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Velásquez: Una constitución que no logró nacer

 

En los últimos tiempos, Chile venía siendo considerado como una excepción en la política latinoamericana; sin embargo, se ha convertido en foco de atención debido a la continuidad e intensidad de las contiendas electorales. Esto podría indicar, entre otras cosas, que este país está entrando en el túnel de la anti-política, como lo sugiere el resultado del último plebiscito constitucional realizado el 17 de diciembre pasado.

En esta consulta, en la que, por segunda vez en menos de dos años, el ciudadano chileno debió elegir entre el «a favor» y el «en contra» del borrador constitucional, el 55,7% votó en contra y el 44,2% a favor, siendo la participación del 84,5%. Un año después del estallido social de 2019-2020, donde más del 80% de los votantes se mostró a favor de reemplazar la Constitución, se realizó un primer intento liderado por independientes y sectores de izquierda, el cual fracasó en septiembre de 2022, cuando un 62% votó por el «rechazo».

Con el segundo «rechazo», los votantes no solo castigaron a la derecha sino también a los independientes y a la izquierda, poniendo fin a un ciclo de euforia que, desde el principio, tenía un alto porcentaje a favor del cambio. De esta manera, la Constitución aprobada en 1980 durante el régimen de Augusto Pinochet sigue vigente.

El fracaso de ambos referendos se puede atribuir, en primer lugar, a que todo se centró en el tema constitucional, dejando de lado todo lo demás durante los cuatro años que duró el proceso y en segundo lugar a que la clase política chilena interpretó erróneamente los reclamos del estallido social de 2019-2020.

Esos reclamos tenían más que ver con la capacidad del Estado y del mercado para mejorar las condiciones de vida de la gente, que con el tema constitucional. Es decir, mejorar el Estado de Bienestar en un país en plena expansión económica, lo cual se podría haber logrado mediante políticas públicas. Las demandas de los chilenos incluyen la inseguridad pública, fallas en el sistema educativo, colapso de la salud privada, dos millones de personas sin vivienda y una economía estancada, nada distinto a lo que demanda la ciudadanía de otros países latinoamericanos.

En palabras del Presidente Boric, después del referéndum aprobatorio: «El proceso constituyente estaba destinado a traer esperanza, pero finalmente lo que generó fue frustración e incluso hastío en una parte importante de la ciudadanía, y eso no se puede ignorar». El impacto del mensaje que recibió el presidente Boric de parte de la sociedad chilena fue claro y directo: trabajar, gobernar y hacerse cargo de los problemas urgentes de los chilenos.

Motivo por el cual, y después de conocerse los resultados, ordenó a su gabinete «retomar cuanto antes el trámite legislativo de la reforma de pensiones y el pacto fiscal para un crecimiento y distribución más justa de la riqueza, redoblar los esfuerzos de gestión en seguridad en todas sus dimensiones para ganarle la batalla a la delincuencia, al narcotráfico y al crimen organizado, y nivelar los espacios entre hombres y mujeres para asegurar que los avances logrados por las mujeres a lo largo de años de esfuerzo y lucha no sufran retrocesos».

Pero ¿qué podría significar ese resultado en términos políticos?

Que no hay ganadores; es lo que se llamaría un juego de suma cero, donde si se restan las ganancias totales de los participantes y las pérdidas totales, el resultado siempre será cero. A partir de ahora, el resultado del plebiscito marcará los siguientes pasos políticos rumbo a las presidenciales de 2025, que se iniciarán con las fuerzas políticas que aspiran a ocupar el Palacio de La Moneda. En lo que respecta al oficialismo y la izquierda en general, posiblemente se verán enfrentados a escenarios que dificultarán la puesta en marcha de su agenda política.

Si bien es cierto que el resultado podría haber frenado las aspiraciones de la extrema derecha, también es cierto que incorpora al escenario político un nuevo elemento: la anti-política.

Al final del camino, el malestar social concluye en un aparente callejón sin salida. En otras palabras, el malestar sigue ahí, pero el fuego de artificio constitucional ha terminado de quemarse y sin alcanzar el resultado esperado tras el estallido social del 2019.

Luis Velásquez

   Embajador

 

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