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Villasmil: Ecuador, otra tragedia latinoamericana

 

De aquellos polvos…esta frase podría usarse a la hora de analizar las actuales crisis de las democracias latinoamericanas. Porque en sus génesis pasadas hubo mucha irresponsabilidad, ambiciones desatadas, desmesura por doquier de parte de sus liderazgos (políticos, económicos, sociales, nadie puede lanzar la primera piedra porque todos están en pecado).

Toca hoy sonar las alarmas por Ecuador, pero no olvidemos por favor a la Colombia de Petro, o al Chile de ese fallido aprendiz de líder que es Boric, o a casi toda Centroamérica, o a la hundida Argentina -cualquiera sea su presidente, que la crisis los supera a todos desde hace décadas y ya le están tomando las medidas a Milei para su ataúd político-.

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Recientemente pude ver una entrevista que le hizo NTN24 a un periodista mexicano – hoy esas dos palabras unidas significan un cierto grado de valentía y de heroísmo admirable, como lo es decir “periodista colombiano”, “periodista venezolano” y siga así amigo lector, país por país, que los ataques a la prensa libre y a quienes la practican son cada vez más tormentosos y violentos-. El periodista se llama Oscar Balmen, especializado en crimen organizado y seguridad pública.

Balmen agarra metafóricamente el toro por los cachos, por el rabo, por la cabeza y por las patas, porque desde el inicio ya hace una afirmación contundente: no se puede analizar la crisis ecuatoriana sin la influencia de grupos criminales mexicanos.

Los actuales grupos violentos ecuatorianos, calificados como terroristas por el presidente Noboa, tuvieron su origen en los sistemas carcelarios, donde se configuraron como pandillas, pero crecieron decisivamente debido a su alianza con carteles mexicanos. “Los Choneros”, el grupo más importante de Ecuador se asoció con el cartel de Sinaloa, y “Los Lobos”, una escisión de los Choneros, hizo lo mismo con el cartel Jalisco-Nueva Generación.

Esta colaboración siniestra puede verse en el menú de acciones cruentas que está ejecutando el crimen organizado ecuatoriano, con atrocidades de todo tipo. Monstruosidades que al igual que en México se graban en los celulares para luego hacerlas públicas.

Obviamente, aprendieron con ellos también el know-how de cómo montar sus centros de poder dentro de las propias cárceles.

El grave fallo de los gobiernos -no sólo ecuatorianos- es no entender que el crimen organizado no es un error del sistema, es una creación del sistema.

Por ello el efecto insignificante de los estados de excepción, del toque de queda, y medidas similares. Se busca con ello neutralizar a quienes ya forman parte del sistema, organizaciones que crecen al amparo del poder. Venezuela es un caso muy claro al respecto. Nuestro crimen organizado ha sido tan exitoso que ya es un producto de exportación.

En América Latina se necesitan reformas de fondo de la institucionalidad estatal, empezando con una reforma jurídica y penitenciaria que arranque por aceptar el hecho de la penetración de la criminalidad dentro de las estructuras del Estado.

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Varios países están ensayando fórmulas represivas que podrían afectar el futuro democrático de América Latina.

Ecuador se está convirtiendo en el laboratorio más avanzado del continente sobre políticas de seguridad con mano dura: la militarización de la seguridad pública con un enfoque antiterrorista. Ello con ayuda incluso de los Estados Unidos.

De alguna manera es lo que ha hecho Nayib Bukele en El Salvador: la criminalidad convertida en objetivo militar, con unas fuerzas armadas con licencia para matar. “La criminalidad es tratada como un ejército invasor que pone en peligro la soberanía del país”.

Pero las comparaciones son complejas; Ecuador tiene un gran puerto en el Pacífico, que es Guayaquil, con miras hacia los países asiáticos (no debe olvidarse que el 70% de la droga en el mundo se mueve por rutas marítimas). Los puertos son objetivos codiciados por el crimen organizado transnacional.  Ecuador también se ubica en la zona andina, al lado de países tradicionales productores de droga como Colombia, Bolivia y Perú.

Y toda la región posee instituciones democráticas débiles, todos los países en supuestas “vías de desarrollo”. Ya vemos en cuál dirección.

Una pregunta nada inocente: ¿cómo impulsar medidas y correctivos centrados en la militarización extrema sin que se produzcan violaciones a los derechos humanos? El Salvador no lo ha logrado.

En México, con casi 20 años de militarización de la lucha contra los carteles, hay diversas consecuencias alarmantes por la conducta de algunos militares y fuerzas policiales: gran aumento de las violaciones a mujeres, en especial adolescentes; constantes desapariciones y ejecuciones de hombres jóvenes; y la expulsión de sus poblaciones y desplazamiento de personas mayores.

Tengamos en cuenta que el crimen organizado es por definición un crimen transnacional, para sus miembros no hay fronteras nacionales. La única manera de que las democracias puedan enfrentar a las brandas criminales es con acciones de cooperación democrática transnacional, dejando a un lado el discurso frecuentemente mentado del “respeto a la soberanía nacional”, sobre todo por la izquierda vinculada al Foro de Sao Paulo y al Grupo de Puebla. Uno de sus dirigentes es precisamente Rafael Correa, entre los principales responsables del auge del crimen organizado ecuatoriano. Recuérdese el escándalo que armó cuando el guerrillero Raúl Reyes fue abatido mientras se cobijaba en territorio ecuatoriano.

Para la izquierda revolucionaria la soberanía sólo existe para proteger a sus amigos y socios criminales.

Mientras, Ecuador por sí solo no podrá hacer frente a esta amenaza.

Para derrotar al crimen organizado transnacional hay que pensar regionalmente, continentalmente, entendiendo que hay que atacar sus fuentes de financiamiento, porque ninguna organización criminal hoy depende exclusivamente del dinero nacional. Hay que identificar sus activos financieros y controlarlos, frenando por ejemplo el cada vez más extenso lavado de dinero, como puede verse hoy en ciudades ecuatorianas como Quito y Cuenca. Para que la lucha tenga sentido en las calles ecuatorianas, también hay que darla en las oficinas fiscales.

Le deseamos éxito a Ecuador en su lucha contra el terrorismo del crimen organizado. Y que lo logre dentro de un Estado de derecho democrático. Que las instituciones de la libertad y del respeto a los derechos humanos no caigan víctimas de este enfrentamiento inevitable.

América Latina ya ha experimentado la militarización de la seguridad pública y su impacto muy negativo en los derechos humanos: veamos los ejemplos de México, Brasil, Colombia, Venezuela.

País por país, el crimen organizado está expandiéndose y creciendo. Una auténtica desgracia.

 

 

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