería reflejarse más allá del parlamento, con una invitación continua a los ciudadanos para involucrarse en los cabildos.
La actividad política local en todo el mundo se ha transformado a resultas de la extinción de los periódicos y estaciones de radio municipales. Lo que han hecho partidos políticos locales exitosos en otros países del mundo es servirse de las herramientas digitales, como las redes sociales, blogs y podcasts, para producir una esfera pública más rica en sus localidades. Lo mismo pueden ocuparse de asuntos públicos específicos de una población que del impacto de cuestiones de la política nacional en la vida local. Se trata de que todos encuentren los espacios para dar a conocer sus propuestas.
La única manera de garantizar esto es renunciar a la comodidad del escritorio para salir a recorrer las colonias y escuchar a los vecinos en sus demandas y necesidades, preferentemente con mecanismos permanentes e institucionalizados. Algunos partidos políticos europeos obligan o cuando menos estimulan a sus dirigentes a viajar a la provincia y hospedarse en casas de militantes, para que convivan y aprendan con ellos de las necesidades comunitarias.
Algo tan elemental como las oficinas de atención al público y de gestión de sus necesidades se ha vuelto más importante que nunca. Los colegios de profesionistas locales, las agrupaciones de beneficencia y otros organismos similares pueden facilitar la interacción de los partidos políticos con la sociedad. También se puede invitar de manera plural a los dirigentes y militantes a reuniones o discusiones públicas y privadas para conocer mejor el trabajo de las instituciones partidistas. No se trata de proveer foros a modo para la propaganda, sino de organizar discusiones sobre las cuestiones locales fuera de los espacios tradicionales. De nuevo, no se requiere inventar el agua tibia, basta con volver a las premisas básicas y a las funciones originales de los partidos que han dejado de cumplir en la actualidad.
El vínculo con la sociedad civil
En el Reino Unido, los partidos políticos organizan contiendas deportivas entre sus propios militantes o contra otros partidos. El equipo perdedor paga una apuesta a favor de un organismo de beneficencia o una organización no gubernamental escogida por el equipo ganador. La idea es construir vínculos entre diferentes organismos de ciudadanos, sean partidos políticos o sean ONG. La convivencia de ambos tipos de organismos así sea por motivos atléticos establece un lazo de interés y vigilancia sobre el buen desempeño financiero y profesional de las diferentes instituciones.
Otra cosa que acostumbran los partidos políticos en Inglaterra y Alemania es la celebración de concursos de ensayo para los jóvenes sobre cuestiones de interés público. El premio de ese tipo de certamen, además de la publicación de los textos, suele ser el encuentro en cenas formales con intelectuales de talla nacional e internacional para discutir el tema de sus respectivos ensayos. También puede incluirse en las cenas a los dirigentes locales o nacionales del partido organizador para que el ensayista ganador pueda plantear sus ideas a actores políticos relevantes. Si bien algunos de estos concursos son una práctica incipiente en México, no gozan de la visibilidad ni el prestigio que tienen en otros países. Tampoco del deseo entusiasta por participar de parte de los miembros de la comunidad.
Adicionalmente, los partidos políticos europeos llevan ya algunos años promoviendo esquemas imaginativos de participación social. Invitan a los ciudadanos externos a los partidos para que practiquen cuestiones como los bancos de tiempo, en los cuales se intercambian habilidades entre los miembros, sin dinero de por medio, contabilizando el tiempo de servicio prestado. Se trata de poner al servicio de la comunidad todo tipo de saberes e intercambiarlos por otros, conociendo y socializando con más gente.
Los partidos políticos en el primer mundo también celebran festivales con premios para promoción del talento local, desde gastronomía hasta costura, pasando por música, convenciones de comics, patinaje y torneos de videojuegos. El punto es atraer a la gente a círculos políticos con las actividades que gozan de popularidad masiva. La consecuencia es la integración de todas las clases sociales y diferentes grupos mediante pasatiempos compartidos.
Todas estas actividades suponen un redireccionamiento del financiamiento de los partidos, pero las finanzas partidistas son un tema que exige una discusión pública más amplia. Desde luego, la reorientación presupuestal de los partidos en temporada no electoral requiere y presupone la democracia interna para que la militancia tenga voz y voto sobre cómo se gasta el dinero de su organización.
