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Represión, censura y muerte: crear arte y literatura bajo el yugo de los regímenes comunistas

Manuel Florentín publica un ensayo sobre la historia de la persecución de los artistas y escritores en la Unión Soviética y en los regímenes socialistas nacidos después de la Segunda Guerra Mundial

 

                            La ficha policial del poeta ruso Ósip Mandelshtam, tras su detención ABC

 

«Cuando Nikita Kruschev denunció la represión y los crímenes de Stalin en el XX Congreso del Partido Comunista en 1956, los dirigentes de la Unión Soviética y los intelectuales comunistas de Europa Occidental se esforzaron por difundir la idea de que el culpable había sido solo él, pero era mentira. Lenin ya hablaba de que los escritores, pintores y músicos tenían que estar siempre al servicio del Partido, no podían hacer arte por el arte, pues era individualismo burgués. Lenin persiguió no solo a los críticos del nuevo régimen, sino a todo aquel que, simplemente, se atreviera a escribir una novela intimista, por no servir al partido», explica a ABC Manuel Florentín, autor de ‘Escritores y artistas bajo el comunismo: censura, represión, muerte’ (Arzalia, 2023).

«¡Abajo los literatos apolíticos!»

En realidad, el líder bolchevique ya había abordado el tema en 1905, al cerrarse el primer episodio revolucionario, en una ponencia con título muy ilustrativo: ‘La organización del Partido y la literatura del Partido’. La consigna no daba lugar a errores: «¡Abajo los literatos apolíticos! La literatura debe convertirse en una parte de la causa del proletariado». Más explícito fue en una carta a Máximo Gorki en 1919, cuando este le expresó sus discrepancias por las detenciones sin sentido: «Pierde usted los nervios. Llega a la conclusión de que la revolución no se puede hacer sin los intelectuales […]. Esos intelectualillos, larvas del capital, se creen el cerebro de la nación. En realidad no son el cerebro, sino la mierda».

Cuando el discurso de Kruschev se publicó en ‘The New York Times’, la palabra «stalinismo» quedó como sinónimo de represión y ejecuciones masivas, pero al mismo tiempo como algo ajeno al comunismo. Como si nada de eso hubiera existido antes o después. «No olvidemos que Aleksandr Solzhenitsyn fue expulsado de la URSS en 1974, tras publicar ‘Archipiélago Gulag’, y que el último escritor muerto en prisión, Anatoli Márchenko, falleció en 1986 tras once años encarcelado, acusado de «propaganda antisoviética», y eso que la URSS desapareció solo tres años después», recuerda Florentin.

Solzhenitsyn, que recibió el premio Nobel de Literatura en 1970, había cometido la osadía de entrevistar para su ensayo a 227 supervivientes de los campos de trabajo y cifrar las víctimas de la represión en 88 millones. Su secretaria fue arrestada en posesión de uno de los manuscritos y se acabó ahorcando durante las torturas. «Con el corazón oprimido –explicó el autor en la primera página–, durante años me abstuve de publicar este libro ya terminado. El deber para con los que aún vivían podía más que el deber para con los muertos. Pero ahora, cuando ha caído en manos del Estado, no me queda más remedio que publicarlo inmediatamente».

 

Borís Pasternak, autor de ‘Doctor Zhivago’ (1957), tuvo que rechazar el premio Nobel para evitar la cárcel en la URSS ABC

La cifra de muertos

El periodista Iliá Ehrenburg escribió en la revista ‘Novy Mir’, en 1962, que de los 700 autores que participaron en el I Congreso de la Unión de Escritores de la URSS en 1934, solo sobrevivieron 50 para ver el segundo en 1954. En 1988, Vitaly Shentalinsky dio la cifra de 2.000 escritores detenidos y 1.500 ejecutados o muertos en prisión, aunque luego elevó la cantidad a más de 3.000 y 2.000, respectivamente. Joseph Brodsky, uno de los poetas soviéticos más importantes, declaró en 1981 que, «en los decenios de 1930 y 1940, el régimen comunista producía viudas de escritores con tal eficiencia que, a mediados de la década de 1960, ya había suficientes para organizar un sindicato».

