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Louise Glück, murió la poeta estadounidense y Nobel de Literatura que habló de su supervivencia del dolor

La escritora, que falleció a los 80 años, escribió desde su yo más personal sobre la pérdida, los traumas de las relaciones paternas, la muerte y el desamor. Su lírica es de voz transparente, sencilla y profunda a la vez

La poeta estadounidense Louise Gluck (1943 – 2023), Nobel de Literatura 2020.

 

El trigo cosechado, almacenado; seca / la última fruta: el tiempo / que se acumula, sin usar, / ¿también termina?».

Louise Glück, la poeta estadounidense y Nobel de Literatura 2020, falleció a los 80 años en Cambridge, el viernes 13 de octubre de 2023. Una poeta de rastro autobiográfico, desde lo íntimo, personal y sentimental, que obtuvo el máximo galardón de las letras, según la Academia Sueca, por “su inconfundible voz poética, que con austera belleza hace universal la existencia individual”.

El dolor nacido de la pérdida, los traumas de las relaciones paternas, la muerte y el desamor fueron temas capitales en su obra poética. En El iris salvaje escribió:

No esperaba sobrevivir
tierra reprimiéndome. No esperaba
despertar de nuevo, sentir
en tierra húmeda mi cuerpo
capaz de responder de nuevo, recordando
después de tanto tiempo como abrir de nuevo
en la luz fría
de la primavera más temprana…

Su amor por la poesía le llegó de pequeña: «Cuando era una niña pequeña, creo, de unos cinco o seis años, organicé un concurso en mi cabeza, un concurso para decidir el poema más grande del mundo. Hubo dos finalistas: The Little Black Boy, de Blake, y Swanee River, de Stephen Foster», dijo en su discurso al recibir el Nobel de Literatura.

Nieta de judíos húngaros que migraron a Estados Unidos, Louise Glück nació en Nueva York el 22 de abril de 1943. Es una de las poetas más aclamadas en su país y querida por los lectores. En 1968 publicó su primer poemario: Primogénita. En total editó trece poemarios y dos ensayos. Entre los galardones que recibió destacan el Premio Pulitzer por El iris salvaje (1993), el Premio Nacional del Libro por Noche fiel y virtuosa (2014) y el Nobel de Literatura (2020)

Una clave para entender su voz transparente, sencilla y profunda, a la vez, la dio la Academia Sueca, en 2020, en el análisis de su obra:

En sus poemas, el yo escucha lo que queda de sus sueños e ilusiones, y nadie puede ser más duro que ella para confrontar las ilusiones del yo. Pero incluso si Glück nunca negara el significado del trasfondo autobiográfico, no debe ser considerada una poeta confesional. Glück busca lo universal, y en ello se inspira en los mitos y motivos clásicos, presentes en la mayoría de sus obras. Las voces de Dido, Perséfone y Eurídice – los abandonados, los castigados, los traicionados – son máscaras de un yo en transformación, tan personal como universalmente válido”.

La Academia Sueca añadió: “Louise Glück no solo está comprometida con los errores y las condiciones cambiantes de la vida, sino que también es una poeta del cambio radical y del renacimiento, donde el salto adelante se da desde un profundo sentimiento de pérdida”.

Los primeros trabajos de Louise Glück, escribe The New York Times, “especialmente su debut, Primogénita (1968), están profundamente en deuda con los llamados poetas confesionales, que dominaron la escena en las décadas de 1950 y 1960, entre ellos John Berryman, Robert Lowell y Sylvia Plath. Pero, incluso cuando Glück continuó tejiendo sus versos con un hilo autobiográfico, no hay nada solipsista en su trabajo posterior, más maduro, incluso cuando exploró temas íntimos de trauma y desamor”.

A Louise Glück le gustaban los poemas que le hablaban a ella, que reclamaban su presencia; los poemas de voz privada y casi clandestina alrededor de los cuales solo están el autor y el lector. Lo reconoció en el discurso de aceptación del Nobel de Literatura.

Y ya en su escritura, como recuerda The New York Times, “ella es, en el fondo, la poeta de un mundo caído’, escribió una vez el crítico Don Bogen. Pero si su obra rara vez ofrecía redención, y mucho menos alegría, sí buscaba consuelo, aunque sólo fuera en la aceptación del mundo tal como es; el triunfo de Aquiles, en su opinión, fue la comprensión de su propia mortalidad. Y en la mortalidad y la muerte, pensaba, uno podría encontrar la esperanza de renacer”.

En el poema Lago en el cráter, dice:

Entre el bien y el mal hubo una guerra.
Decidimos que el cuerpo fuese el bien.

Eso hizo que el mal fuese la muerte,
que el alma se volviera
completamente en contra de la muerte.

Como un soldado que desea
servir a un gran señor, el alma
desea cerrar filas con el cuerpo.

Se puso en contra de la oscuridad,
en contra de las formas de la muerte
que reconocía.

De dónde viene la voz
que dice: y si la guerra
fuese el mal, que dice

y si fue el cuerpo el que nos hizo esto,
nos hizo tener miedo del amor.