El reclutamiento y responsabilidad del militante
Hasta donde tengo noticia, todos los partidos políticos son un fracaso en términos de reclutamiento y formación de militantes. Los partidos de oposición están integrados fundamentalmente por juniors (hijos, nietos, sobrinos o parientes de grandes figuras) o bien, como decía Ludolfo Paramio, por el reciclaje de desechos políticos (los militantes que renunciaron o fueron expulsados de otro partido para quedarse con su base electoral).
Las así llamadas “escuelas de cuadros” son un fraude transversal a los partidos. Es muy difícil encontrarse con un militante que conozca el programa de gobierno de su organización, ya no digamos la historia y la filosofía de su propio partido. Es indispensable revivir la deliberación ideológica de calidad y hacer que la discusión interna en los partidos también sea un tema conceptual.
Sin importar las preferencias ideológicas del lector, imagine que el partido más cercano a sus preferencias tuviera figuras de la talla intelectual de Jesús Reyes Heroles, Carlos Castillo Peraza o José Revueltas. No existe la filosofía política en la vida pública mexicana. Las fuerzas ideológicas contemporáneas son inferiores a sus propias tradiciones intelectuales.
En ausencia de figuras de estatura intelectual, los partidos no pueden formar a su militancia en un discurso de contornos precisos. Es verdad que disponen de escuelas de cuadros, institutos de formación ideológica y fundaciones culturales, pero estos son vistos por las dirigencias partidistas como una posición para que los políticos viejos se jubilen o una pantalla para negocios truculentos.
No solamente eso: los partidos cada vez le resultan más repelentes al ciudadano. Las nuevas generaciones prefieren hacer política como tuiteros o tiktokeros que acercarse a la conferencia de un ideólogo. Pero los muchachos responden muy bien ante la inteligencia. Es una simplificación y un exceso decir que el electorado solo quiere caras bonitas, personalidades chistosas, irreverentes o simpáticas. ¿Dónde están esas nuevas generaciones interesadas en una política de contenido y no de puro entretenimiento? En muchos lugares. Grupos estudiantiles y agrupaciones juveniles. Campeones de torneos de oratoria, concursos de debate, certámenes de ensayo, etc.
Pero ese es el diamante en bruto, la tarea de los partidos es pulirlo y convertirlo en joyería de alto nivel. ¿Cómo se educa y se forma un político? Esa preocupación que desveló a tantos pensadores renacentistas en sus “espejos de príncipes” (el género del cual saldría El príncipe de Maquiavelo) no es la materia de este ensayo. Me limitaré a algunos apuntes eminentemente prácticos sobre el asunto.
Hubo una serie documental muy popular hace un par de años en Netflix. Se llamaba El último baile y trataba de cómo un equipo de basquetbol regular o incluso mediocre, los Chicago Bulls, se convirtió en el escuadrón de estrellas más importante de la NBA durante varias temporadas. No fue tarea de un día ni de un año: tomó algunos años y exigió invertir y aceptar que en el camino habría fracasos y derrotas. Supuso sobre todo apostar tiempo, dinero y esfuerzo a la formación de una cantera de jóvenes.
No se trata de ir, detectar un talento y sobreexponerlo poniéndolo a competir de inmediato al más alto nivel, sino de empezar a foguearlo, ponerle pruebas y ayudarlo a crecer progresivamente. Una formación integral debería incluir desde luego conocimientos históricos, filosófico-ideológicos y programáticos. No se trata de obtener un grado en Ciencia política, sino de aprender a hacer política mediante ejercicios políticos reales. Y así como los pintores renacentistas aprendían a pintar en los talleres de otros pintores, es preciso el establecimiento de un sistema coherente de mentorías políticas. Políticos enseñando a futuros políticos. La observación es una escuela práctica. Acompañar cotidianamente a un político y verlo en acción puede ilustrar mucho más que cualquier otro mecanismo didáctico. Si la sociedad quiere profesionalizar a la clase política, la escuela idónea son los partidos. No se ha inventado algo mejor, pero es preciso que todos los actores sociales se lo tomen en serio. Así sucede en Alemania, Inglaterra o los países escandinavos.
