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Ser anti Milei es fácil, pero nadie parece ser pro Massa

La excepcionalidad argentina parece reclamarse, últimamente, como un quejido colectivo. Una visita a Argentina, tratando de descifrar su realidad política a unos días de la elección del 19 de noviembre.

Foto: Alejandro González Ormerod.

 

Preludio a modo de excusa

Toda la política es fractal –el fenómeno por el cual, al acercarte a un objeto, surge un patrón infinito, como hacer zoom en un copo de nieve con un microscopio. La política en Argentina lleva rato siendo un fractal roto: su infinita complejidad política estrellada en tantas más infinidades. Tras años de inestabilidad económica y una inflación que raya en lo híper, Argentina está repleta de contradicciones insostenibles. La altísima inflación resulta en pocos ahorros pero restaurantes de lujo a tope de comensales cuyo dinero les quema las manos. Los espectaculares políticos resaltan la grandiosidad del fútbol argentino mientras claman “por un país normal”. “Somos el único país en la historia del mundo que ha logrado ir del desarrollo al subdesarrollo” es un mantra que se oye a menudo, sin importar afinidades políticas. La excepcionalidad argentina parece reclamarse, últimamente, como un quejido colectivo que reparte culpas y explicaciones.

Los fractales se distinguen por la repetición de patrones a diferentes escalas. Argentina lo lleva a otro nivel. Desde las calles, en las que se reúnen militantes de Milei para protestar un fraude electoral que aún no ha ocurrido (haciendo eco de la violencia en la capital de Brasil en enero de 2023, que a su vez fue un eco de lo ocurrido en Washington D.C. en 2021), viejas heridas que se creían ya cerradas se desgarran de nuevo. El debate sobre si se cometieron o no excesos durante la dictadura militar entre 1976 y 1983 es tal vez la refiscalización que más ha sorprendido a la izquierda, que pensaba que esa batalla ya se había ganado. “No fueron tantos,” dicen abiertamente en la calle varios mileistas, refiriéndose al número oficial de 30,000 desaparecidos por el régimen militar. Desde la cúpula del mileismo, la candidata a vicepresidenta, Victoria Villarruel, reafirma su convicción de que el pasado no se ha resuelto. “Lo ocurrido en Argentina fue un conflicto armado interno, una guerra de baja intensidad”, dijo, reviviendo el argumento rechazado desde 1985 en los juicios que condenaron a los responsables por terrorismo de Estado de esa época.

La mayoría sí está de acuerdo en algo: el país es tan complicado que solo una persona argentina podría atreverse a tratar de explicar su realidad fractal. La serie de textos que inicia aquí sobre la elección argentina –cuya segunda vuelta, en la que se enfrentan Javier Milei, un libertario que ha capturado la furia del país, y Sergio Massa, candidato del oficialismo, tendrá lugar el 19 de noviembre– tiene por lo tanto una falla infranqueable: la escribe un mexicano que ve a Argentina desde la lejanía de su condición de extranjero.

Hay, si acaso, un beneficio de ser un escritor de Latinoamérica en Buenos Aires. Estos textos bien podrían repasar algunas obviedades que ya se salta el debate experto local. Tratar de explicar cómo y por qué Argentina llegó a estar como está es un ejercicio destinado al fracaso, pero en el marco de una de las elecciones más importantes de la historia del país, es un fracaso que bien vale la pena encauzar.

La derecha idealista

Hablar con cualquier mileista en las calles de Buenos Aires o la Patagonia es hablar de decepción y revolución. “Que se vayan todos”. “Yo me voy del país si ganan de nuevo los que están ahora en el poder”. Milei, candidato que se describe como anarcocapitalista y que busca deshacer al Estado por dentro, ofrece ese revuelo revolucionario. Por ahora usa metáforas inconexas como la de la motosierra o la explosión del Banco Central, pero, de llegar a ser presidente, esas imágenes podrían cristalizarse en formas aún desconocidas.

El bando anti Milei ha enfocado su campaña en resaltar los efectos de esta destrucción. Pero, en su radicalización, millones de argentinos –muchos jóvenes, muchos empleados del Estado en provincias lejanas al centro– están más que dispuestos a arrancar la venda del Estado para ver qué infección añeja habrá por debajo. La erradicación del viejo régimen no solo no le tiene miedo al dolor, de cierto modo depende de él. Los verdaderos revolucionarios sufren y eso es lo que la oposición a Milei parece estar menospreciando.

Siniestra y sin principios

Pablo Stefanoni, periodista argentino, en su libro ¿La rebeldía se volvió de derecha?, explica bien el fenómeno. Recuenta cómo el idealismo radical y revolucionario en los últimos años se ha volcado de la izquierda, ahora percibida como guardiana de los privilegios y el estatus quo, a la derecha. El advenimiento de ese sentir justiciero radical desde la derecha se ha apoyado en un vacío ideológico desde la izquierda que se siente muy presente en Argentina.

Militantes de la izquierda salen, como en cualquier campaña, a pegar pósters y calcas por la calle. Son personas que hacen proselitismo en taxis y asados familiares buscando convertir aunque sea un voto más. Pero no lo hacen para que gane Sergio Massa, sino para que no gane Milei. Sus ideales han cedido por completo al pragmatismo. Hasta militantes del kirchnerismo, aún leales a la expresidenta y actual vicepresidenta del país, Cristina Fernández de Kirchner, desenfocan la mirada y soplan indiferentes al oír el nombre de Massa, hombre al que se supone que apoyan. “Es un candidato de centroderecha”. “Será el mejor empleado del Fondo Monetario Internacional”. Dicen poco más. Cuando se les pregunta en qué creen, el bando pro-Massa habla de manera abstracta sobre democracia y estabilidad. Unos cuantos ni responden.

“Entonces, parecería que el único con principios en esta segunda vuelta es Milei”, digo deliberadamente, tratando de provocar alguna de las pasiones que solían ser tan propias de la izquierda. La mayoría de los militantes de Massa responden bien a la provocación; “Milei no tiene principios, ¡tiene vehemencias!”. Es más fácil hablar de su oposición al hombre que tanto odian.

La esperanza de estos militantes yace en que los votantes indecisos se pronuncien por el miedo de perder lo poco que ya tienen a pesar de su disgusto por el actual gobierno del cuál es parte Massa. Un chofer de camiones en Bariloche, sin saberlo, encarnó esta apuesta cabalmente, declarando que todo el gobierno actual “son unos ladrones”. De repente, dudó y agregó: “Pero a mí no me ha ido tan mal”. Sin ideales y con poca energía más que para su oposición a Milei, el bando de Massa ahora dependerá de votantes como ese camionero. Ojalá él resulte tan fríamente pragmático como ellos. ~

 

 

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