María José Solano, el último amor de Patrick Leigh Fermor
La escritora publica ‘Una aventura griega’, su peregrinación e investigación en torno al legendario aventurero británico
Cuando todo estaba por hacer, a los poetas provenzales les correspondió fundar sentimientos. Entre ellos, inventaron una modalidad épica de la pasión idealizada: el amor de oídas o el amor de lejos. Jaufré Raudel, por ejemplo, pasó sus días cantando a la lejana condesa de Trípoli, desdeñando a las mujeres de su entorno: «Otro amor en mi corazón no hay/ salvo el de una dama que jamás he visto». Sobre otra misteriosa amada, escribió Guillermo de Aquitania esta frase concisa y sublime como una divisa heráldica: «Nunca la vi, la amo mucho». Querer un imposible es querer sin coyunturas, posiblemente la mejor forma de querer.
María José Solano ha encontrado su propia derivada de este tipo de romance ideal en lo que podríamos llamar el amor de leídas. Una pasión libresca y algo tanática por un atractivo escritor y aventurero británico, Patrick Leigh Fermor (1915-2011), Paddy para los amigos. A los dos años de su muerte, se publicó en España la biografía de Artemis Cooper. Para Solano, aquella lectura supuso lo que un flechazo en la barra de un bar. «Me quedé fascinada con el personaje, me sacudió a pesar de que Cooper, como historiadora, se mantiene fría» -explica a THE OBJECTIVE-. «Eso me sirvió de excusa para buscar y leer todos los libros de Paddy. Y su propia voz terminó de confirmarme que era alguien especial, el tipo de héroe literario y homérico que me interesa, esa clase de hombre de los mil trucos, tan parecido a Ulises, tan humano».
El paso lógico del amor, desde que existen amantes, es tender hacia el otro, ir en su busca. «Necesitaba conocer a aquel hombre, o mejor, perseguir sus huellas, cazar una pieza que solo existía en mi biblioteca y mi imaginación», escribe Solano al inicio de Una aventura griega (Debate), mitad biografía, mitad libro de viajes, siempre crónica sentimental. «Cogí dos semanas y me fui a Grecia con mis cuadernos, mis libros y mi obsesión patológica por un amor imposible», añade en conversación con este medio.
Viajeros románticos
Patrick Leigh Fermor es asimilable a esa casta de viajeros románticos anglosajones que anidaron en el Mediterráneo a principios del siglo XX, como los Durrell, Robert Graves, Henry Miller… En su caso, atravesó Europa a pie con la intención de llegar a Constantinopla cuando Constantinopla había dejado de llamarse así. Llegó a Estambul el 1 de enero de 1935 y continuó camino a Grecia. Lo contó años después en El tiempo de los regalos. El resto de su larga vida la pasó en torno a esta tierra, entre libros, mujeres y avatares byronianos (por ejemplo, capturó en Creta a un general nazi en 1941 en una operación que inspiró Los cañones de Navarone).
«El final del viaje de Paddy era Constantinopla, el mío era su casa», explica Solano. Desde Atenas, en coche alquilado, fue bajando por el Peloponeso, siempre con el Egeo a la vista, hasta Kardamili, la idílica propiedad del escritor británico entre cipreses y construcciones venecianas. «Yo buscaba ese escudo bruñido, ese espejo de uno que es su casa. Como a Daphne du Maurier, siempre me han interesado los amores y las casas», señala la autora de Una aventura griega. Por el camino, trató con quienes le conocieron, como Dolores Payá, su traductora al español. «A medida que iba avanzando, profundizado en Grecia, iba construyendo un personaje cada vez más rico. No hubo desengaño alguno. Aunque el hecho de que Paddy estuviera muerto me producía una desesperación romántica, también era de agradecer porque el personaje idealizado se mantiene intacto».
Leigh Fermor nunca llegó a ser del todo reconocido como escritor. Somerset Maugham lo retrató como «un gigoló de clase media para mujeres de clase alta». La frase es terriblemente cruel y terriblemente divertida. Sus conquistas fueron numerosas, entre ellas la princesa Balasha Cantacuzene. Una vez casado con su esposa Joan, el contador siguió corriendo. Tanto que, después de muerto, Paddy sigue levantando pasiones. María José Solano no se esconde en este sentido: su libro es una declaración de amor. ¡Y lo más curioso es que puede ser correspondido! En la librería de Kardamili, el dueño, que trató al escritor, despidió a la viajera con una confesión: «Tú le hubieras gustado mucho a Mihalis» (el nombre con el que era conocido en Grecia).
Fascinación por Grecia
Pero, como se suele decir, ¿qué les daba? «Eso mismo le pregunté a Artemis Cooper, que lo conoció y habló con varias amantes» -cuenta Solano-. «Ella me dijo: gift, gift, gift. Mientras que los hombres enamorados exigen cosas, que los escuchen, que los coloques en situaciones o que los admires, consciente o inconscientemente, el solo sabía dar, dar y dar. Artemis me dijo que cuando hablaba con él ella era una niña y el un señor de 80 años, pero seguía siendo seductor, la ponía nerviosa. Paddy te colocaba en el centro de su universo y te sentías la reina del mundo, no por ser su centro sino por lo rico y fascinante que era su universo».
A su regreso de Grecia, Arturo Pérez Reverte, «gran fermoriano», sugirió a Solano, cofundadora de Zenda, que narrara por entregas su viaje en este portal literario. La editorial Debate propuso a la autora unificarlo y ampliarlo en este libro, prologado por Jacinto Antón, que, amén de la crónica de un amor imposible, es también la del descubrimiento de un país inolvidable. «Cuando yo voy a Grecia voy bien equipada con muchas Grecias: la clásica, la bizantina, la de Paddy, de San Pablo. En Grecia voy volcando todo eso que ya estaba en mi cabeza, porque el reto en Grecia es construirla con tu mirada. Es un país que te exige conocerte a ti mismo para poder entenderlo».
En la amplísima biblioteca de Solano, los libros de viajes hacen una cuota importante. La autora suele repetir que «viajar es leer en movimiento». Lleva toda la vida haciendo una cosa y la otra: viajar y leer, leer y viajar. Ahora también escribirlo. No en balde, confiesa, su primer gran amor de leídas fue Ulises: «Tenía incluso un álbum de Cola Cao que iba coleccionando, se llamaba Los viajes de Ulises, me fascinó con 7 u 8 años; luego ya más tarde, aquilatado con más lecturas, llegó mi amor por Lucas Corso (protagonista de El club Dumas)».
Lo sentimos, Paddy, no fuiste el primero. Tampoco el único.