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Viaje a Mitre, el barrio peronista donde se ha impuesto Milei

El tsunami de votos penetró como una cuña en el Gran Buenos Aires, reino irreductible del kirchnerismo, y cambió el signo de lugares como el de un pequeño barrio en el municipio San Miguel, allí donde lo que de verdad urge es el hambre

El comedor comunitario de Mitre, donde simbología del peronismo se ve en cada esquina MARÍA HELENA GARCÍA

 

Un niño con el número 10 en la espalda estira su brazo sobre la reja del comedor San Francisco de Sales, en San Miguel, Buenos Aires, para alcanzar el bol y pregunta si seguirán dando comida ahora que el liberal Javier Milei ganó las elecciones. El Gobierno peronista extendió el miedo durante toda la campaña electoral en un intento por frenar el vendaval de votos opositores. Advertía de que se cortaría la ayuda social, la salud pública y la educación si su candidato, Sergio Massa, era derrotado. Pero no le alcanzaron los votos.

Ni siquiera en el municipio de San Miguel, en el corazón del Gran Buenos Aires, el conglomerado urbano donde vive un tercio de la población de Argentina y donde el peronismo de Cristina Kirchner siempre se aseguraba su triunfo. Si perdieron es porque las cosas no están bien, dice María Rosa Díaz, la mujer de pelo renegrido y mirada amigable que prepara las viandas del comedor. Unas 300 familias pasan todos los días a retirar la merienda y la cena por la cocina de Díaz, en el barrio Mitre, a 20 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires. Es la forma de paliar el hambre en un país con más del 140 por ciento de inflación anual.

Una mancha violeta

Los carteles con los precios escritos con cal sobre pizarras negras cambian todos los días en el almacén del barrio. Un vecino se adelantó al plan de dolarización que propone Milei y pintó que el parche para los neumáticos rotos se cobra a «dos dólares» cada uno. Nadie quiere pesos. San Miguel es una mancha violeta en el mar azul del Gran Buenos Aires. Violeta es el color del partido de Javier Milei. Azul el elegido para identificar al peronismo. Una marea se extendió por las provincias, las ciudades y el campo argentino para darle el triunfo a Milei, un excéntrico economista apodado ‘el loco’, que en la campaña usó una motosierra para representar el recorte del gasto público, que habla con sus cuatro mastines ingleses y tiene como pareja a Fátima Florez, una comediante televisiva que saltó a la fama como imitadora de Cristina Kirchner. El tsunami de votos penetró como una cuña en el Gran Buenos Aires, el reino irreductible del peronismo, y cambió el signo de lugares como el barrio Mitre, de San Miguel, donde «las cosas» que andan mal, como dice María Rosa Díaz, van mucho más allá del aumento de precios.

«El peronismo perdió por el cansancio de una vida de necesidades»

«Les digo que se vayan, que no pueden estar acá, yo estoy sola, pero los enfrento», advierte Magdalena Romero, de 73 años, una inmigrante paraguaya que trabajó toda su vida como empleada doméstica. A quienes aleja Romero de su casa enrejada son los jóvenes tomados por los narcos, que acosan al barrio Mitre como una mafia zombi. «Se despiertan después del mediodía y empiezan a consumir», dice María Rosa Díaz. La droga convirtió el lugar en una tierra de amenazas. Todos conocen a los jefes que manejan el negocio, pero la Policía prefiere administrarlo en vez de combatirlo, como reconocen en reserva los funcionarios de la municipalidad.

Romero es viuda, su hija está internada con cáncer de mama y tiene que hacer una pausa para contener las lágrimas cada vez que recuerda su pasado, cuando viajaba por el mundo con su patrón, el doctor Juan Pedro Garrahan. Bajo una enredadera, en la vereda, las mujeres se acercan a contar su historia. «Los chicos van a la escuela para comer, pero después quieren comprarse un par de zapatillas, tener cosas que no se pueden comprar y caen», reconstruye Alejandra Posadas, que ayuda en la cocina del comedor. Caer es trabajar para los narcos. Su hijo está internado en rehabilitación. Lleva cuatro meses sin consumir pasta base, o paco, la droga fabricada con residuos que se expandió como una pandemia en el Gran Buenos Aires.

Los cartoneros

Se ven pocos hombres en el barrio Mitre. La mayoría ya salió con sus carros, tirados a mano o con caballos, para recoger cartones y basura. A la tarde regresan para venderlos a las plantas de reciclaje. Ganan unos tres euros por día. «El peronismo perdió por el cansancio de una vida de necesidades, porque la plata no alcanza para comprar comida, porque el narcotráfico está destruyendo a las familias«, interpreta Pablo de la Torre, secretario de Infancia de la Municipalidad de San Miguel. Antes de asumir, el funcionario hizo un estudio entre niños de 4 y 5 años de los barrios más pobres del municipio. Detectó que usaban un vocabulario de unas 150 palabras. Cuando analizó a los chicos de los barrios de clase media y alta de San Miguel detectó que usaban entre 600 y 800 palabras. »En pocos años, los chicos más humildes dejan la escuela porque no logran comprender y, además, ven al soldadito de los narcos que tiene mejores zapatillas y quieren esa vida«, dice De la Torre.