En Ararat, va a un lugar más familiar, íntimo en su poema Amante de las flores:

En nuestra familia, todos aman las flores.
Por eso las tumbas nos parecen tan extrañas:
sin flores, sólo herméticas fincas de hierba
con placas de granito en el centro:
las inscripciones suaves, la leve hondura de las letras
llena de mugre algunas veces…
Para limpiarlas, hay que usar el pañuelo.

Pero en mi hermana, la cosa es distinta:
una obsesión. Los domingos se sienta en el porche de mi madre
a leer catálogos. Cada otoño, siembra bulbos junto a los escalones de
ladrillo.
Cada primavera, espera las flores.
Nadie discute por los gastos. Se sobreentiende
que es mi madre quien paga; después de todo,
es su jardín y cada flor
es para mi padre. Ambas ven
la casa como su auténtica tumba.

No todo prospera en Long Island.
El verano es, a veces, muy caluroso,
y a veces, un aguacero echa por tierra las flores.
Así murieron las amapolas, en un día tan sólo,
eran tan frágiles…

En Vita nova, Louise Glück hace un acercamiento al amor-desamor en El vestido:

Se me secó el alma.
Como un alma arrojada al fuego,
pero no del todo,
no hasta la aniquilación. Sedienta,
siguió adelante. Crispada,
no por la soledad sino por la desconfianza,
el resultado de la violencia.

El espíritu, invitado a abandonar el cuerpo,
a quedar expuesto un momento,
temblando, como antes
de tu entrega a lo divino;
el espíritu fue seducido, debido a su soledad,
por la promesa de la gracia.
¿Cómo vas a volver a confiar
en el amor de otro ser?

Mi alma se marchitó y se encogió.
El cuerpo se convirtió en un vestido demasiado
grande
para ella.
Y cuando recuperé la esperanza,
era una esperanza completamente distinta.

En Las siete edades, la poeta hace una aproximación al Tiempo:

En mi primer sueño el mundo parecía
lo salado, lo amargo, lo prohibido, lo dulce
En mi segundo sueño descendía,

era humana, no veía nada de nada
bestia como soy

debía tocarlo, contenerlo

me escondí en la arboleda,
trabajé en los campos hasta que quedaron yermos

un tiempo
que nunca volverá-
el trigo seco en gravillas, cajones
de higos y aceitunas

Hasta amé alguna vez, a mi manera
repugnante, humana

y como todo el mundo llamé a ese logro
libertad erótica,
por absurdo que parezca

El trigo cosechado, almacenado; seca
la última fruta: el tiempo
que se acumula, sin usar,
¿también termina?

El amor y misterio por la poesía lo compartió Louise Glück en su discurso del Nobel: «Cuando era una niña pequeña, creo, de unos cinco o seis años, organicé un concurso en mi cabeza, un concurso para decidir el poema más grande del mundo. Hubo dos finalistas: The Little Black Boy, de Blake, y Swanee River, de Stephen Foster. Caminé de un lado a otro por el segundo dormitorio en la casa de mi abuela en Cedarhurst, un pueblo en la costa sur de Long Island, recitando, en mi cabeza como prefería, el inolvidable poema de Blake, y cantando, también en mi cabeza, la inquietante y desoladora canción de Foster. Cómo llegué a leer a Blake es un misterio. Creo que había algunas antologías de poesía en casa de mis padres entre los libros sobre política e historia y las muchas novelas. Pero asocio a Blake con la casa de mi abuela. Mi abuela no era una mujer estudiosa. Pero estaba Blake, Las canciones de la inocencia y la experiencia, y también un pequeño libro de las canciones de las obras de Shakespeare, muchas de las cuales memoricé. Particularmente me encantó la canción de Cymbeline, probablemente sin entender ni una palabra, pero escuchando el tono, las cadencias, los imperativos sonoros que fueron emocionantes para una niña muy tímida y temerosa. «Y tu tumba será célebre». Así lo esperaba».

Ese concurso infantil lo ganó William Blacke con este poema:

El pequeño niño negro

Mi madre me parió en el yermo sur,
Y yo nací negro, mas oh, mi alma es blanca.
Blanco como un ángel es el niño inglés:
Pero yo soy negro, cual de luz privado.

Mi madre me educó bajo un árbol,
Y sentados antes del calor del día,
Me puso en su falda, después me dio un beso,
E indicando al oriente, empezó a decir:

“Mira el sol naciente: allí habita Dios,
Y brinda su luz, obsequia su calor;
Y hombres, bestias, árboles y flores reciben
Solaz en el alba, ventura en la tarde.

Y nos da en la tierra un exiguo tiempo
para que aprendamos a sobrellevar del amor los rayos;
Y estos cuerpos negros, y este ardiente rostro,
Son sólo una nube, cual bosque sombrío.

Cuando nuestras almas el calor resistan,
La nube se irá, oiremos su voz:
“Salid de la fronda, mis hijos amados,
Y en torno a mi tienda gozad cual corderos”.

Así habló mi madre, después me besó,
Y así yo le digo al pequeño inglés:
Cuando ambos de negra y alba nube libres,
En torno a la tienda de Dios retocemos,

Del sol guardaré hasta que al fin pueda
Feliz reclinarse sobre nuestro padre;

Después tocaré su pelo de plata,
Seré como él y ha de amarme entonces.

 

 

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