Ahora bien, un militante no puede ser simplemente un aspirante a convertirse en político profesional. Aunque los estatutos establecen formalmente una serie de responsabilidades de la militancia, en los hechos el chapulinismo (salto de políticos de un partido a otro) y una serie de factores diversos, eximen a los candidatos y dirigentes de compromisos y obligaciones concretas con la institución. La militancia debería llevar aparejadas responsabilidades como el voluntariado en campañas electorales y el pago puntual de cuotas proporcionales a su organismo partidista, de modo que pueda acreditar la exigencia de derechos políticos en su organización. Desde la recepción de su revista institucional hasta la invitación a cursos, viajes, y muy especialmente el derecho a votar en la vida democrática interna del partido. Dicho a la mexicana, el que paga manda. Es el único medio para que las dirigencias estén obligadas a escuchar a las bases y reconocerles voz y voto.
III. Los retos
La crisis de las democracias constitucionales se da lo mismo en países desarrollados que en naciones en vías de desarrollo. Sus causas son múltiples: económicas, sociológicas, geopolíticas, mediáticas y un larguísimo etcétera. No obstante, entre las causas políticas más notables de la erosión democrática mundial destaca el desprestigio de los partidos convencionales. Partidos políticos de orgullosa tradición y larga historia han entrado en severos procesos de deterioro: desde la cuasi extinción del Partido Socialista de Francia, hasta la sucesión de devastadoras derrotas del otrora poderosísimo Partido del Congreso en la India, pasando por la dramática demolición ideológica del Partido Republicano en Estados Unidos. Algunos sucumbirán en el proceso, otros quizá sobrevivirán reinventándose. La clave es esa: una reinvención caracterizada por la fidelidad a los ideales con flexibilidad en los métodos y las políticas. No puede tratarse simplemente, como hacemos en México, de un rejuvenecimiento cosmético con la presentación de caras juveniles pero idénticas al pasado en todo lo demás.
La política en un sistema democrático es y debe ser, antes que otra cosa, la socialización con los vecinos, el aprendizaje del conciudadano. La disposición a escuchar y convivir con el diferente, el deseo legítimo de persuadir sobre nuestros puntos de vista, pero el respeto al deseo de otros de pensar distinto. Los partidos políticos requieren volver a su papel de socializadores y promotores de la convivencia.
No soy ingenuo. Nadie pide que los partidos renuncien a la lucha por el poder. Pero sí que asuman responsabilidades adicionales en la educación cívica: su responsabilidad de representación, pero también de formadores. La de integración y reconocimiento a la riqueza que supone la diversidad de puntos de vista. En suma, su responsabilidad liberal antes que otras preferencias ideológicas. “Esa hermosa voluntad empecinada de vivir juntos los distintos”, como dice Cayetana Álvarez de Toledo. Sabemos que en México hubo y hay partidos abiertamente antiliberales, pero mientras vivamos en una democracia liberal por ordenamiento constitucional, es dable exigirles ciertos elementos mínimos de respeto al sistema liberal.
El primer paso para lograrlo es desatar una deliberación pública sobre el futuro de estas instituciones indispensables para nuestra democracia. Hay quienes afirman que, si los partidos políticos logran reformarse en el mundo, no será en México donde veamos ese proceso. Estoy convencido de que es una premisa errónea. Muchísima gente creía que México nunca lograría celebrar elecciones libres hasta que se fundó el Instituto Federal Electoral (IFE), hoy INE. Otros tantos afirmaban que los hábitos económicos del pueblo mexicano eran muy primitivos para aceptar el libre comercio. En la actualidad hasta la izquierda más radical se vio obligada a reconocer la trascendencia del TMEC.
No soy determinista. Precisamente porque creo en el liberalismo, no me resultan convincentes ni el fatalismo católico de la derecha estilo Lucas Alamán –“México está condenado a esto y aquello”– ni el determinismo histórico de las izquierdas marxistas que pronostica la caída del capitalismo. El porvenir está abierto, decía Popper. Remodelar el sistema de partidos en México es posible, probable y necesario. ~