Milei convocó a De la Torre para encabezar el área de Desarrollo Social del futuro gobierno, un cargo explosivo en un país donde la mitad de la población está alcanzada por algún tipo de ayuda estatal, como planes de desempleo, asistencia alimenticia o pensiones especiales, según los datos del Observatorio de la Deuda Social Argentina de la Universidad Católica Argentina (UCA). En la intermediación entre los planes sociales y el Estado se multiplicaron agrupaciones políticas identificadas con el kirchnerismo, que cotidianamente expresan su poder con protestas en el centro de la ciudad de Buenos Aires y prometen volverle la vida imposible al nuevo mandatario.

Milei tiene apenas dos semanas para armar un equipo de gobierno y asumir la presidencia. El liberal ganó frente al rechazo de corporaciones, como los sindicatos, y a pesar de las cartas públicas de intelectuales de izquierda que llamaban a votar a Massa. Apenas se supo el resultado de las elecciones comenzaron a sonar los tambores de guerra en el peronismo. «Nos va a tener que matar y cargar muertos», lo amenazó Pablo Biró, un sindicalista kirchnerista de la asociación de pilotos aéreos frente a la idea de Milei de privatizar Aerolíneas Argentinas, la línea aérea nacional que desde su estatización en 2008 acumuló un déficit de 8.000 millones de dólares. Antes la aerolínea fue administrada por el grupo español Marsans, pero Cristina Kirchner la devolvió a manos estatales.

Una grieta y dos países

El exabrupto sindical no fue el único. El cura Francisco ‘Paco’ Olveira, identificado con el kirchnerismo, pidió que «no se acerquen» a comer a su parroquia los pobres que votaron por Milei. Su discriminación reavivó la ‘grieta’, como los argentinos bautizaron al quiebre entre kirchnerismo y oposición que divide familias y grupos sociales.

El peronismo derrotado se prepara para la resistencia política, pero en su interior se despertó un debate sobre el liderazgo ante el declive de Cristina Kirchner. «La sociedad argentina demandaba un cambio, en un contexto de gran cuestionamiento a toda la clase política –interpreta el sociólogo Hugo Haime, experto en campañas electorales–.

Y Milei llegó con el apoyo mayoritario de jóvenes y de votantes pobres, de clase media baja, cansados de años de frustración, de vivir de planes sociales, de no tener trabajo formal, hartos de la violencia y la inflación; el peronismo tiene por delante un profundo replanteo».

Para el sociólogo, el presidente electo tiene un paralelismo con Carlos Menem, que aplicó el liberalismo en los noventa, antes que con Néstor Kirchner y su discurso de izquierda. «Milei asumirá en una situación de crisis, por eso su liderazgo dependerá más de actuar como Menem, que ganaba tiempo con su carisma mientras lidiaba con la hiperinflación, antes que parecerse a Néstor Kirchner, que disfrutó de una economía que volaba». Para el ecuatoriano Jaime Durán Barba, profesor de la George Washington University y asesor de candidatos en América latina, el triunfo de Milei se inscribe en un fenómeno global. «Hay una tendencia a votar fuera de la política, a elegir al tipo raro que se comporta lejos del marco tradicional, y el vehículo es internet, que nos cambió la cabeza; en Argentina hasta la Iglesia hizo misas en contra de Milei y no pasó nada, la gente hace lo que le da la gana».

Fuera de juego

Este experto ecuatoriano también diagnostica una crisis de las dos principales fuerzas de Argentina, el peronismo y Juntos por el Cambio, la coalición opositora que se desmembró tras el triunfo de Milei. «Es una situación parecida a lo que ocurrió en México, donde el PRI parecía inmortal, o los liberales y conservadores de Colombia, o Acción Popular en Perú, todos quedaron fuera de juego; Argentina era el país más corporativista, pero no pudieron hacer nada, porque los jóvenes que votaron a Milei no se sienten representados, fue lo mismo con Donald Trump, a quien nadie le daba posibilidades de triunfo, o Gabriel Boric en Chile; las instituciones volaron por el aire«.

«La plata no alcanza para comprar comida y el narcotráfico destruye a las familias»

Inclinado a usar referencias bíblicas en sus discursos, Javier Milei definió a sus seguidores como «las fuerzas del cielo» y la expresión fue tomada como propia por los jóvenes que reprodujeron sus mensajes por millones en las redes sociales y cimentaron su triunfo.

San Miguel, casualidad o no, era el nombre del jefe de los ejércitos celestiales según la liturgia religiosa, fue el mismo que nombra al municipio del Gran Buenos Aires donde Milei logró ganarle al peronismo y donde, a primera hora de la tarde, el pequeño con el 10 en la espalda pasa a retirar el bol con la merienda y se la lleva a su casa de chapa y ladrillos. Allí, antes que cualquier interpretación, urge el hambre.

 

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