 

‘Escritores y artistas bajo el comunismo’

Imagen - 'Escritores y artistas bajo el comunismo'
  • Autor: Manuel Florentín 
  • Editorial: Arzalia
  • Precio: 34,90 euros
  • Páginas 896

 

Esta represión estuvo vigente no solo en los más de sesenta años de vida de la URSS, sino en todos los regímenes comunistas que se establecieron por el mundo bajo su amparo, alguno de los cuales, como China, Cuba o Corea del Norte, todavía sobreviven. Teniendo en cuenta esto, Florentín disecciona también lo ocurrido en países como Hungría, Albania, Polonia, Checoslovaquia, la República Democrática Alemana, Yugoslavia, Rumania, Venezuela, Egipto y Afganistán, entre otros, además de los citados. Cada uno con sus historias de escritores y artistas censurados, deportados o condenados a muerte.

Premios Nobel como Boris Pasternak, que no solo vio como su gran obra, ‘Doctor Zhivago’ (1957), fue prohibida en la Unión Soviética, sino que sufrió una persecución tan brutal por parte de Kruschev, que no tuvo más remedio que rechazar el galardón para evitar el exilio, el internamiento o la venganza contra su familia. El célebre poeta ruso Ósip Mandelshtam habló del respeto que Stalin sentía por la poesía, cuando al mismo tiempo podías ser asesinado por ella. Fue detenido en 1933 por un epigrama contra el dictador comunista. «Cuando se lo llevaron –contó su mujer, la escritora Nadezhda Mandelshtam– me hice la pregunta prohibida: ¿por qué lo han detenido? Según nuestras normas jurídicas, todos los motivos eran posibles: sus poesías, sus manifestaciones sobre literatura o el poema contra Stalin. Podían haberlo detenido por la bofetada que dio a Tolstói». Murió de camino a un campo de Siberia en 1938.

La bala de Lin Zhao

En la entrevista con ABC, Manuel Florentín destaca también a Lin Zhao, poeta encarcelada y ejecutada por la República Popular China durante la Revolución Cultural, por criticar a Mao y encubrir a sus colegas de la Universidad de Pekín. «Su madre y su hermana se enteraron de su muerte días después, cuando la Policía se personó en su casa para cobrarles el medio yuan que costaba la bala usada para su ejecución», cuenta el autor. En Cuba, el también poeta Heberto Padilla fue acusado de «actividades subversivas» contra el Gobierno de Fidel Castro. Su encarcelamiento provocó las protestas de famosos intelectuales como Julio Cortázar, Simone de Beauvoir, Octavio Paz y Jean-Paul Sartre, pero no sirvió de nada. Tuvo que leer una autocrítica en la Unión de Escritores y renegar en público de sus obras, antes de partir al exilio. Falleció en Estados Unidos en el 2000.

Cuando se produjo el desmembramiento de la URSS, el escritor Ismaíl Kadaré, premio Príncipe de Asturias de las Letras en 2009, comenzó a preguntar a los periodistas y escritores occidentales por qué no habían hecho nada para evitar o denunciar la represión sufrida por miles de literatos como él. La respuesta siempre era la misma: no sabían qué estaba pasando, aunque las denuncias eran recurrentes desde que, en 1918, Rosa Luxemburgo advirtió del riesgo que la Revolución rusa terminara convirtiéndose en una dictadura sin libertades, una dictadura no del proletariado, sino contra el proletariado.

En este «muro de silencio» es sorprendente que muchos intelectuales represaliados habían sido firmes defensores del socialismo. Por ejemplo, Vsevolod Meyerhold, gran renovador del teatro ruso de principios del siglo XX. Elogió la Revolución hasta que, en 1929, estrenó ‘La Chinche’, obra musicada por Shostakóvich en la que hacía una especie de sátira sobre la situación del país. La prensa le criticó duramente hasta que, en 1938, le acusaron de que sus representaciones eran «ajenas al arte soviético». Se le pidió que reconociera sus «errores», pero se negó y fue arrestado. Tenía 65 años y estaba enfermo, pero fue torturado durante siete meses. Le rompieron el brazo izquierdo y le dejaron el derecho para que firmara una «confesión» de que había espiado para los británicos y japoneses. Una semana después, su mujer, la actriz Zinaida Raikh, fue encontrada muerta con los ojos arrancados. Meyerhold fue ejecutado el 2 de febrero de 1940.

En un encuentro celebrado en el Salón del Libro de París en 1990 entre escritores del antiguo bloque comunista, alguien preguntó al escritor georgiano Bulat Okudzhava qué había quedado de la URSS. «Muertos. Solo queda mucha gente muerta», respondió.

 

 

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