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Chitty La Roche: De la política y otros riesgos más

“…que no se puede llamar feliz a quien no participa en las cuestiones públicas, que nadie es libre si no conoce por experiencia lo que es la libertad pública y que nadie es libre ni feliz si no tiene ningún poder, es decir, ninguna participación en el poder público. 

Hannah Arendt, citada por Irmtrud Wojak: Eichmanns Memoiren. Ein kritischer Essay. Fráncfort del Meno, 2004

Suelo recordar aquella locución latina, “omnis definitio periculosa”, cada vez que medito sobre una noción, una idea, un intento de conceptualizar que versen sobre un tema complejo de concomitantes perspectivas que, por cierto, es el caso de la política, como ciencia, digo.

Referirse a la política, es convocar un elenco de ideas, nociones, definiciones, conceptos y un bosque epistémico se hace presente. Estado, gobierno, bien común, conflicto, conciliación, sociedad, gregarismo, inclusión, intolerancia, respeto, dignidad humana, racismo, pobreza, ética, responsabilidad, justicia, poder se postulan al unísono y/o sus antagonismos eventualmente.

Pensar en clave política, por decirlo así, es todo un periplo cognitivo, emotivo, espiritual y, por supuesto, hemos de acudir al pensamiento complejo como nos enseña Edgar Morin para comprender, entender y conducirnos. La política es vivencia gruesa y fina y, es entorno, conexión, sincronía comunitaria. La política está unida a la vida, parafraseando a la poeta Juana de Ibarbourou, “igual que una enredadera

Obra en la convivencia, la identidad, la cultura, la historia, los valores, la educación, la membresía en la sociedad civil y en el cuerpo político y la problemática que como opción dialéctica se cumple y, apunta, además, a coexistir también con las tribulaciones de lo que Arendt describe en su obra la Condición humana y, al trabajar, producir y actuar.

Julien Freund, propone para el abordaje de la cuestión, una teoría de las esencias, que constituiría las bases que organizan la actividad humana y obviamente incluye a la políticam a la que asume como inmanente, autónoma, aunque sensible a las circunstancias. Los regímenes, las leyes, las instituciones pasan, pero la política permanece, perdura.

No obstante, lo anotado, la política es para Freund, igualmente acción y decisión y, en la estación de nuestra recensión, reaparece Arendt que, acota que la libertad es precisamente ese accionar, la manifestación, la voluntad concreta y en expresión que se desenvuelve en el espacio público.

Empero, dejemos claro que siendo la política así, no escapa de las aporías existenciales, de las intransigencias, de las situaciones que no logran transito ni despeje. Eduardo Rinesi, focaliza en su cavilación tres elementos a considerar que, pueden como en el teatro de la tragedia, plantearse como traba irreductible y de allí, la catástrofe, el siniestro. (Eduardo Rinesi, Política y Tragedia. Hamlet, entre Hobbes y Maquiavelo, Puñaladas, Buenos Aires 2011)

El homo politikon es un negociador. Trata por lo general de convencer de sus puntos de vista, que opone a su interlocutor que a su vez exhibe los suyos, pero, destaca de su propia naturaleza, de la substancia, el conflicto. Buena parte del fenómeno político evidencia un conflicto; vale decir, un enfrentamiento que solivianta los espíritus. Un duelo, unas posturas que no admiten soluciones por ser realmente antagónicas.

Hay más, Roberto Espósito, citado en el libro de Rinesi arriba señalado, no deja lugar a dudas cuando expresa, “el conflicto, en toda su vasta gama de expresiones, no es otra cosa que la realidad de la política, su factum, su facticidad” 

Debo, en esta meditación, sin embargo, anotar que no solo es conflicto la política y sería un error, a mi juicio, verla en ese vector únicamente. Es menester observar que, si bien el conflicto esta latente en todos los intercambios humanos, también es cierto que es la última parada de un viaje que como diría Nietzsche siempre nos retorna al punto de inicio, como una repetición idéntica aun cuando no lo sea exactamente.

