Democracia y Política

Sobre el centro político

La centralidad progresista comienza en algún punto del Partido Socialista -recordemos que es un continuo- y se extiende hasta extinguirse en algún punto de la UDI.

 

En nuestra relación cotidiana con las cosas y con los seres vivos, tendemos a adjudicarles una naturaleza matemáticamente discreta, esto es a caracterizarlos a partir de atributos acotados y diferenciables entre sí.  De esa manera, cuándo nos preguntan por la estatura de una persona solemos distinguir entre “alto” y “bajo” y, si queremos agregar precisión quizás digamos “media”. Convertimos así la estatura humana en una característica que sólo admite tres categorías, en circunstancias que si pusiéramos a todos los seres humanos en fila podríamos tener un continuo de miles de estaturas (miles si la queremos medir en milímetros y millones si las midiéramos en una escala nanométrica); es decir, convertimos en una serie discreta lo que en realidad es una serie continua.

En la realidad, la mayoría de los atributos de las cosas y de las personas se presentan como series continuas, no discretas. Algo que ocurre marcadamente en la política. Solemos calificarnos como de “izquierda”, de “derecha” o de “centro”, como si estas categorías fueran compartimentos estancos sin ninguna comunicación entre ellos. Es más, a cada una de esas categorías, así restringidas, se le han terminado por asignar contenidos no solo ideológicos, sino que valóricos, que se entienden compartidos de manera absolutamente homogénea por quienes se identifican con esa calificación general.

Sin embargo, es probable que en su modo de pensar y en su forma de reaccionar frente a temas cotidianos, cualquier “izquierdista” o “derechista” tenga diferencias, aunque sea en mínimos detalles, incluso con el “izquierdista” o “derechista” más cercano a él. Y ello porque los seres humanos sentimos y pensamos de manera individual, aunque tendamos a identificarnos colectivamente en conglomerados mayores. De ahí que los sentimientos políticos en el colectivo de todos los seres humanos y, en nuestro caso, de todas las chilenas y chilenos, se manifiesten en realidad de forma continua, no discreta.

De esta manera, siguiendo la nomenclatura generada por la revolución francesa en la que quienes exigían cambios radicales se sentaban en los escaños del lado izquierdo del recinto de la Convención, mientras los conservadores se sentaban en el lado derecho, podemos decir que esa continuidad se inicia -comenzando desde la izquierda- con los individuos que exigen que todo cambie y cambie en este mismo instante. Y que a partir de ahí sigue en un continuo en el que progresivamente esos cambios se van exigiendo en menor proporción y con una mayor gradualidad, hasta llegar al momento en que el continuo cambia de signo y se presentan aquellos individuos que están dispuestos a cambiar muchas cosas y gradualmente, pero exigen la mantención permanente de algunas otras. Y así avanza hacia la derecha disminuyendo el número de cosas a cambiar y el momento del cambio, hasta llegar al extremo opuesto de aquel en que comenzamos, esto es el extremo de la derecha, en el que se sitúan individuos que propugnan que nada cambie jamás.

Ahora bien, en esas circunstancias es fácil calificar como izquierdista a quien se sitúa más cerca del extremo izquierdo de ese continuo, esto es a quien postula el cambio de todo y ahora, pero esa facilidad va disminuyendo según disminuye el volumen de lo que se quiere cambiar y la rapidez con que se quiere realizar tal cambio. Más aún, es inevitable que quienes limitan el número de cosas que desean cambiar y están dispuestos a la gradualidad de esos cambios, se confundan con quienes, viniendo en sentido contrario, están dispuestos a mantener pocas cosas y a cambiar las demás gradualmente, esto es, se confundan con quienes se sitúan en posiciones alejadas del extremo de la derecha, aunque sigan considerándose de derecha porque sostienen la conservación de algo. Por comodidad se ha dado en calificar a unos como “centro izquierda” y a los otros como “centro derecha”. Pero ¿existe realmente esa diferencia o es sólo una manera de adaptar la realidad a nuestra tendencia a transformar lo continuo en discreto?

Vistas las cosas con objetividad, no se puede negar que el elemento que unifica y confunde a quienes se han distanciado de los extremos hasta confundirse en el centro es la aceptación del cambio y de la gradualidad. Como consecuencia de ello resulta imposible seguir calificando a esa actitud que he estado llamando “centro”, como un simple punto geométrico o una suerte de bisagra entre la izquierda y la derecha, pues es mucho más que eso. En realidad, es una definición política que tiene como elemento fundamental justamente esos dos elementos: el cambio y la gradualidad. En consecuencia, en política no existe el “centro” como un compartimiento estanco entre los extremos de la derecha y la izquierda y por ello tampoco existen la “centro izquierda” y la “centro derecha”, sino sólo la realidad de una sola actitud política, en la que lo principal es la aceptación del cambio en la sociedad y la decisión de llevarlo a cabo de manera gradual en función de las posibilidades objetivas de materializarse que ese cambio tiene en esa sociedad.

Quienes se encuentran y confunden en esa misma actitud se “centralizan” en ella, por lo que, en consecuencia, sería más correcto identificarlos como partes de una “centralidad progresista”, entendiendo por progreso el movimiento en el que se expresa el cambio social.

Esa “centralidad progresista” varía de país en país y de circunstancia en circunstancia dentro de cada país. Puede tender a desaparecer cuando la polarización política se impone y puede crecer cuando los extremos políticos se ven arrinconados. En cualquier caso y salvo cuando la polarización se termina por imponer absolutamente -casi siempre con el efecto de enfrentamientos feroces que suelen terminar en tiranías igualmente feroces- la centralidad progresista está llamada a marcar el ritmo del progreso social y, en democracia, a conducir ese progreso o a ser el dirimente principal en la decisión popular de quién o quiénes deben conducirlo.

¿Cómo se traduce en el escenario político-partidario chileno ese continuo que va de la extrema izquierda a la extrema derecha y quiénes se sitúan en la posición de centralidad progresista? Me parece indudable que en la izquierda o en el extremo izquierdo de ese continuo se sitúan el Partido Comunista y los partidos integrantes del Frente Amplio. Y me inclino a pensar que la centralidad progresista comienza en algún punto del Partido Socialista -recordemos que es un continuo- y se extiende hasta extinguirse en algún punto de la UDI. Desde ese punto, hacia la derecha, se sitúan el Partido Republicano y los partidos “libertarios” que comienzan a surgir y que constituyen la derecha o el extremo derecho del continuo político del país.

Dentro de ese continuo, la política deberá decidir los acuerdos y coaliciones -quizás incluso fusiones- que den forma al reordenamiento del poder en los procesos electorales que enfrentaremos este año. ¿Lograrán esas decisiones despojarse de los estrechos límites que impone una visión discreta y aceptar la amplitud que ofrece reconocer la continuidad?

 

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