Villasmil: Yo no olvido el año viejo
Termina 2023, el año del “conejo de agua” en el horóscopo chino (sea lo que sea un conejo acuático). Para los numerólogos, el número de este año fue el siete -la suma de sus dígitos- y significa espiritualidad. Lo cierto es que cuesta trabajo asociar este año que se acaba con cosas espirituales, luego de toda una serie de desastres ocurridos -mencionemos sólo la continuación de la invasión putiniana a Ucrania (con el partido Republicano gringo y su actual líder haciendo todo lo posible por cortarle las ayudas a la defensa ucraniana, amistados como están con el neozar asesino Putin), la decisión de Pedro Sánchez de quitarse la máscara de supuesto demócrata y mostrar su rostro más autoritario, y por supuesto el horroroso ataque terrorista de Hamás a Israel, asesinando, secuestrando y agrediendo a miles de ciudadanos de ese país.
Para peor, esta muestra horrorosa de odio a los judíos ocurre con el beneplácito de las diversas expresiones del terror islámico, gran parte de la izquierda mundial (incluso la que se dice socialdemócrata) y muchos ciudadanos que parecen haberse graduado con honores en una universidad formadora de estúpidos llamada “Adolfo Hitler”. Todo ello -sigamos con la estupidez- con la ferviente colaboración del por desgracia todavía primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu.
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¿Y el 2024 cómo se asoma? Las prospectivas no lucen bien para la política, y me refiero sobre todo a la democrática, porque los Putin, Jinping, Erdogan, Díaz-Canel y Ortega aseguran que tienen el futuro bajo su control. Del caso venezolano hablo unos párrafos más abajo.
A lo largo y ancho del mundo, las figuras supuestamente democráticas, pero en el fondo autoritarias, están padeciendo esa manía de afirmar que fueron elegidos no sólo por el pueblo, o sea por la voluntad ciudadana como expresión de la soberanía del Estado, sino como referentes de una intención que según el caudillo de turno puede derivar de la voluntad divina, de un destino manifiesto, o del titánico deseo de poder del caudillo.
No es de extrañar que muchos de estos políticos charlatanes practiquen una política populista de “tierra quemada”, dividiendo la sociedad entre “amigos y enemigos”, sin molestarse en citar o recordar al pensador alemán inspirador del nazismo, Carl Schmitt.
La fórmula de cómo gobierna el político – charlatán populista es conocida: negación de la división de poderes, por ende, del Estado de derecho; búsqueda afanosa de control de las instituciones del poder judicial y de la justicia, que deben estar a su pleno servicio; confrontación creciente con los medios de comunicación independientes y también con la variada dirigencia de la sociedad civil, en especial los que buscan defender los derechos humanos; tratamiento de los ciudadanos como meros clientes y servidores del adalid, del déspota, quien se merece su admiración y adoración sin reservas.
Recientemente, Jorge Vilches en The Objective recordaba con acierto que Edmund Burke escribió a finales del siglo XVIII que “la dictadura de un charlatán se basa en halagar a la nación y, si es poco, en inventarse enemigos terribles. La intención del tirano es distraer la atención del observador para que no vea la tierra quemada, esto es, la ruina del Estado que gobierna”.
Arruinadas lucen hoy las democracias, sobre todo las latinoamericanas. El último, deprimente ejemplo es el nuevo fracaso de la sociedad chilena para reformar la constitución.
Mientras tanto, olvidan los que apoyan con alegría y con porfía a estos liderazgos a pesar de su irrespeto a las ideas y a la democracia, es que el mayor enemigo de este pensamiento único no es una uniformidad ideológica de signo contrario sino el pluralismo, y la diversidad.
La tradición republicana – bien sea liberal, conservadora, democristiana o socialdemócrata- protege el pluralismo no como un mal inevitable, sino como patrimonio imprescindible que hace del debate ideológico un método fundamental de deliberación política.
Ideología: su olvido es hoy una de las causas del desastre y decadencia que está mostrando la política democrática urbi et orbi.
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Los venezolanos, mientras, seguimos buscando maneras para sobrevivir a la inhumanidad, el cinismo, la corrupción y la barbarie de este socialismo del siglo XXI que ya cumple un cuarto de siglo en el poder.
Alfred Hitchcock dijo que “drama es la vida con las partes aburridas eliminadas”. Los venezolanos no hemos tenido muchas razones para aburrirnos desde que la barbarie roja llegó. Y la vida en buena parte de este año transcurrió con sobresaltos, descubrimientos de nuevas corruptelas, mentiras y falsedades a granel por parte de los personeros del régimen.
Y vaya si este régimen ha mentido y miente como si fuera la cosa más natural del mundo. Como afirma Arturo Pérez-Reverte en su más reciente novela (El problema final), “las mentiras pueden revelar tanto como la verdad, si se les escucha con atención”. En el caso del actual desgobierno, las mentiras han revelado y siguen revelando un régimen crecientemente debilitado, agobiado, atormentado. El chavomadurismo luce desde hace años como un barco a la deriva; su decadencia no se notaba tanto porque era ocultada por la insensatez de una oposición que apostaba fundamentalmente a la división interna.
Este 2023, desde el destape de la corrupción de la PDVSA de El Aissami, hasta el resultado liliputiense del referendo sobre el Esequibo, estos señores solo han mentido, y mentido, y mentido.
La mayor de las mentiras, con consecuencias todas negativas para ellos, es rechazar lo sucedido el 22 de octubre con la victoria de María Corina Machado, porque la señora candidata sigue acrecentando los apoyos dentro y fuera de Venezuela, no pierde el rumbo, y se consolida con un liderazgo que está por encima de las etiquetas partidistas, los caudillismos acostumbrados, las mediocridades previas. Su liderazgo, que se basa en un proyecto común, inspira un verdadero salto hacia la libertad, hacia otro grado superior de libertad. Ella no solo convence, sino que mueve y conmueve. MCM posee la mirada larga del estadista frente a las miradas cortas de los oportunistas. Ante la errática vacilación de las seudo-dirigencias previas, ella está ofreciendo confianza y firmeza.
Si Dios quiere, el 2024 traerá una victoria definitiva sobre la dictadura. La meta está clara, las vías para alcanzarla deben estar asfaltadas con la unidad indisoluble de los demócratas, aunque conscientes estamos de que el Gobierno seguramente tendrá planeadas todo tipo de nuevas trampas, emboscadas y artimañas. Tengamos claro que “aunque esto sea locura, hay método en ella” (Polonio, en Hamlet). Un método -no nos cansemos de repetirlo- que viene directo desde La Habana.
No olvidemos el año viejo, el 2023. Es el que comenzó a abrir por fin las puertas de la esperanza a los venezolanos.