Argentina, entre dos populismos
Sergio Massa aprovechó que se le ha permitido ser candidato y ministro de Economía a la vez para condicionar el gasto clientelar y asegurarse así la victoria del populismo institucionalizado
Lo más sorprendente de la primera vuelta presidencial en Argentina no es sólo el fracaso, una vez más, de las encuestas, sino lo cerca que ha estado el candidato oficialista de proclamarse ganador directamente en la primera vuelta. Sergio Massa no sólo sumó 3,2 millones de votos más (equivalente a seis puntos porcentuales) a los porcentajes que obtuvo en las primarias de agosto, en las que llegó tercero, sino que quedó a sólo cuatro puntos de alcanzar la barrera del 40 por ciento que le hubiese permitido proclamarse presidente si hubiese tenido diez puntos de ventaja respecto del segundo aspirante. Para infortunio del centro-derecha, encarnado en Patricia Bullrich, la campaña electoral argentina estuvo polarizada desde el principio entre dos populismos: el peronismo que lleva setenta años adoptando diversas formas políticas en el país (de hecho el peronismo de Massa es distinto del de los Kirchner o del de Menem) y el libertarismo o liberalismo extremo de Javier Milei, caricaturizado hasta el ridículo por el mismo Milei.
Al final, el electorado argentino ha favorecido al candidato del populismo institucionalizado, que es el peronismo, en vez de preferir el que apostaba por la disolución del Estado clientelar. Si una tragedia es una situación que no tiene solución, este es el resumen de lo que vive Argentina. La gran eficacia electoral del peronismo ha quedado de manifiesto al conseguir que uno de los máximos responsables de que el país tenga una inflación del 138,3 por ciento anual, con una moneda devaluada, una deuda externa elevadísima y una capacidad fiscal mermada, resulte premiado con el primer lugar en la elección. Este logro notable sólo ha sido posible gracias a la complicidad de una democracia de muy baja calidad y sin contrapesos institucionales. Massa ha aprobado bonos y subsidios –’planes platita’ los llaman en Argentina– que beneficiaron directamente a 15 millones de ciudadanos. Además, aprobó rebajas de impuestos para 800.000 contribuyentes de clase media y la devolución del IVA para los jubilados y los trabajadores pobres. Hay cálculos de analistas que afirman que el destino del 1,5 por ciento del PIB ha sido reorientado con fines electorales. No se puede omitir que la ley argentina permite que Massa sea candidato a la Presidencia mientras sigue al frente del Ministerio de Economía, una situación extraña en un régimen presidencial, donde suele ser incompatible simultanear el cargo de ministro con el de candidato presidencial.
A la enorme rentabilidad política del clientelismo peronista, muchísimo más elevada mientras más dependiente y depauperada es la población de un país, se sumó el efecto del miedo que provocó Javier Milei y la motosierra con que hizo campaña. El liberal no sumó nuevos votos a los que ya obtuvo en las primarias demostrando que su estilo e ideas tienen un techo sólido, difícil de romper más allá de recoger el enfado de los ciudadanos. La primera reacción de Milei tras el resultado ha sido arremeter contra las figuras del radicalismo argentino, justo lo contrario que se podía esperar de alguien que debería pretender sumar fuerzas en la segunda vuelta en vez de seguir polarizando al país.
¿Cuál va a ser el destino de los votos de Bullrich que podrían decantar la situación? Ayer, si había alguien que reflejaba desolación en su rostro no era Bullrich, sino su mentor, Mauricio Macri. El resultado supone el fin de cualquier intento de resucitar su proyecto político de centro-derecha y limitarse a administrar la miseria de reconocer que su importante caudal de votos deberá limitarse a engordar uno de los dos populismos que han ganado la elección.