¿Necesitaremos en Cuba un Milei?
'No es descartable que la posición de izquierda sea rechazada por una mayoría de cubanos hartos del socialismo castrista.'
Es espectacular el histórico triunfo de Javier Mileicomo primer liberal-libertario que gana las presidenciales de un país, más aun convirtiéndose en el presidente más votado de la historia de una Argentina que, hasta hace pocas horas, estaba en las antípodas ideológicas del «León de la motosierra».
Tal acontecimiento trasluce el hartazgo de un pueblo que, ante el evidente fracaso de un modelo, decidió dar un timonazo en dirección opuesta a lo que había venido haciendo como nación, en una especie de catarsis colectiva.
Alejadas las masas de un razonamiento informado, lo que parece haber sucedido es un movimiento intestinal instintivo, impulsado por emociones afectivo-negativas de hastío, incluso de esa rabia introyectada típica en hombres estafados y mujeres sexualmente abusadas. Cambio y hartazgo se fundieron en un mismo sentimiento-razón al que pudo dar cauce la democracia.
El desestresamiento de aquellas emociones incómodas se tornaron acicate para, como sociedad, vencer miedos y prejuicios instalados por el adoctrinamiento peronista contrario al individuo y la propiedad privada, y así zafarse —de momento solo sicológicamente— de las redes clientelares de dependencia vertical sufragadas mediante ladrona emisión monetaria, que condujeron al país a un desastre que terminó atemorizando más a los argentinos que aquello a lo que el peronismo les advertía debían temer.
¿No hay acaso en Cuba una situación paralela a la austral? Incluso más extrema. Extrema en estatismo, extrema en control del ciudadano, extrema en centralización política y económica, extrema en adoctrinamiento e inoculación de fobias contra alternativas políticas y, principalmente, extrema en el fracaso con el que el castrismo está coronando su revolución. Tales extremos han hecho más fácil para la población ver, comprender y argumentar sobre la toxicidad del centralismo antiliberal.
En Cuba, para colmo, está siendo el propio Gobierno, obligado por las circunstancias, el que aun sin decirlo abiertamente emite, alto y claro, el mensaje de que solo lo privado funciona. La moraleja —puede o no ser cierta— que aprenderán millones de cubanos tras 65 años de castrismo es que lo estatal es fracaso y solo lo privado funciona. Sin importar lo que diga el noticiero televisivo o la Mesa Redonda, cada vez que un cubanocompare una bodega con una MIPYMEdespejará toda duda de qué sirve y qué no.
Además, cuando un sistema pierde toda credibilidad, sus ofensas no ofenden sino que ensalzan, y terminan prestigiando, por contraste, aquello que pretenden desacreditar con propaganda. Cuando un Gobierno fracasado en toda la línea dice que Milei es el diablo, la gente tiende a pensar que, después de todo, el diablo no debe ser tan malo.
La más reciente oposición cubana como movimiento distinguible y hasta cierto punto exitosa —por el desgaste mediático que le infligió al castrismo— se aglutinó alrededor de una intelectualidad joven proveniente de las artes y las humanidades que comparte los postulados socialista-estatalista del progresismo occidental. Sin embargo, esa oposición no logró —en pasado, porque ya fue aplastada— conectar y liderar al pueblo cubano ni siquiera en el momento candente del 11J.
No es descartable que la posición de izquierda sea rechazada por una mayoría de cubanos hartos del socialismo castrista, que albergan sentimientos contrarios a todo lo que les recuerde esa ideología con que le han embutido durante seis décadas.
Debido a la falta de cultura política de la población —residuo del adoctrinamiento totalitario—no puede decirse que impere una ideología liberal formalizada en ideas concretas, pero sí es muy posible que exista un ansia de libertad y de escapar del Estado que podría sintonizar con una oposición liberal. Hablamos de una oposición clásica, de Gobierno limitado centrado en protección y justicia, donde el mercado tendría un espacio vital acotado desde la mucha teoría y práctica económica acumulada referente a cómo el Gobierno puede hacer más efectivo y exitoso el mercado. Nociones estas que, contrario a las caricaturas del liberalismo hechas por antiliberales, no son ajenas a esa corriente política.
Para el cubano común que ya envidia más de lo que teme al sector privado, las políticas estatalistas están asociadas al fracaso del régimen. Gracias al subtexto de su actualidad, el cubano común observa cómo la realidad le ha impuesto al castrismo un sector privado que ni quiere ni desea, pero que le es inevitable por necesario. Lo privado gana así aún más lustre a los ojos del pueblo en tanto se impone, no gracias al Estado, sino a pesar de este.
¿Será posible que una oposición rabiosamente liberal pueda aglutinar al pueblo, triunfando allí donde las oposiciones más templadas han fracasado? Definiendo triunfo no como institucionalización de la oposición —eso parece aun quimérico—, sino como popular referente que dote de dirección a la brújula hoy desnortada de un país que sabe a quién no quiere seguir, pero no encuentra un sustituto adecuado.
La depauperación educativa y formal de la nación podría, además, facilitar una conexión de las masas con un líder que, aparte de ser rabiosamente liberal, tenga rasgos histriónico vulgares que le hagan poder traducir su ideario a un lenguaje comprensible para las grandes masas «educadas» en el castrismo, sobre las que necesita afincarse cualquier oposición que pretenda importar en Cuba. ¿Necesitaremos en Cuba un Milei?