El ‘populismo’ de Podemos
Dicen los dirigentes de los partidos amedrentados por Podemos, es decir de todos los partidos españoles, que los portavoces de la nueva y pujante fuerza política enarbolan un discurso “populista”. Tienen razón, pero no exactamente en el sentido que le dan a esa palabra.
En su primera rueda de prensa después del bofetón que él y los suyos propinaron a las formaciones “tradicionales” en las europeas del 25 de mayo, Pablo Iglesias dijo cosas como que para ellos era momento de “parar el balón y levantar la cabeza” antes de tomar decisiones aunque tenían “hambre de pista” porque les habían “faltado metros” para desarrollar todo su potencial. Toda una exhibición de dominio de la metáfora, con elección del efectivo ámbito de los deportes, para dar titulares con los que garantizar la llegada de sus mensajes.
Después de la conferencia, el cofundador y jefe de campaña de Podemos, Íñigo Errejón, me explicó algo más sobre el discurso y la estrategia de comunicación del que entonces preferían llamar “movimiento” y ahora todos empezamos a reconocer como un partido más. Contempladas en perspectiva, creo que aquellas explicaciones venían a revelar algunas de las claves del éxito de Podemos. Un éxito de dimensiones realmente históricas que el sondeo publicado este miércoles por el CIS hace definitivamente oficial e indiscutible.
Uno de los padres ideológicos del propio Errejón, así como del líder Pablo Iglesias y del cofundador Juan Carlos Monedero -politólogos antes que políticos los tres, como es sabido- es el pensador argentino Ernesto Laclau, fallecido en Sevilla el pasado 13 de abril.
En su libro La razón populista, Laclau rescata la esencia reivindicativa común a los movimientos populistas identificados aquí y allá, en Europa y América, a lo largo de la historia. El profesor rehabilita el concepto de populismo, lo recicla y finalmente lo propone como herramienta política del pueblo frente a las élites en tiempos y escenarios de crisis representativa y cabreo generalizado. El esquema de partida, esbozado aquí con trazos necesariamente gruesos, se completa con la propuesta de fabricar símbolos y referentes para construir “una identidad popular”.
Tal y como los dirigentes de Podemos traducen y reinventan el legado de Laclau, así como de su compañera Chantal Mouffe y de otros pensadores posmarxistas, la premisa para esa fabricación de iconos al servicio de la identidad popular es que “no hay posiciones dadas”. De manera que “no hay que aceptar el tablero que se presenta”, explica Errejón. Y a partir de ahí se diseña la cancha que más conviene al populismo en el sentido positivo con el que se quiere “tomar el cielo por asalto”, según expresión de Marx que Iglesias utilizó en la asamblea ciudadana de Podemos.
Para empezar, los promotores de la organización rechazan la dicotomía tradicional derecha – izquierda y, pasando del esquema horizontal a otro vertical, enfrentan oligarquía y democracia. Identifican a los oligarcas financieros y empresariales con los políticos de los grandes partidos que servirían sus intereses, y sobre todos ellos arrojan el término “casta”. Contra la Oligarquía, la Participación. Frente a la Casta, los Ciudadanos.
Con ayuda de unos cuantos canales de televisión, y tanto o más que eso con la de unos adversarios mayormente desbordados, las propuestas, los iconos y las palabras de Podemos penetran rápidamente en el imaginario de la sociedad. Y, lo que es más sorprendente, los partidos tradicionales compran el producto y siguen el juego a sus creadores.
“El día en que Felipe González respondió a nuestras críticas en nombre de la casta supimos que estábamos ganando”, me señaló Errejón. “Digamos que él y otros se movían bien jugando en hierba y ahora nosotros les hemos puesto a jugar en tierra batida, que es lo que queríamos”, añadió.
Incontables dirigentes del Partido Popular y en menor medida de otras fuerzas emplearon a partir de entonces ríos de tinta y de saliva para contraatacar y tratar de desmontar a Podemos. Allá por el verano, en el PP se abrió todo un debate interno sobre si convenía hablar tanto del nuevo partido, al que sus más fieros enemigos se preocupaban de no citar como si eso restara impacto a sus invectivas.
Ahora, las formaciones de lo que Iglesias y los suyos llaman el “régimen de 1978”, el cual engloba a todos los dirigentes partidarios del statu quo establecido en la Constitución y no excluye ni a los veteranos de Izquierda Unida, ya no están a tiempo de soslayar a Podemos en sus discursos. Y mucho menos de hacer como si no existiera. Sería como tapar el sol con un dedo.