No está todo perdido
Los que hoy nos gobiernan han llegado tarde al combate del crimen organizado, pero la oportunidad sigue ahí. No la desaprovechemos.
Las instituciones están en riesgo. No sólo las instituciones, el Estado de derecho y el Estado también los están. Las reuniones con empresarios no declaradas por ley de lobby, los fraudes en las municipalidades, el Caso Convenios y la formalización del General Director de Carabineros son evidencia de eso.
Hoy en día todo está en entredicho y si bien el peligro de ello puede ser político, es mucho más complejo que eso pues la democracia queda en juego y se profundiza la debilidad institucional. Debilidad que puede estar expresada en el hecho de que no se hace cumplir la normativa ya sea por incapacidad de quien está a cargo o simplemente porque no quiere hacerlo. Sea cual sea el caso, el daño para Chile es muy grande.
En un momento donde nuestras amenazas buscan permanentemente arrebatarle el poder al Estado, no se puede permitir que la institucionalidad retroceda ni un milímetro pues basta con ello para que el crimen avance.
La delincuencia organizada destruye el corazón de la sociedad: la familia. Los aísla entre ellos y el miedo a ser víctimas de un delito los encierra en sus casas minando las oportunidades de construir comunidad, una comunidad comprometida con su barrio, su ciudad y que sea un aporte positivo al desarrollo social, que contribuya a fortalecer la democracia con su participación ciudadana y que vele por la integridad del Estado de derecho. En definitiva, el crimen organizado destruye lo más importante para el Estado, su cohesión social.
Ese sentido de pertenencia que le entregan las instituciones y sus símbolos es fundamental para la salud del Estado. Sólo así sus ciudadanos son parte de un proyecto y se comprometen con él ¡Por eso el Contrato Social!
El proyecto llamado Chile está en riesgo. Con sus instituciones bajo sospecha y los casos de fraude llenando titulares, el sentido de pertenencia se va perdiendo. Sólo ha remontado un poco a raíz de la crisis de seguridad que vive el país y que se nutre de esa pérdida.
La historia de América Latina es de encantos y desencantos, vaivenes políticos que han terminado con la ilusión de muchos y obligado a otros tantos a buscar oportunidades en otras latitudes, dejando el espacio para que el crimen y el delito se consolide con fuerza en la región.
La historia de Chile, por otro lado, es una de esfuerzo, de cruzar montañas y desiertos sólo para encontrarse con una población originaria guerrera, dispuesta a darlo todo por mantener su posición. Es la historia de un pueblo que encontró la unión en la diversidad, que enfrentó con coraje los desafíos y construyó un Estado sólido que ha servido de ejemplo a muchos.
Esa misma valentía de antaño debe ser la que hoy guíe al país y que sirva de energía a nuestros futuros liderazgo para enfrentar uno de los mayores desafíos que amenaza con destruir al Estado. Los que hoy nos gobiernan han llegado tarde al combate del crimen organizado, pero la oportunidad sigue ahí. No la desaprovechemos, asumamos la responsabilidad y devolvamos a los chilenos la esperanza de que todo puede ser mejor.