Tiempo de Cine – En la isla helada: Los que se quedan, de Alexander Payne
Tras la larga pausa que supuso el fracaso de Pequeña gran vida (Downsizing, 2017), es bueno ver regresar en tan buena forma al director Alexander Payne con Los que se quedan (The Holdovers, 2023), una película tan suya que se fácil suponer que el guion es de su propia autoría. Sin embargo, el argumento es de David Hemingson, un escritor con mucha experiencia en series de televisión, pero no en cine. Pese a eso el oficio se le nota: hizo un guion lleno de sensibilidad y amor por sus personajes, y que se traduce en un largometraje de hermosa humanidad y con un involuntario sentido del humor, marcas que son también las del cine al que nos tiene acostumbrados Alexander Payne.
Ambientado en un internado privado en la Nueva Inglaterra en diciembre de 1970 (el tráiler, que es imperdible, está hecho a la usanza del cine de esa misma época), Los que se quedan reúne en ese invierno a los estudiantes que no pudieron viajar a sus hogares, al profesor encargado a regañadientes de cuidarlos, a una cocinera y a un encargado de mantenimiento. Pese a que inicialmente eran cinco alumnos, al final es uno solo es el que se queda en las gélidas instalaciones, bajo la supervisión de un adusto profesor de historia y civilizaciones antiguas. El estudiante, Angus Tully, es un joven rebelde y difícil, y el docente, Paul Hunham, es un hombre psicorígido y de mal carácter: todo está servido para una lucha de fuerzas antagónicas, con un drama que obviamente surgirá de ese enfrentamiento.
Pero, aunque parezca, la película no nos lleva hasta allá. Aunque es obvio el malestar del estudiante ante la perspectiva de pasar las vacaciones de fin de año bajo la tutela de un hombre inflexible, al que el gran Paul Giamatti encarna con decidida convicción y algo de previsible caricatura, la verdad es que la película nos conduce con mucho tacto hacia la aceptación de las diferencias del otro a partir del conocimiento progresivo que tengamos de sus circunstancias personales, aquellos factores de su pasado que los hacen comportarse de esa forma, blindándose hacia los demás para no seguir siendo golpeados. Esa comprensión mutua –que el filme no nos impone sino que suscita- es un gran acierto de Los que se quedan.
También los es el no cerrar los ojos frente al clasismo de los privilegiados y la burbuja en la que vivían en esos años de profundas crisis sociales y políticas, guerra de Vietnam incluida. El personaje de Mary Lamb (una excepcional actuación de Da’Vine Joy Randolph), la cocinera afroamericana que pasa el encierro con ellos, cataliza esa desigualdad: su hijo tuvo la oportunidad de estudiar en ese internado al ser ella una empleada de la institución, pero así mismo fue el único que fue reclutado para ir a Vietnam: no tenía la dispensa de haber sido admitido ya a una universidad y además era negro. La película no busca ser un panfleto, simplemente quiere ampliar el panorama del drama de los dos personajes principales y hacerles partícipes –a ellos y a nosotros- de lo que se vivía más allá de las paredes –que aíslan pero también protegen- de esa preparatoria. El contexto lo es todo, parece ser el resumen más adecuado para este filme.
Me preocupaba una falsa redención de los personajes. Temía que la película derivara hacia terrenos falsamente optimistas donde se generaran cambios súbitos de la personalidad de los protagonistas, derivados de un repentino e improbable arrepentimiento, motivado quizá por el espíritu navideño y por las experiencias padecidas. Por fortuna Alexander Payne es un juicioso observador de lo que somos como seres humanos y no cometió una torpeza así. La película concluye con un acto de dignidad y justicia, muy consecuente con la conducta que ya conocemos de uno de los personajes, pero motivado -eso sí- por la empatía que surgió de compartir esos días en una “isla helada”. The End.
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