Gabriela Mistral

imagesSi durante la primera mitad del siglo XX hubiera sido España y no Inglaterra la potencia dominante en el mundo, es seguro que el Nobel de 1913 no lo habría recibido Rabindranaz Tagore sino Rubén Darío, muerto en 1916 sin el mucho más que merecido reconocimiento internacional. La consecuencia fue que América Latina debió esperar en la antesala de la Academia Sueca hasta 1945, y el primer latinoamericano PN de Literatura resultó ser una mujer.

Una mujer itinerante que era, por ley del Congreso chileno, desde 1935, cónsul vitalicio del país con la prerrogativa de designar ella el lugar donde deseaba desempeñar sus funciones: es decir, que era cónsul de Chile dondequiera que estuviese. Una mujer cuyo músico predilecto era Mozart pero que, cuando estaba de buen humor, gozaba con las chansons de Edith Piaf, en especial con Non, je ne regrette rien, porque tampoco ella se arrepentía de nada. Una mujer de quien debe recordarse –entre otros– uno de los poemas más hondos y herméticos de la lengua castellana. Se halla en su libro Lagar y está dedicado a las puertas: Entre los gestos del mundo / recibí el que dan las puertas. / (…) ¿Por qué fue que las hicimos / para ser sus prisioneras?

Fue pionera en tantas cosas… Por ejemplo, se negó de adolescente a aprender labores caseras, porque, como dijo, «en cuanto me vean útil para la casa, estoy perdida».

Sin haber estudiado Magisterio, era una maestra nata. Tanto, que José Vasconcelos, secretario [=ministro] de Educación Pública en México, la invita a crear las bases del sistema escolar en el país, y el sistema organizado por Gabriela Mistral sigue vigente hoy, casi un siglo después, sin más reformas que las necesarias para actualizarlo.

En Lisboa, durante la guerra civil española, arriesgó su seguridad personal para defender a un español republicano que le era por completo desconocido. Y cuando sus amigas se asustaban de sus imprudentes gestiones, las reprendía: «Miren a las cristianas dudando mientras la vida de un hombre se halla en peligro». Amén de ello, dedicó su libro Tala, «por no tener otra cosa que dar, a los niños españoles dispersos a los cuatro vientos del mundo. Tomen ellos el pobre libro de manos de su Gabriela, que es una mestiza de vasco».

Gabriela Mistral. Casi no se la menciona. Y no sé si por lo menos en su Chile natal se la sigue leyendo. Sí sé que su voz, una vez oída, nunca se nos irá de la memoria, y confieso ser uno de sus fieles.

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