Viaje de ida y vuelta desde la terapia de choque, hasta la realidad
Al momento de la publicación del presente artículo, habrá transcurrido ya un mes desde la toma de posesión de Javier Milei como presidente de Argentina. Resulta difícil para la sociedad argentina continuar esperando a un mesías que descienda desde el cielo y resuelva todos los problemas del país, situación que comparten millones de personas en América Latina, desde el Río Bravo hasta Tierra del Fuego.
También es un desafío para un outsider de la política enfrentarse a la tarea de reorganizar un país con una población que se siente postergada desde el arribo de la democracia hace 40 años. Llegó el día en que un presidente argentino le dice la verdad a los ciudadanos: «no hay más dinero, se vienen tiempos de vacas flacas, estamos quebrados y, en consecuencia, habrá más pobres. La situación educativa y social es dramática, y lo que viene puede ser aún peor«. Quizás lo más notable es que en ese momento cosechó aplausos. Queda por ver si ese primer apoyo perdura en el tiempo, pero sobre todo cuánto de lo prometido se materializará.
El Presidente Javier Milei asumió el cargo en un país en bancarrota, con una inflación del 300% anual que podría dispararse al 15,000% anual. Casi el 50% de los argentinos se encuentra por debajo de la línea de pobreza, con posibilidades de que esta cifra aumente, y sin acceso al crédito externo. Solo queda la opción de implementar un fuerte ajuste económico, principalmente en el sector público. Ganó las elecciones prometiendo recortes drásticos del gasto público, simbolizados por una motosierra.
El principal instrumento con el que el presidente aspira a reformar el Estado es una ley que consta de 664 artículos, y que recién comienza a discutirse en el congreso. Es importante destacar que el oficialismo es minoría en ambas cámaras y necesita el apoyo de legisladores de otras fuerzas políticas para que la iniciativa salga adelante. Aunque el Gobierno ha dicho estar «abierto al diálogo», también ha señalado que el contenido de la iniciativa «no se negocia«. Desde la oposición, algunos están dispuestos a discutir el contenido, mientras que otros consideran que el proyecto de ley es «un mamarracho».
Ese proyecto de ley declara en primer lugar «emergencia pública» y le transfiere al Ejecutivo amplias facultades en diversas áreas por dos años, prorrogables a cuatro. Aborda temas que van desde la reforma del sistema político hasta el control de las protestas sociales. Obtener el dictamen en ambas comisiones para que el proyecto sea aprobado no es seguro, ya que la línea política del gobierno es no negociar, solo conversar y aprobar. El partido del presidente Milei cuenta con 38 de 257 bancas en la Cámara de Diputados y siete de los 72 escaños en el Senado. Para obtener la aprobación, deberá mostrar mejores gestos y habilidad para conseguir consensos.
Tengo la impresión de que el presidente y su equipo acaban de descubrir la existencia de algo muy engorroso llamado «política» y que este es un desafío imposible de vencer sin la ayuda de una fuerza celestial. La refundación de un país a manos de un elegido no es un buen consejo, como lo evidencia el caso venezolano, donde se dejó en manos de un militar autoritario la posibilidad de refundar el país, acabando con Venezuela sin explicaciones ni rendición de cuentas.
Las experiencias en el mundo con la aplicación de estas medidas, han ampliado la desigualdad, pero al mismo tiempo han mantenido la inflación bajo control; por supuesto si no hay dinero con qué comprar bienes, técnicamente hablando, los precios tienden a bajar.
En las primeras dos semanas de gobierno, devaluó la moneda en un 50%, eliminó subsidios, redujo ministerios, hubo despidos de funcionarios y sometió a examen la inversión pública.
Sus propuestas suponen liquidar una parte significativa de la sociedad argentina, la que se considera parásita por necesitar subsidios o protección del Estado, así como buena parte de la clase media, que buscan servicios públicos de calidad. Estas medidas podrían reducir a ese estrato social a la indigencia o impulsar la emigración.
Resulta desconcertante que, según sus propias palabras, el retorno a algo parecido a la estabilidad de precios estaría ubicado en nada menos que 15 años, o sea alrededor del año 2039. No sería extraño que los ciudadanos comiencen a darle la espalda, ya que les promete sufrimiento durante el resto de sus vidas.
Algunos analistas políticos consideran que los latinoamericanos necesitan creer en alguien, un mesías que les asegure la tierra prometida. Por ende, la gestión de gobierno del presidente Milei estará bajo la lupa de todos los latinoamericanos, de manera similar a como lo ha estado el gobierno de Bukele en El Salvador. Muchos esperan que la tierra prometida se haga realidad y surjan nuevos líderes con propuestas similares.
Personalmente, me atengo a un proverbio muy típico de los venezolanos que reza de la siguiente manera: «AMOR CON HAMBRE NO DURA». El año que recién se inicia será crucial para su presidencia, ya que deberá cumplir objetivos complejos en medio de medidas y anuncios que generan noticias no muy alentadoras para una sociedad afectada por una profunda crisis con causas y consecuencias múltiples, después de 40 años de promesas incumplidas.
Luis Velásquez
Embajador