La política la veo como la ponderación de la desavenencia, de las diferencias, disensiones que se originan en el juego de identidades y valoraciones que hacemos en la vida y que eventualmente se endurece y se conflictiviza, con el riesgo que eso implica por naturaleza, pero, en la mayoría de los casos y por el contrario, su encontronazo y el intercambio sinalagmático propone soluciones y de allí, la convivencia y la colaboración, el equilibrio de los beneficios.

La teoría de los juegos se orienta en detectar y gestionar el conflicto de los intereses, manejándolo racionalmente en base a los elementos presentes y los haberes involucrados. Lo individual y lo colectivo, lo que puede ganarse o perderse debe ser considerado y de allí puede llegarse a una tramitación aceptable para cada uno de los emplazados.

A menudo y en la cotidianidad, advertimos cuanta sabiduría hay en aquel adagio que reza, “más vale un mal arreglo que un buen pleito.” Mutatis mutandis, puede y debe verse allí un accionar político que metaboliza la conflictividad subyacente a numerosos intercambios humanos, individuales y sociales, canalizándolos, además.

La palabra, el discurso, el gesto, la expresión y la conducta se involucran y constituyen la gestualidad de la política que debe tender, entre otras cosas, a la procura existencial de Ernst Forsthoff. El Estado democrático y social de Derecho y de Justicia es su expresión evolutiva y con éste, la economía social de mercado.

Desde ese soporte, zarpamos en la navegación epistémica sabiendo con Kelsen que la institucionalidad y el Estado en consecuencia son Derecho, pero, también son, y necesariamente, política.

Progreso, concertación, supervivencia, cooperación, integración son objetivos políticos loables; empero, hay otros como el racismo, la segregación, la marginación o la megalomanía que sedimentan su instrumental también, ¿y la seguridad y la paz? ¿Es posible la paz perpetua sobre la que pensó y escribió Kant?

La empresa humana también es ambición, dominación, codicia, morbo e incluyo, el resentimiento y el bajo psiquismo y se muestran afanes en los hombres, en los poderosos y/o en los que no lo son, denominándolos de variadas maneras, toda una gama de emociones y patologías afines y todavía por un ideal de justicia, entre otros, puede hacerse política y hallar respuestas en el ejercicio o la perversión de la guerra como derivación. La intransigencia de cualquier género enerva la política que persigue la coexistencia y se descarrila hacia otras formas de intolerancia y antagonismo irresoluble.

En Venezuela, el abandono de la república y el arribo del autoritarismo militarista e ideologizado ahoga la política y la reduce a la maniobra, la trampa, la treta, para que una revolución fracasada, intente a toda costa mantenerse en el poder. El continuismo, trae el conflicto, deja en el camino las relaciones agonales y construye una dinámica de hostilidades sistémicas.

Giorgio Agamben nos ilustra que las guerras civiles, deben saber que a la postre, la nación es la misma y la coexistencia no debe comprometerse en el futuro. El italiano examina la experiencia de los griegos en la antigüedad para darle piso a sus conclusiones. Kant, antes lo menciona en su texto citado sobre la paz perpetua.

En una construcción republicana, el cambio, la alternancia de los actores del poder, es medular. Así lo evidenció la llamada democracia de partidos y de consenso que fabricó el puntofijismo y a la cual, el siempre pernicioso golpismo militarista atacó e hirió gravemente.

2024 es una cita importante en nuestro devenir y ojalá sea tratado, como un momento que nos alcanza a todos como compatriotas y no como enemigos. El poder soberano lo designa el pueblo y nadie debe pensar que le pertenece.

Este 2024 nos coloca en la prueba final del período más difícil de nuestra historia y el que más se amenazó la patria desde los tiempos de la independencia. Recordemos una vez más a Popper y lo parafraseo de memoria, “La democracia es el sistema que permite el traspaso de mando de unas manos a otra sin derramamiento de sangre.”

¡Quiera Dios que así sea!

 

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