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Ortega, el cristianofóbico

 

 

Hace mas de 30 años el expresidente y ex primer ministro de Portugal, el socialista Mario Soares, calificó al dictador Fidel Castro de ser un dinosaurio, distintivo que merece con toda propiedad el dictador nicaragüense Daniel Ortega, un innegable ejemplo de depredador virtuoso, como lo fue su difunto amigo y patrón Fidel.

Ortega, en su segundo mandato, lleva 17 años ininterrumpidos al frente del gobierno de su país, sin olvidar, que estuvo a la cabeza de la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional, ejerciendo como Coordinador, de 1979 a 1985, posteriormente convoco a elecciones las que gano gobernando hasta 1990.

El fin de la Guerra Fría, el descontento nacional y las presiones internacionales, le hicieron convocar a nuevos comicios, aunque dicen que su mentor, Castro, el tipo del discurso de “Elecciones para que”, que un amplio sector de la población cubana apoyo, le dijo que no las celebrara. Sin embargo, el dictador, convencido de que las ganaría, las efectuó, perdiendo el poder, algo parecido a lo que le ocurrió al autócrata ecuatoriano Rafel Correa.

Actualmente el déspota, al parecer, está tomando medidas para reproducir con total exactitud en su país el modelo totalitario cubano. Un paso importante en ese rumbo fue cuando dijo que “Los partidos políticos dividen a la nación”, un axioma del socialismo real impuesto en Cuba y que al parecer pondrá en ejecución cuando lo considere útil.

Posteriormente Ortega, un oportunista a todo dar, se dispuso a controlar los poderes públicos, estableciendo una dictadura institucional, en la que el Consejo Supremo Electoral y la Justicia, son herramientas claves para el control absoluto.

La represión más brutal ha sido una constante en todos sus mandatos, con el resultado de decenas de miles de exiliados, centenares de prisioneros políticos, el cierre de innumerables organizaciones de la sociedad civil, la persecución de periodistas y el cierre de periódicos como “La Prensa”, allanado en agosto del 2021, situación que se agravo con la confiscación de sus instalaciones.

Otra característica fundacional del sandinismo ha sido la corrupción económica y el trafico de influencias. La llamada “piñata” llevo al mismo diario la Prensa a titular “La Piñata un crimen que todos pagamos” en referencia a la expropiación de miles de propiedades, tierras, casas, empresas, carros y demás bienes que la alta cúpula sandinista se apropio al dejar el poder en 1990.

El asesinato es parte importante de la agenda de la dupla Ortega-Murillo, tanto, que una Comisión establecida por Naciones Unidas, Grupo de Expertos sobre Derechos Humanos en Nicaragua, GHREN, concluyo que las instituciones bajo su mando, incluida la Policía Nacional, han perpetrado violaciones tan graves a los derechos humanos que pueden calificarse como crímenes de lesa humanidad.

Las leyes represivas del régimen de Ortega no cesan, al extremo que enarbolar la bandera nacional se ha convertido en delito, si quien la ondea no es su partidario, un crimen, que, al parecer, solo existe en el país centroamericano.

El dictador nicaragüense es un anacronismo como lo son todos los regímenes enmarcados en el castrochavismo asociados al crimen organizado. El dictador centroamericano es una verdadera reliquia de la Guerra Fría, un sujeto que ha sido capaz de sobrevivir a la Unión Soviética y sus asociados, no porque haya tenido mayor talento, sino por tener menos escrúpulos y vincularse a toda propuesta que le perpetue en el poder.

Esta conducta hipócrita de Ortega como de su cogobernante y esposa, Rosario Murillo, sin dudas, una pareja de tiranosaurios rex que lo mismo devoran un ser vivo que carroña, solo tenía el objetivo de retomar el poder por medio de elecciones con el fin de perpetuarse en el mismo e imponer un régimen dinástico, al mejor estilo del dictador derrocado en 1979, gestión en la que el totalitarismo cubano ha cosechado éxitos indiscutibles.

Recordemos que durante sus primeros mandatos el dictador sostuvo un fuerte enfrentamiento con la Iglesia Católica, particularmente contra el cardenal Miguel Obando y Bravo, no obstante, las diferencias entre ambos desaparecieron llegando Ortega, el mismo que ha encarcelado a sacerdotes y deportado a más de una treinta, a proponer al cardenal como Prócer Nacional.

Ortega y Murillo son odiadores de oficio. No respetan nada, ni persona alguna. Fingieron ser creyentes para retomar el poder, ahora, pueden ser todo lo satánico que gusten, conscientes, de que siempre encontraran alguien que les crea.-

 

 

 

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