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La democracia sanchista

«El presidente del Gobierno va poco a poco moldeando un modelo político que excluye al menos a la mitad de los españoles»

La democracia sanchista

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. | Ilustración: Alejandra Svriz

 

El presidente del Gobierno ha aprovechado el despiste de los ciudadanos durante el larguísimo fin de semana para avanzar en su proyecto de desguace institucional con el fin de adaptar nuestra democracia a sus gustos y sus necesidades.

Entre otras tropelías que han ocupado más espacio en los medios de comunicación, cabe destacar la ofensa al Rey y a un país tan querido por los españoles como Argentina. Tal vez Milei no es el presidente que a algunos nos gustaría ver al frente de esa nación, pero dejar solo al Rey en su toma de posesión y negarle la presencia de un solo miembro del Gobierno es una afrenta que pone por delante, una vez más, las prioridades de la mayoría que nos gobierna a los intereses de los ciudadanos. Hasta Franco entendió que, cuando se trata de países como Cuba o Argentina, la historia debe de ir por delante de la ideología. Además, después de todo, el presidente ha sentado en su Consejo de Ministros a algunos que no se diferencian mucho de Milei y elogia frecuentemente desde la tribuna del Congreso a otros que son mucho peores.

Todo forma parte del mismo plan: eliminar de nuestro sistema político todo aquello que pueda cuestionar la autoridad del presidente del Gobierno y convertir nuestra democracia en un régimen activista y militante en la que sólo caben aquellos que comulgan con la ideología del bloque en el poder. Esa es la esencia de la teoría del muro que el propio Sánchez expuso -aunque lo haya negado ya- en su discurso de investidura: sólo es democrático quien está de mi lado.

Admito que puede haber matices en ese apoyo. Se puede discrepar educadamente de algún nombramiento, incluso se le puede sugerir al líder un poco más de atención hacia algún problema concreto. Pero lo que esos demócratas del nuevo régimen sanchista nunca harán es poner a los partidos que apoyan al Gobierno progresista al mismo nivel que la pérfida oposición derechista. De acuerdo a los nuevos principios del movimiento, nada bueno puede sacarse del diálogo con la derecha, a menos que esta acceda a reconocer la superioridad moral de los que gobiernan, lo que en el lenguaje dominante se llama «legitimar».

 

«Están defendiendo un modelo que trata de dividir a los ciudadanos, satanizar al rival y acabar con la alternancia en el poder»

En esta democracia militante que Sánchez pretende construir sólo hay buenos y malos. Un verdadero demócrata jamás cruzará la línea que le separa de ese infierno en el que maquinan sus insidias Milei, Trump, Meloni, Abascal y, por supuesto, Feijóo. Es más, un demócrata de verdad aceptará cualquier cosa, insisto, cualquier cosa, antes de que uno de ellos llegue al gobierno.

No, queridos amigos que apoyan al Gobierno, eso que ustedes están defendiendo no es una democracia. Están defendiendo un modelo que trata de dividir a los ciudadanos, satanizar al rival y acabar con la alternancia en el poder. Están apoyando un sistema que, poco a poco, va anulando toda disidencia e imponiendo el discurso oficial. ¿Nadie se da cuenta de que ya no queda un sólo ministro con voz propia?

Por mucho que esta democracia sanchista apruebe leyes sociales -aunque en su mayor parte no reporten ventaja real alguna para la población-, tampoco será progresista ni de izquierdas porque no hay izquierda sin libertad, y hoy cualquiera de sus militantes puede constatar que no existe libertad en el Partido Socialista.

Esta democracia militante que va construyendo el presidente del Gobierno a golpe de urgencia aritmética está dejando de ser también una democracia. No sé cómo se llama el régimen bajo el que vivimos, pero tengo la impresión de que al menos la mitad de los españoles no se ven representados ni se sienten protegidos en él.

 

 

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